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No quedan dudas de que el mundo está viviendo hoy un lento pero permanente reacomodamiento en los roles que ocupan los principales países en el tablero internacional. La tradicional hegemonía geopolítica ostentada por Estados Unidos y Europa está siendo por primera vez desafiada por un bloque de países emergentes denominado BRICS. El efecto inmediato, acentuado por la crisis que vive hoy Europa y que obliga a generar circuitos alternativos, es la transformación paulatina desde un mundo unipolar a uno multipolar, donde los BRICS buscan precisamente tener mayor peso estratégico y poder de decisión en el escenario global. En ese contexto, Rusia aparece como uno de los jugadores de peso basado en la extensión de su territorio, sus recursos naturales, su tecnología y su potencial para financiar diversos proyectos en una amplia gama de países, en busca de restablecer el potencial económico que supo tener hasta antes de la caída del comunismo.
Así, Argentina pugna por ocupar en su relación con los BRICS, y con Rusia en particular, una posición más activa y protagónica que la que le ofrecen actualmente las potencias occidentales, participando ya no como socio periférico sino estratégico, en una relación donde todos los participantes salgan ganando. Esta relación con Rusia se potenció durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, cuando en 2008 firmó con su par ruso Dimitri Medvedev una declaración de asociación estratégica, ratificada luego por Putin, y brinda a la Argentina un respaldo que probó ser especialmente útil tras el artificial default al que se empuja hoy a la Argentina. La lamentable labor de la Justicia norteamericana agregó una dificultad a la posibilidad de financiamiento argentino para el desarrollo de diversos proyectos de infraestructura.
De querer acudir a las tradicionales fuentes de crédito, Argentina debería pagar una sobretasa que encarecería mucho el financiamiento. Sin embargo, tanto Rusia como China se apresuraron a mostrar su interés en participar en el mercado local.De hecho, Argentina tiene ya acuerdos con los chinos para la construcción de dos grandes represas, y con los rusos en el área de la energía atómica (Argentina y Rusia firmaron este año un acuerdo país-país de cooperación nuclear para usos pacíficos), además del interés de grupos empresarios de ambos países asiáticos en participar del sector de hidrocarburos, especialmente en Vaca Muerta. A fines del año pasado, una delegación oficial argentina viajó a Rusia para presentar quince proyectos (que incluían centrales hidroeléctricas y acueductos) por una inversión conjunta de casi 20 mil millones de dólares, lo cual deja ver también el interés del Ejecutivo por atraer fondos desde ese país.
Las relaciones no se limitan sólo al terreno económico. Durante la gira del canciller Hector Timerman por Rusia, acordaron la conclusión de acuerdos en variados temas como cooperación penal judicial, cooperación tecnológica, temas relativos a la defensa y hasta se reafirmó el respaldo ruso a la Argentina en la disputa por la soberanía de las Islas Malvinas.
A partir del creciente conflicto en Ucrania y del rol que desde las potencias europeas le adjudican a Rusia en la promoción de los separatistas, el mes pasado Occidente sancionó medidas que buscan presionar la economía rusa para forzar un cambio en su postura. Sin embargo los esfuerzos por afectar los sectores financiero, energético y hasta militar rusos pueden resultar un arma de doble filo, ya que Putin no tardó en mover sus fichas suspendiendo por un año la importación de frutas, legumbres, leche, carne de cerdo y productos lácteos provenientes de Estados Unidos, Unión Europea, Australia, Canadá y Noruega. Esto, además de significar un golpe para las economías europeas que pierden un importante comprador de sus productos, representa para los países de América Latina, naturales competidores de las economías afectadas, una oportunidad para ganar predominancia en un interesante mercado (un ejemplo es el 10% de las exportaciones agrícolas de la Unión Europea que actualmente van hacia Rusia).
En relación a esto, recientemente la ministra de Industria, Débora Giorgi, y su par de Agricultura, Ganadería y Pesca, Carlos Casamiquela, mantuvieron la primera de las que serán varias reuniones con autoridades rusas para avanzar en ampliación de las exportaciones hacia el país asiático. Se buscan colocar en ese mercado fundamentalmente productos del rubro alimentario, el principal afectado la represalia rusa hacia los países mencionados. Por su parte, la Cámara de Comercio Argentino-Rusa (Caciar) convocó a los productores de alimentos a aprovechar la creciente demanda de Rusia para abastecer un mercado que busca reemplazar a sus usuales proveedores.
Como se ve, lejos del aislamiento que pregonan analistas y personajes políticos sin mayores fundamentos, Argentina participa de manera activa en recuperar un rol activo, no sólo en el plano económico, sino también en el político, buscando alianzas con países emergentes y con quienes pueda entablar una relación sinérgica que permita el desarrollo local.
(*) Economista integrante del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular (GEENaP)
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