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Afganos exploran los beneficios de haber sido democratizados

Afganos de Kandahar son indagados por un soldado.
Diversas fuentes consultadas coinciden en que estos diez años tuvieron un impacto positivo en aspectos como la mejora de los transportes y comunicaciones, el acceso masivo a la educación o la consolidación del Gobierno central y las fuerzas de seguridad. «Hoy mi mujer trabaja como maestra y mis dos hijas estudian una carrera, algo impensable hace sólo diez años», reconoce el general retirado y exviceministro de Interior Abdul Hadi, quien añade que «antes Afganistán era una nación aislada y olvidada, ahora ya no».
«Casi nadie quiere volver a la situación de hace una década -afirma el analista Fabrizio Foschini-, pero tampoco acaban de ver los beneficios que esperaban de los diez años de presencia internacional y además ahora temen ser abandonados otra vez».
Muchos afganos creían que la democracia traería paz y prosperidad al país, pero su sueño se derrumbó ante la incapacidad de las autoridades afganas y de la comunidad internacional de crear un Gobierno al servicio de los ciudadanos.
«La democracia adquirió muy mala fama y para muchos se convirtió en sinónimo de robo, corrupción y abuso de poder», afirma Hadi. «Han querido crear una democracia sin demócratas, sin tener en cuenta al pueblo», subrayó el exministro de Interior.
«Los insurgentes supieron aprovecharse de las fallas de la intervención internacional y de las debilidades de la incipiente democracia afgana para ganar adeptos a su causa», afirmó Foschini, miembro de una red de analistas internacionales sobre Afganistán.
Un error destacado por muchos observadores es que los gestores internacionales decidieron ignorar los peligros de la corrupción y no poner límites ni reglas claras en los inicios de su presencia en Afganistán.
Lluvia de millones
La falta de acierto a la hora de establecer las prioridades llevó a los responsables internacionales a supeditar toda la intervención a la seguridad y a la lucha contra los talibanes, cuyas capacidades militares fueron además sobrevaloradas durante los primeros años.
El país centroasiático ha vivido durante esta década una auténtica lluvia de millones que disparó la corrupción y tuvo efectos nocivos en la economía del país, ya que no hubo un auténtico plan de desarrollo.
Según el Ministerio de Finanzas afgano, la comunidad internacional desembolsó sólo en cooperación al desarrollo casi u$s 57.000 millones y hay casi 30.000 millones más comprometidos hasta 2013. Pero esas cantidades son muy pequeñas si se comparan con la inversión militar, que fue una de las mayores de la historia en un solo conflicto.
Diversos informes afirman que una sola semana de la guerra afgana cuesta u$s 2.000 millones, muchos de los cuales se gestionan a través de contratos y subcontratos que hacen difícil el control de los fondos.
«Se han conocido acuerdos entre empresas de seguridad y los insurgentes para que éstos atacaran determinada zona o ruta y así poder cobrar por su protección al Gobierno», explica un experto afgano en temas de transparencia gubernamental, Abdul Rauf.
El panorama en el aspecto puramente militar no es mucho más alentador, ya que las tropas internacionales, cerca de 130.000 en estos momentos, empiezan a retirarse sin haber logrado el control real del territorio ni derrotar definitivamente a los talibanes. Desde muchos sectores se expresaron profundas dudas sobre las capacidades para controlar el país por parte de unas fuerzas afganas por lo general mal dirigidas, poco preparadas y escasas de moral.
A pesar de ello, los observadores coinciden en que aún hay posibilidades de rectificar incluso antes del fin de la retirada del contingente militar extranjero en 2014, siempre que se replanteen las bases de la intervención internacional en suelo afgano.
Agencia EFE
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