31 de agosto 2020 - 00:00

¿Por dónde empezar?

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Reflexionando acerca de los problemas que atraviesa el sector productivo en la Argentina, y el orden de prioridades sobre las que debemos trabajar para superar las coyunturas económica y social, más allá de la crisis sanitaria, me surge el interrogante de cómo arrancar este proceso.

La pregunta que se impone, y no es la primera vez, es desde dónde empezar. En un tránsito inteligente hacia la nueva economía global, la que estará modelada por la salida de la pandemia, se necesita un nuevo pacto social: cómo convocar, qué camino recorrer, de qué manera podrán participar todos los sectores -particularmente los del capital- mientras se optimiza el uso de nuestros recursos, recursos que todos estamos convencidos que son los propios de un país potencialmente más rico del que hemos construido.

¿Cómo encaminarnos a poner en acto ese inmenso potencial, eliminar la pobreza, ocupar racionalmente todo el territorio, generar millones de empleos productivos?

Este desafío se viene planteando en nuestra sociedad desde hace décadas con suerte dispar. Por lo general, tratamos de resolverlo cada uno en nuestro pequeño submundo y –en esa parcialidad y negación del conjunto- apenas logramos levantar el corto vuelo de la perdiz. En alguna ocasión inclusive nos hemos acercado bastante haciendo confluir al Estado, a los partidos políticos, a los gremios y al sector del capital en un debate acerca de como acordar un camino hacia el futuro. Lamentablemente al primer cambio de las condiciones de borde, tiramos todo ese esfuerzo por la ventana.

¿Qué faltó? ¿Cuál fundamento ético, sin el cual no hay construcción perdurable, estuvo poco presente?

Relata el Talmud que la escuela de Hillel fue la que guió al pueblo judío por varias generaciones. Una leyenda muy conocida cuenta que un pagano se acercó a Hillel e insistió en que quería aprender toda la Torá mientras se mantenía parado sobre un pié. Fue en ese momento cuando Hillel, a fin de definir la ley judía en una sola oración, inventó su sentencia más famosa: “No hagas a otros lo que no quisieras que te hicieran a ti. Esa es toda la Torá; lo demás es comentario. Ahora ve y estudia.”

Esa magnífica capacidad de síntesis nos sería de inmensa utilidad en estos días para lograr superar nuestros rencores y nuestras frustraciones. Diría que ese es el principio ético de cualquier acuerdo perdurable. Lo perdurable es la esencia de un acuerdo porque el acuerdo es para terminar con lo provisorio. Es muy posible que muchos sectores de nuestra sociedad vieran en este intento, en una primera mirada, un plagio de García Márquez que bien podría titularse ‘El Reencuentro en tiempos del coronavirus’. Son estos tiempos y es un encuentro. La imperiosa necesidad de evitar males mayores, creo, amerita correr el riesgo de intentarlo.

De todos los encuentros necesarios, el prioritario es el de las personalidades de la política nacional. Sí. Entre ellas, creo, se generan los mayores desencuentros. Seguro sobre el pasado no hay posibilidad -y tampoco urgencia- de encuentro. El desencuentro que nos detiene se da en el presente. Pero me permito afirmar, con esperanza, que existe una solución a la problemática del futuro, por más que aún no la hayamos elaborado. Pensar juntos el futuro podría desatar el desencuentro presente anclado en el pasado. Valdría la pena intentarlo. Tenemos poca reflexión disponible sobre el futuro nacional. Y sin embargo, en la intimidad, todos estamos convencidos de tener un potencial inmenso inexplotado.

Entonces, volviendo al principio de esta nota, la política debería convocarse a un encuentro para reflexionar sobre el futuro, recorrer las geografías posibles del porvenir invitando a participar a todos hasta lograr un punto de encuentro. Este es el desafío que nos interpela a todos como ciudadanos, como trabajadores, como empresarios, como personas del común. Pero el primer paso es de la política y es ahora y es urgente. Ojalá no sea tarde para lo urgente.

(*) Presidente de Aluar

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