25 de noviembre 1999 - 00:00

"UNA SEÑAL DE ESPERANZA"

P ese a algunos puntos en común (cierto humor para narrar una fábula dentro del marco del Holocausto, una niñita a la que se le miente para que conserve la esperanza, e incluso una estrella cómica en el papel protagónico), no es pertinente comparar este film con «La vida es bella» de Benigni. Básicamente, porque pierde en la comparación. Y, además, porque para alejar cualquier sospecha de oportunismo, sus antecedentes dicen que está basada en un libro que ya tuvo una primera versión cinematográfica alemana premiada en Berlín en 1974.
Ambientada en un gueto judío de algún lugar de la Polonia tomada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, la artificiosa historia de «Jacob, el mentiroso» el título original contrasta fuertemente con una reconstrucción puntillosamente fiel (léase siniestra) de ese momento de la historia. Todo comienza cuando Jacob ( Robin Williams) corre tras una página de diario que escapa de sus manos, movida por un viento que, curiosamente, la afecta sólo a ella. La metáfora está explicada por una voz en off que después se comprobará es sobrenatural, pero igual es sencilla: dentro del gueto están prohibidas las noticias. Descubierto por un guardia alemán, Jacob tiene la primera oportunidad de hacer un chiste y también de ser severamente castigado. En lugar de eso, dentro del cuartel nazi escucha accidentalmente por radio la noticia de que los rusos están a sólo 400 kilómetros de allí. Aunque aterrorizado por la posesión de ese secreto, Jacob decide revelarlo para salvar un par de vidas.
Pronto, todo el mundo habla de eso y, peor aún, se corre la voz de que
Jacob tiene una radio. Un delito castigado con la muerte. Pronto también, el protagonista descubre que si sostiene el malentendido también sostiene la esperanza de sus semejantes, incluida la de una niña de 10 años escapada de un tren que llevaba a su familia al exterminio y que él esconde en su casa, arriesgando doblemente su vida.

 Suspenso

El film, como es fácil deducir, juega con el suspenso de quién llegará primero: los rusos a liberar el gueto o la Gestapo a la casa de Jacob. Entretanto, arrecian las manipulaciones emocionales al espectador por todos los medios posibles. Personajes delineados burdamente (el barbero, el boxeador bruto pero de buen corazón) excepto el del siempre creíble Armin Mueller-Stahl, crudas escenas «documentales», parlamentos didácticos, pero, sobre todo, Williams. Si hasta tiene su momento al estilo «La sociedad de los poetas muertos», cuando imita a Churchill, entre otros, y hace ruidos «radiofónicos» para engañar a su pequeña huésped.
El final depara todavía un insólito instante de realismo mágico. Lo peor, sin embargo, es que la película no hace reír, ni emociona, ni nada.

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