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La Plaza, de madrugada, tuvo nuevos ocupantes
La Villa 31, la 1- 11-14, y la 21- 24, las del bajo Flores y las de Ciudad Oculta representaron ayer al menos la mitad de los jóvenes y ancianos que buscaron esperar con ruido, oraciones y mate al papa Francisco en la Plaza de Mayo y dentro de la Catedral. Una mirada sobre esos miles de concurrentes alcanzaba para suponer que es posible que el cardenal no haya dejado ningún rincón de la Ciudad por recorrer. Alumnos de colegios y universidades católicos, habitués de las movilizaciones eclesiásticas de siempre en la Ciudad, se encontraron sentados o recostados en un mismo metro cuadrado con familias de un barrio que quizás sólo hayan conocido a través de alguna misión pastoral o apostolado social. Algunos de ellos levantaban y agitaban sus brazos frente a cada mención que hacía el papa Francisco en defensa de los pobres, en los retazos de video que proyectaba una de las pantallas ubicada delante de la Pirámide de Mayo. Toda una novedad en ese mismo microcentro porteño que hasta hoy, según el propio Jorge Bergoglio, "no llora a sus víctimas porque está demasiado ocupado en los negocios".
Desde las 22.30, el escenario buscó entretener a una multitud que debía mantenerse despierta y atenta hasta las 4.45, el momento en el que ingresaría el Papamóvil a la plaza San Pedro, en el Vaticano. Debieron hacerse cargo de eso algunos músicos, actores y animadores de buena voluntad. En los cantos y en las ovaciones de la gente quedó implícito el lenguaje común: una Iglesia unida y fuerte pero, como en sus mejores épocas, de enorme diversidad social. Haciéndose lugar entre ellos, sobre Avenida de Mayo y Bolívar, se diseminaban a gritos decenas de vendedores ambulantes que ofrecían desde remeras hasta prendedores con la estampa de Bergoglio.
Hubo un esfuerzo común por mostrar una cercanía íntima con el Papa en esa noche. Y algo de esto explicaba la cola de más de 30 metros que formó la gente durante todas esas horas para ingresar a la Catedral a adorar al Santísimo. El templo está sólo y abierto todos los días de la semana, pero esa noche querían agolparse todos ahí.
Quizá algo de eso haya despertado en el corazón de Francisco la decisión de comunicarse, a la mitad de esa madrugada, con los convocados. En un solo segundo, la multitud pasó de la incredulidad a la admiración. E hizo un silencio. La mayoría eligió cerrar los ojos. Era el Papa pero, para ellos, la voz de esa persona que había logrado en estos años rescatarlas del olvido porteño: "No se olviden de este obispo que está lejos y los quiere mucho", les dijo desde Roma. Eran pasadas las 3 de la madrugada de ayer y el nuevo papa había pedido, antes de asumir, hablar a la multitud en directo para el saludo más entrañable que se pueda imaginar.
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