El primer año del gobierno del Frente Amplio (FA) fue también el primero de la Coalición Republicana (CR) desde el rol opositor, pero poco se lucieron los partidos, que se concentraron más en la puesta en escena política de la oposición y se vieron desdibujados en sus propias internas.
La oposición cierra un primer año de internas, ruido político y el cuento de nunca acabar
La Coalición Republicana no sacó provecho de los primeros meses del gobierno, atrapada en una actitud tautológica y de disputa que deja margen para mejorar.
-
La pugna por los liderazgos desdibujó a una coalición que todavía debe afianzarse como oposición
-
Surgen nuevas diferencias en la Coalición Republicana y en el Frente Amplio advierten que "hay tres oposiciones"
La oposición cierra un año de internas y ruido político en el inicio del gobierno del Frente Amplio.
El estreno de la Coalición Republicana como oposición no fue el mejor: más pronto que tarde quedó en evidencia que la unidad de la que se jactaban los partidos que, hasta el 28 de febrero, integraron el gobierno nacional, no pudo afianzarse en los hechos, con una salida de Cabildo Abierto (CA) que no solo se expresó en el Parlamento —sobre todo, en la votación del Presupuesto—, sino también en la conformación de la nueva Mesa Política coalicionista, que no los tuvo en cuenta.
Tampoco pudieron sacar demasiado provecho a la falta de mayorías propias en la Cámara de Diputados: el gobierno logró aprobar los proyectos más importantes de su agenda y las cinco interpelaciones que impulsaron el Partido Nacional (PN), el Partido Colorado (PC) y el Partido Independiente (PI), aparentemente, no lograron su objetivo. El saldo final no parece estar a favor, incluso si se tienen en cuenta los casos en los que Identidad Soberana (IS) —la sorpresa parlamentaria que se mantuvo fiel a su propia agenda—, estuvo en la misma página.
El show de la oposición
Las alternativas políticas brillaron por su ausencia por parte de la oposición, que parece haber estado más concentrada en cumplir a rajatabla ese rol —oponerse— que en construir una propuesta concreta. Que el 2025, con apenas diez meses de gestión, ya tenga el récord de la mayor cantidad de interpelaciones a ministros durante un primer año de gobierno, es una importante señal. Y que ninguna de esas convocatorias tuviera resultados concretos —algunas, incluso, no reunieron votos para ninguna moción—, es otra.
La discusión política cayó mayormente en el plano personal-partidario y en las acusaciones de “revanchismo político”, sobre todo si se observa los motivos de los llamados a sala: la cancelación del proyecto Arazatí, la rescisión del contrato con el astillero español Cardama para la construcción de las patrullas oceánicas y el caso de Álvaro Danza al frente de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE), con la decisión de la Junta de Transparencia y Ética Pública (Jutep) incluida.
En los dos primeros, no faltaron los señalamientos de que el gobierno se empeñó en deshacer los grandes logros de la administración anterior; en el último, primó una lógica llamativa: los legisladores opositores hicieron un escándalo de una situación que debería haberse cerrado con la renuncia de Danza a sus cargos privados, y avanzaron incluso contra la Jutep, abriendo las puertas a las dudas respecto de si, cada vez que no esté satisfecha con una decisión, la oposición la considerará espuria.
Lo cierto es que, sin consecuencias políticas, los reclamos y las interpelaciones parecen haber sido más un espectáculo o una puesta en escena para ¿distraer? de algunos problemas heredados que se fueron descubriendo con el paso de los meses. La CR no habría escapado de una dinámica habitual en la relación con el oficialismo, pero que aparece exacerbada: “La oposición le pega a todo lo que se mueve”.
La unidad, desdibujada por las internas
La unidad de la Coalición Republicana quedó casi en un segundo plano no solo por las internas de la alianza política —con Cabildo Abierto quedando en el camino—, sino por las diferencias al interior de cada partido. El hecho de que tanto el Partido Colorado como el Partido Nacional renovaran a sus autoridades, en un año que también tuvo su condimento electoral a nivel departamental —donde la CR se presentó bajo el mismo lema en solo tres jurisdicciones y ganó solo en uno: Salto—, profundizó el clima de pujas por un liderazgo que no terminó de consolidarse en ningún caso.
En el caso de los blancos, las diferencias se expresaron en la Convención Nacional y en la elección de Álvaro Delgado al frente del directorio, en medio de las críticas no resueltas sobre su responsabilidad en la derrota del 2024 y de la discusión sobre la necesidad de dejar atrás el “luisismo”.
Pero no terminaron allí. Continuaron durante el proceso de autocrítica del partido, y tuvieron también su expresión a nivel político y de gestión, sobre todo con dos episodios particulares: por un lado, las distancias evidentes entre la postura rígida opositora del órgano partidario y la actitud más dialoguista de los intendentes blancos —que buscaron negociar con el Ejecutivo nacional mirando hacia sus departamentos—; y, por el otro, la disputa entre senadores y diputados blancos en torno a la votación de las modificaciones del Presupuesto, aprobadas en la Cámara alta y cuestionadas en la baja.
En paralelo, el Partido Colorado también tuvo sus pujas de poder que, aunque parecieron quedar saldadas cuando acordaron una lista de unidad para la elección del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) —con Andrés Ojeda, el excandidato presidencial, en la secretaría general—; tuvieron episodios en los que Unir para Crecer y el Vamos Uruguay de Pedro Bordaberry —quien no disimula demasiado su esfuerzo por recuperar el liderazgo colorado tras su regreso a la política— no lograron mostrar cohesión.
En definitiva, en ninguno de los dos partidos principales de la oposición parece haber un líder fuerte y firme —tanto puertas afuera como puertas adentro— que logre ordenar el contrapeso al Frente Amplio; tampoco que coordine y cohesione a la Coalición Republicana como el espacio político que, insisten, también existe por fuera de la alianza de gobierno que motivó y fundamentó su creación.
Si bien queda mucho de este período y apenas van diez meses de la actual conformación de fuerzas, encontrar un rumbo propio —y propositivo— es acuciante también para quienes no son oficialismo, sobre todo porque quieren volver a serlo en 2030. Las pocas apariciones de Luis Lacalle Pou fueron un arma de doble filo en ese sentido: a falta de cuatro años para las elecciones, se perfila como la opción natural opositora. El problema es que todavía falta mucho y, en el medio, quienes tienen cargos deben responder por aquellos que les confiaron su voto en octubre de 2024. El gobierno no es el único que debe rendir cuentas a la sociedad.




Dejá tu comentario