Una pirata, Marica Rivero, temida en el Río de la Plata fines del siglo XIX, lleva en “La Malparida” (Tusquets) a la escritora Inés Arteta a ofrecer una novela donde literatura, violencia, cautiverio y deseo de goce y de sobrevivencia se integran de modo atrapante. Arteta es Licenciada en Historia (UBA), doctorada en Universidad de Edimburgo, y narradora de amplia obra, dialogamos con ella.
Inés Arteta recupera una temida pirata rioplatense del siglo XIX
La destacada novelista acaba de publicar "La Malparida", novela sobre la auténtica Marica Rivero que asoló las aguas del Río de la Plata, combinando en su historia violencia, cautiverio, goce y supervivencia.
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Periodista: ¿Buscó recuperar a una olvidada mujer pirata?
Inés Arteta: ¿Olvidada? Ocultada. Si era difícil para los gobiernos de Buenos Aires, Entre Ríos y Montevideo reconocer que había piratas acechando en el Río de la Plata, más difícil les resultaba contar que la jefa de los piratas era una mujer, primero Micaela Taborda “La Cojuda”, luego Marica Rivero “La Malparida”, temida como pocas.
P.: ¿Cómo supo de esas mujeres?
I.A.: Cuando me enteré, me sorprendió que existieran. Me pasé cinco años investigando, rastreándolas y buscando entenderlas. Sobre “La Cojuda” hay muy poca información, en cambio “La Malparida” todavía está presente para los isleños del Delta. Mi fuente principal fue “Río abajo” libro de Lobodón Garra, Liborio Justo, uno de los siete hijos del General y Presidente Agustín Pedro Justo, narrador y teórico marxista. Anota en su libro que los isleños le solían hablar de “La Malparida”, que un tío abuelo o la bisabuela la había conocido. Si los diarios no decían nada de los piratas era para no poner en evidencia la debilidad de la Prefectura o porque estaban ocupados de la Guerra del Paraguay.
P.: Los piratas abordan un barco, degüellan a la tripulación y los pasajeros, y se llevan los bienes y dos mujeres. ¿Por qué comenzó su novela como un thriller?
I.A.: Es que así actuaban los matreros piratas. Esperaban que un barco encallara en un banco de arena. El asalto era un baño de sangre, al irse quemaban el barco. El río está lleno de barcos hundidos. Si los corsarios ingleses eran piratas “legales”, los de nuestros ríos eran bandas de criminales y desertores que se escondían en el Ibicuy donde era imposible dar con ellos. Su modo de sobrevivir era la piratería y proteger a los isleños.
P.: De esa forma destructiva y sangrienta la banda de Delgado, El Correntino Malo, se lleva para su uso a dos cautivas.
I.A.: Eran las únicas mujeres, una con una nena, en la balandra “Ditirambo”. Marica, un joven que era partera, con su hijita. A la nena, ni bien llegan a la isla de la banda, Delgado la degüella porque grita mucho. Emilia Burton, es una chica de clase alta que viajaba de Nueva Palmira a San Fernando a casarse. Los hombres de la banda las usan sexualmente, cuando y como tienen ganas. Marica se pega a Delgado, el jefe, y termina dándole órdenes. En el cautiverio –pasan así diez años- surge la dependencia emocional con el captor y la violencia se normaliza como una forma de conservación, se da el apego del Síndrome de Estocolmo. Pero Marica va por más, se hace de un lugar, quiere participar en los asaltos a los barcos como un miembro más de la banda, y eso está prohibido.
P.: ¿Prohibido?
I.A.: Creen que las mujeres traen mala suerte en los barcos, provocan tensiones y distracciones. Marica busca mostrar que no tiene esos rasgos femeninos. Cuando se suma en un violento enfrentamiento se desnuda y se pone como mascarón. Dice: uso todo mi cuerpo para distraer al enemigo, no traigo mala suerte, ganamos, soy más que ustedes en todo sentido. Avanza en la performance que la llevará a ser “La Malparida”.
P.: ¿Por qué Emilia no la sigue?
I.A.: Son de dos mundos. Emilia se ve encerrada en ese micromundo que ni en la mayor locura se le hubiera ocurrido imaginar. No es su lugar, es joven, cuidada, de clase alta, y no ve cómo escapar. Eso hace que se adapte, se someta, como modo de conservación. Pero también en la convivencia surge el deseo, que hace mucho más terrible la violencia. En los momentos orgiásticos Emilia puede estar con Martín, pero desear al Chafalote, y erotizarse mirando a Marica.
P.: ¿La chica educada está fascinada con esa otra, capaz de cruzar todos los límites?
I.A.: “La Malparida” es la historia de una mujer que mira a otra que pasa de partera, de alguien que se dedica a dar vida, a dedicarse a dar muerte como su forma de supervivencia. A la vez, trata de cómo una mujer se refleja en otra para buscar de ese modo lograr su propia independencia. De ahí en Emilia la admiración, el asombro, ante alguien que es capaz de ejercer la maldad, algo que ella no puede procesar. Una situación semejante la vive Bruno en “El perseguidor” de Cortázar. Y está en Conrad, en “El corazón de las Tinieblas”, cuando pone a Marlowe mirando desde el lado de la cordura como Kurt se atrevió a cruzar ese límite. Marica, La Malparida, no solo atraviesa el límite, quiere dejar su marca.
P.: ¿Es por eso que tras un asalto le regala a Emilia una bitácora para que escriba?
I.A.: Marica quiere ser protagonista, quedar de alguna manera. A Liborio Justo le contaron que “La Malparida” gritaba: quiero que hablen de mí, que los niños me tengan miedo, que me tenga pavor la milicada.
P.: En su octava novela, ¿decidió entrar en la tradición de Horacio Quiroga, Haroldo Conti y Liborio Justo?
I.A.: Y en la de las cautivas, tema argentino muy vital, tratado por Echeverría, Borges, Eduarda Mansilla, Leopoldo Brizuela, y está en la vida de Lucia Miranda anotada por Ruy Díaz de Guzmán.
P.: ¿En qué está trabajando ahora?
I.A.: En una investigación sobre la obra de Liliana Heker para mi doctorado en la Universidad de Edimburgo. Y tengo “Las Pereira”, una obra sin publicar que ganó el Primer Premio Municipal de Literatura. La historia está ubicada en los últimos años de la dictadura y trata de desaparecidos económico-financieros.
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