9 de septiembre 2014 - 00:00

Pruebas de la eterna presencia del arte clásico

El erotismo de “Leda y el cisne” en una copia de la pintura de Miguel Ángel realizada en el año 1550, dialoga con una fotografía excepcionalmente clásica de Vanessa Beecroft. El cuerpo y su belleza se perciben en el calco de la “Venus de Milo”, pero confrontando a la “Venus” anónima  de Pistoletto, que está rodeada y casi cubierta por una montaña de jirones de ropa usada.
El erotismo de “Leda y el cisne” en una copia de la pintura de Miguel Ángel realizada en el año 1550, dialoga con una fotografía excepcionalmente clásica de Vanessa Beecroft. El cuerpo y su belleza se perciben en el calco de la “Venus de Milo”, pero confrontando a la “Venus” anónima de Pistoletto, que está rodeada y casi cubierta por una montaña de jirones de ropa usada.
La Fundación Proa de La Boca presenta por segunda vez una muestra curada por el teórico Giacinto Di Pietrantonio, director de la Galería de Arte Moderno y Contemporáneo de Bérgamo (GAMeC) y profesor de historia del arte en la Academia de Brera. En el año 2009 el curador presentó "El tiempo del arte" y ahora volvió hace unos días a Buenos Aires con varias obras de instituciones y colecciones italianas para montar dos ambiciosas exhibiciones: "Lo Clásico en el Arte" y "Fabio Mauri".

Di Pietrantonio
trata a las obras como un director de teatro a sus personajes y cada escena se abre a una multiplicidad de sentidos que es preciso descubrir. Vale la pena escucharlo. El campo que domina el curador es la diversidad: desde el arte grecorromano con un firme acento en el Renacimiento y el Barroco, hasta la contemporaneidad. Surfeando con destreza la historia del arte, Di Pietrantonio exhibe obras que representan la figura humana y a través de ellas demuestra la presencia casi permanente del arte Clásico.

Al ingresar a Proa se divisa una pequeña pintura realizada en el año 1550 que representa "La Piedad" de Miguel Ángel, frente a la inmensa escultura de Buonarroti en tamaño real, un calco perteneciente al Museo porteño Ernesto de la Cárcova. Entre ambas obras irrumpe la contemporaneidad de Kiki Smith: una mujer hincada sobre una pira de leños que con sus brazos abiertos traza una línea imaginaria entre las dos versiones de "La Piedad". Al describir la pintura que proviene de la Academia Carrara, Di Pietrantonio destaca el valor de las copias de época, cuenta que el propio Miguel Ángel fue un buen copista y agrega que así gano en su juventud parte de la gloria. "La imagen de la escultura 'La Piedad' transportada a la pintura, adquiere otras cualidades", observa. Por lo demás, el curador no olvida los materiales, marca la distancia que separa el mármol del yeso y señala la estricta diferencia entre la copia manual y el calco de una escultura, realizada mecánicamente con la máquina de puntos.

El pathos del "Diluvio universal" de Giulio Carpioni (1675) destaca el dramatismo del conjunto, suscita el mismo desasosiego que el espectador volverá a experimentar en la muestra de Fabio Mauri.

La sala siguiente se abre con el "Retrato de un eclesiástico" de Bernardino Licinio (1525-1530) y la serie de retratos de los siglos XV y XVI atribuidos a la escuela "leonardesca". El yeso de Charles Avery, la cabeza del "Empirista" (2009) con el turbante del filósofo Averroes, al igual que la extensa serie de autorretratos de goma de Alfredo Pirri (1992) que derraman lágrimas de colores sobre las máscaras mortuorias, cobran una nueva dimensión humana frente a la cabeza del "David" de Miguel Ángel.

El hombre piensa y Di Pietrantonio aclara que las obras fueron seleccionados por su carácter político: "Los personajes elegidos ambicionaron cambiar algo en este mundo". Luego sobre los reiterados regresos al arte de la antigüedad, ese ir y venir perceptible en toda la historia, observa: "La vuelta a lo clásico se asocia a la quietud y cobra forma en momentos de grandes cambios, como el de la Revolución Francesa".

Los criterios acerca de los modelos expositivos han variado con el tiempo, pero sin duda, Di Pietrantonio, posee un estilo personal que se diferencia del común. En la muestra actual, más allá de cruzar épocas y estilos, más allá, también, de sus análisis sobre el tiempo del arte, que es mucho más dilatado que el del hombre, el curador cuestiona qué hay de nuevo en lo arcaico y qué hay de antiguo en lo moderno y contemporáneo.

La última sala está dedicada al cuerpo y hay una línea que une el calco del torso del "Apolo de Belvedere", fragmento que motivó un poema de Rilke, con la obra de Michelangelo Pistoletto "El Etrusco", una copia en bronce de la escultura etrusca de Aulo Metelo colocada frente a un inmenso espejo. El espectador aparece entonces junto a la escultura reflejado en el espejo. De este modo ingresa a una obra que cuestiona el papel que le cabe al que mira y no ya como intérprete sino como autor.

El cuerpo y su belleza se perciben en el calco de la "Venus de Milo", pero confrontando a la "Venus" anónima de Pistoletto, que está rodeada y casi cubierta por una montaña de jirones de ropa usada. El erotismo de "Leda y el cisne" en una copia de la pintura de Buonarroti realizada en el año 1550, dialoga con una fotografía excepcionalmente clásica de Vanessa Beecroft. Las obras mencionadas son apenas unas pocas en la extensa muestra que invita a hacer otros recorridos y otras lecturas. Este lúcido y didáctico estudio de las afinidades o discrepancias que surcan el arte de todos los tiempos abre, aunque es muy breve, un extenso campo de investigación. "En un arco temporal que se extiende desde Grecia hasta nuestros días lo antiguo es copiado y vuelto a copiar, entre repeticiones y e innovaciones", subraya Di Pietrantonio.

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