23 de septiembre 2008 - 00:00
González Mir, un destacado exponente del conceptualismo
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La actual muestra de Jorge González Mir testimonia la coherencia de su larga trayectoria
como artista conceptual, y la importante huella de su obra en el arte argentino.
En 1969 presentó «5 watts en 500 watts» (una lámpara eléctrica incandescente de 500 wats a la que le transmitía una corriente eléctrica de cinco), con la que inicia su larga trayectoria como artista conceptual. En un primer sentido, la presencia misma de la lámpara aludía a la provisión de energía en forma de luz, al alumbramiento, y a la vez, al desarrollo tecnológico. Remitía al artefacto que operaba al mínimo de su capacidad, comparándolo con una sociedad que sólo tiene energía para suministrar el mínimo que justifique que una lámpara sea lo que es, sin desnaturalizar su función: una imagen simbólica del subdesarrollo social.
El Conceptualismo inauguró el discurso artístico que ejemplificó las contradicciones de la Modernidad y desarrolló, a la vez, nuevos caminos para la indagación sobre el arte y sus funciones. Fue una ruptura epistemológica -en términos del filósofo Gastón Bachelard-, como reacción a la Figuración y al Pop-art.
La obra de González Mir es parte importante de la huella conceptual en el arte argentino cuyos postulados planteaban la incorporación del hecho artístico a la realidad del contexto social y el consiguiente rechazo al circuito sólo mercantil. En su propuesta «Piedra», que ubica bajo una campana de acrílico en lo alto de un pedestal, planteó los temas que lo han apasionado a lo largo de su trayectoria. La Naturaleza, el empleo que de ella hace el hombre, los trastornos y armonías de la sociedad que integra. Así la utilización de la piedra como fuente de calor difiere de su uso para alimentar máquinas industriales, bélicas o un edificio.
«Mi hacer consiste en una serie de investigaciones entendidas como proposiciones sobre arte o de arte. Me interesa trabajar en una forma de expresión que contribuya a definir la personalidad de nuestra cultura. No folklorista ni independiente de lo que ocurre en el mundo, sino consciente de sus propios valores, que se identifique con América latina pero con sentido universal», señaló el artista.
Desde su creación en 1971, González Mir integró el Grupo CAYC; y compartió sus propuestas en reuniones con Benedit, Grippo, Testa, Marotta, Bedel, Portillos y el autor de esta nota. Con ellos recibió dos significativos lauros internacionales: Primer Premio en Slovenj Gradec, Yugoslavia, con la muestra «Hacia un perfil del arte latinoamericano», presentada en 1975, en conmemoracióndel 30 Aniversario de las Naciones Unidas; y en 1977, por «Signos en ecosistemas artificiales», integrando la XIV Bienal Internacional de Arte de Sao Paulo, el Gran Premio Itamaraty, máximo galardón del evento brasileño otorgado por primera vez en 28 años de Bienal a un país latinoamericano. Expusieron también en el Camden Art Center de Londres, en 1971, y al año siguiente, en la III Bienal Internacional Coltéjer de Medellín, Colombia.
«Arte de sistemas en Latinoamérica», los volvió a congregar en el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres, en 1974; y luego en el Espace Cardin, París, en 1975. «Latinoamérica-76» en la Fundación Joan Miró de Barcelona, año en el que también expusieron en el Palacio del Diamante de Ferrara y en el Internacional Cultureel Centrum de Amberes, dirigido por Flor Bex. En 1978, en el Louisiana Museum de Copenhague, y en 1979, mostraron sus obras en el Palais des Beaux Arts de Bruselas. En 1980 expusieron «El Grupo CAYC en ROSC'80", Cuadrienal de Arte de Dublín, invitados por Dorothy Walter, directora del encuentro.
«Hacia el fin de la Segunda Edad Media», en el Museo Cantonal de Bellas Artes de Lausana, fue convocado por el historiador y presidente de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA), René Berger, en 1983. En 1985, presentaron sus obras en el Loeb Center de Nueva York, invitados por la decana de Artes Visuales de la New York University.
A la energía propia del ser humano, González Mir le dedicó su serie «Proceso de agresión mal canalizada». En una de sus propuestas presentó dos radiografías: la de un estómago normal y la de otro enfermo con una úlcera. La agresión ha sido llevada por el hombre contra sí mismo, como consecuencia de frustraciones originadas en un sistema social que él contribuyó a moldear y que terminó por ahogarlo. Cada hombre estaría provisto de un cierto volumen de energía y cuando esa fuerza no se utiliza para la creación, el amor o la libertad, acaba convirtiéndose en un poder negativo, que si se canaliza hacia adentro, puede perturbar su organismo con la enfermedad.
Relación con una realidad geológica era un múltiple integrado por tres compartimientos con canto rodado, arena y el último vacío, todos acompañados por una breve descripción. En el primera sobre la acción desintegradora de agentes físicos y biológicos, la segunda remitía al proceso por el que el desgaste transformó el canto rodado en arena, y la del tercer compartimiento que aparecía vacío se consignaba «En este momento ha transcurrido un segundo». La obra planteaba una gran metáfora a escala geológica del fluir del tiempo.
En el interior de Veinticinco jaulas, colgadas del techo a distintas alturas, presentaba la silueta de un pájaro recortada en madera y pintada de negro, cuyos ojos eran espejos circulares. El planteo de dos tipos de movilidad, la de las jaulas y la de sus ocupantes, producía una visión regular y, a la vez, caleidoscópica, que conjugaba múltiples elementos similares con los destellos producidos por los ojos especulares de las aves. Los espejos eran el lugar donde se reflejaba el observador de la escena y quien miraba su propio enclaustramiento.
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