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Mermoud: “La mujer siempre cree que cambiará al hombre”
Mermoud: «Yo interrogaba a la actriz sobre su personaje. A cierta altura, los actores conocen a sus personajes más que yo, que los escribí».
Periodista: ¿Cómo explica la actitud de esa jovencita?
Fréderic Mermoud: En mi percepción, cuando el novio le confiesa su oficio ella se siente desubicada. Le pregunté a la actriz por qué creía que su personaje decidía acompañarlo, y me explicó el atractivo fascinante de la trasgresión, de cierta libertad de elección, pero además, me dijo, cuando una está enamorada quiere vivir todo lo que vive el otro. Ella no sabe en qué se mete, solo sabe que está enamorada. Y en el fondo cree que, acompañándolo, mantendrá el amor. Más adelante, hasta pueda cambiarle los hábitos. Es una convicción femenina.
P.: Las novias siempre tienen esa intención. ¿Así que usted le preguntó a la actriz?
F.M.: A cierta altura, los actores conocen a sus personajes más que yo, que los escribí. Yo antes los había contactado con escorts y taxi-boys, así que atendí mucho cuando me hicieron sus observaciones. Me gusta esa epifanía del actor, esa forma de adueñarse de sus personajes. Yo no les di ninguna explicación psicológica, solo les indiqué por qué parte de la cama moverse para salir bien enfocados.
P.: ¿Cómo aprendió esa forma de trabajar con actores?
F.M.: Son intuiciones. Hay una historia de chicos apasionados que pueden quemarse las alas por meterse en un mundo vecino a la tragedia. Entonces tuve una intuición, era importantísimo que los intérpretes fueran muy solares, que hicieran estupideces cargados de energía positiva, porque nadie piensa que pueden convertirse en asesinos o asesinados. No quería mostrarlos condenados desde un principio. Quizás alguno de ellos pueda superar la experiencia que le toca, y cambie.
P.: ¿Y los policías que atienden el caso?
F.M.: Representantes del mundo adulto, desencantado, su trabajo los lleva a encontrarse con lo más oscuro de la sociedad, pero, vea qué singular, a medida que desarrollan su investigación también va surgiendo algo luminoso a su alrededor, y en ellos mismos. Siempre existe esa dialéctica en el cine policial.
P.: Este es su primer largo, tras una exitosa carrera como cortometrajista.
F.M.: Sí, en Francia se puede hacer esa carrera. Muchos de mis trabajos tuvieron enorme circulación, en especial los que trataban sobre los deseos amorosos de alguna chica. En eso, «Cómplices» muestra una continuidad temática, pero una ruptura estilística: se trata de un drama policial.
P.: ¿Y por qué un policial?
F.M.: Ojo, es un policial francés, un «polar», como decimos. Casi siempre en la opera prima de un director hay mucho de autobiográfico. El género polar me impone un marco para no excederme en ese aspecto, y al mismo tiempo, dentro de ese marco, me deja moverme con bastante libertad en cuestiones de tema y estilo. Primero planteo la tensión principal, el hallazgo de un cadáver, después vivimos diversas peripecias, pero lo central siempre son los personajes, lo que viven, lo que van a hacer. Ellos son más importantes que la intriga, pero la intriga nos mantiene en el asiento.
P.: Eso, y los desnudos de la chica. Ya que estamos, ¿qué piensa del cine policial francés?
F.M.: Admiro a Jean-Pierre Melville, gran director con un impresionante manejo del tiempo. A Claude Chabrol, muy placentero para el espectador cuando pinta el mal y la estupidez humana sin condenar completamente al malo ni al estúpido. Me emocionan ciertas obras de Maurice Pialat y me gustan muchas de Jacques Deray, Claude Miller, Michel Deville. En cambio Alain Corneau me sensibiliza menos, lo veo muy prefabricado. Igual aprecio su «Serie negra», que fue casi un ovni en nuestro cine, y exponía la relación con una chica de 16 años, extraña y perturbadora. Pero ese es mi único punto en común. Del resto, ni hablar. Recién estoy empezando.
P.: Hablando de eso, ¿es cierto que usted empezó con una de Paolo Villaggio, popular por las grotescas aventuras de Ugo Fantozzi, empleado de cuarta?
F.M.: Sí, señor. Yo había terminado mis estudios de cine y televisión, justo estaban rodando cerca de mi pueblo, en Suiza, y entré como segundo ayudante. Pero no era una del personaje Fantozzi, sino «Azurro», la tragicomedia de un jubilado que viaja a pedirle plata a su antiguo patrón, para operar de la vista a su nieta. Villaggio era impresionante, sabio y grosero, una masa capaz de hacerte reír con una situación dramática, y llorar de angustia en medio de las risas. Lamento no haber trabajado en su siguiente película suiza, donde hizo de abuelito de Heidi.
* Enviado Especial


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