En varias oportunidades nos hemos referido a la obra de Carlos Gorriarena (Buenos Aires, 1925 - La Paloma, Uruguay, 2007). Desde su desdén por los metalenguajes, citaciones del pasado, enemigo frontal de los mundillos culturales, totalmente afuera de la postura modernismo-posmodernismo, Gorriarena siempre disparó sobre el contemplador para sacudirlo del letargo, de mucha pintura vacía de contenido, de mirar por sobre el hombro.
Valiosa retrospectiva en homenaje a Carlos Gorriarena
"La pintura como un campo de batalla" puede visitarse hasta fin de mes en The Art Gallery. Se integra también con algunas obras de sus discípulos como Germán Gárgano, Jorge González Perrin y Mariano Sapia.
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Un colorista violento, formas desbordadas, figuras dinámicas que avanzan y, aunque rechazaba el mote de pintor expresionista, no hay otra manera de clasificarlo. Obra vital, intuitiva, gesto violento, se podría decir que se sigue el movimiento de su mano que remata, tanto en líneas que esbozan un contorno como aquellas que se funden en la espesa sombra.
Hacia 2006 vimos a un Gorriarena que no renunciaba a su pasión pictórica, pero se había vuelto más introspectivo, sin denuncias, frontal para desnudar al poder, y sin esa mordacidad del grotesco habitual en el corpus de su obra. Una visión más humanista. Se pensó que se había acallado. Pero no, era una etapa más feliz, se había dejado llevar por cierta melancolía, por una sabiduría propia del que ha visto y vivido mucho.
Destacamos en ese entonces “El riesgoso camino hacia la nada”: un hombre de espaldas que va hacia un bosque impenetrable y una escena bucólica como “En algún lugar siempre amanece”.
Al revisar catálogos de distintas muestras y el libro publicado en 2005 “Gorriarena - La pintura, un espacio vital”, de María Teresa Constantín y Diana Wechsler, muchos críticos supieron “ver” el contenido de una obra comprometida con la realidad desnudándola en toda su implacable ferocidad.
Así lo señalaba el poeta y editor José Luis Mangieri (1924-2008) que con motivo de la publicación “Gorriarena-La intimidad de la Pintura”, expresó que el artista empuñaba su pincel “como arma mortal contra el olvido en el que los argentinos solemos caer respecto de nuestra historia, aquella de saqueadores y genocidas que azotaron el país”.
En esa misma publicación, Germán Gárgano señalaba que “nuestro siglo se acaba y 'Gorri' comenzaba una vez más, otra vuelta de tuerca, a poner a prueba su propia pintura en el corazón mismo de su inconsistencia. Despojada, despreocupada, sin miramientos, la obra de sus últimos años se ahondó poniéndonos ante más extrañas relaciones". Se interrogaba: “No sé bien lo que hago. ¿Estará bien esto?”. Una pregunta de un artista, alumno de Antonio Berni y Demetrio Urruchúa que se insertaba en los debates del arte contemporáneo a partir de la década del 60, ingresando a través de su obra en la polémica política y estética que afirmaba : “pinto porque lo necesito, porque no podría hacer otra cosa”.
Gorriarena obtuvo la beca Guggenheim (1987), recibió todos los premios nacionales, Salón Nacional (1986), fue Premio Konex (1992) Premio Trabucco (1993).
La muestra que se exhibe actualmente en The Art Gallery titulada “La pintura como un campo de batalla”, reafirma lo que el crítico Raúl Santana señaló acerca de la extraña actividad del pintor: hacer entrar al mundo en el cuerpo a través del ojo para luego extraerlo volcándolo en la tela.
En ella también se incluyen obras de Germán Gárgano, Jorge González Perrin y Mariano Sapia, sus discípulos, hoy destacados artistas.
Uruguay 967. Clausura el 28 de noviembre. Abierto de 16 a 19.
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