15 de septiembre 2010 - 00:00

De hábil trepadora a Cenicienta voluntaria

De hábil trepadora a Cenicienta voluntaria
Miranda Seymour «Virginia Cherrill. La chica de Chaplin» (Barcelona, Circe, 2010, 56 págs.)

Como debe ocurrir con la inmensa mayoría, la escritora inglesa Miranda Seymour no sabía quién era Virginia Cherrill hasta que hace 5 años vio por primera vez la película de Chaplin «Luces de la ciudad» donde esa muchachita interpreta la florista ciega que conquista el corazón de Charlie. Poco se sabía de esa chica sin preparación ni experiencia que comenzó con esa película su meteórica carrera, que participó luego en una docena de films mediocres, se casó con Cary Grant para separarse al año, fue amante del Marajá de Jaipur (que la colmó de joyas y saris de seda), se casó con George Francis Child-Villers, que la convirtíó en condesa de Jersey y la hizo convivir durante una década con la aristocracia, y finalmente abandonar todo al encontrar el gran amor en Florian Martini, un aviador centroeuropeo 9 años menor que ella, suficientemente chiflado como para convencerla de volver a tener un rancho en Santa Barbara, California, donde él sería el primer cowboy polaco.

La escritora, cenando con unos parientes, se enteró casualmente que un primo de su marido era ahijado de la actriz y le dijo que quería contar su historia. Él le ofreció acercarla a Teresa Mac Wuilliams, la mejor amiga de Virginia, que tenía grabaciones de las confesiones que le hizo la actriz cuando, a los 88 años, ya no se levantaba de la cama. Teresa le dice que «a Virginia le eran indiferentes la fama, el dinero y el poder; no pretendía impresionar, ni triunfar en el cine», era una mujer de una belleza que fascinaba. Y la biógrafa compra el argumento de una Cenicienta al revés: una mujer que llega a la riqueza y deja todo por amor. Así surge esta biografía engañosa y lavada de una trepadora que consternó al mundo con sus revolcones y con una colección de maridos y amantes ricos, jóvenes y atractivos.

A Miranda Seymour le parece divertido que Chaplin -con el que histeriqueó y no llegó a ser su chica- haya tenido que hacer 342 veces la toma de Virginia en «Luces de la ciudad» para encontrar una buena. Cree que ella dejó a Cary Grant porque era un borracho que la golpeaba, y no porque era bisexual y estaba profundamente enamorado del actor Randolph Scott, que había sido amante del millonario Howard Hughes. Y que para detener el escándalo los ejecutivos de la Paramount lo habían forzado a un falso casamiento con Cherrill. Miranda cree que sólo por su belleza la reverenciaban y le abre las puertas la clase alta británica. ¿O habrá considerado que el cuento de hadas de la pobre chica campesina que se embarca en grandes aventuras, llega a casarse con un príncipe, hasta que comprende que lo que importa es el amor aunque la devuelva a su humildes orígenes, era buen negocio? A partir de este libro, que está dedicado al cura que convirtió a Cherrill al catolicismo, hay que desconfiar de las anteriores biografías que dedicó a Henry James, Robert Graves y Mary Shelley, cabe la posibilidad de que haya vuelto meliflua a esa gente realmente extraordinaria.

M.S.

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