En la muestra “Materia” de la Fundación Larivière, Juan Travnik (1950) presenta algo más de medio centenar de fotografías del paisaje porteño tomadas entre 2019 y 2023. Las imágenes expresan el silencio de la pandemia sumado al tremendo deterioro de una ciudad donde, el avance de la violencia y el crecimiento de la pobreza se vuelven perceptibles en las puertas y ventanas tapiadas y los paredones descascarados. Travnik es un gran maestro. Las últimas décadas de la historia argentina pasaron frente a su lente y sus fotos han dejado un testimonio dramático y, en gran medida, en riguroso blanco y negro. No obstante, si bien el afán testimonial perdura, se percibe un cambio notable en su nueva producción. La expresividad aparece ligada al uso de colores suaves, a unas tonalidades azules y verdes mayormente aplacadas por los grises y tierras que dominan toda la muestra.
Dramáticas imágenes del silencio de la pandemia en una urbe pauperizada
Inauguraron en la Fundación Larivière "Materia", una exposición del prestigioso fotógrafo Juan Travnik, con 50 obras del período 2019-2023. Su habitual blanco y negro torna en este caso a algún color débil.
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Una columna naranja rompe la monotonía, al igual que un paredón de ladrillos rojos. Travnik ejercita el virtuosismo de la mirada y encuentra curiosidades, flechas que señalan caminos opuestos, simetrías y también asimetrías, además de la diversidad estilística de las rejas y materiales destinados a prevenir el robo y el vandalismo, siempre al acecho en los días que corren.
El curador de la muestra, el francés Alexis Fabry, destaca el carácter melancólico de la serie: “Los matices mortecinos de su repertorio cromático traducen su abatimiento frente a la crisis que actualmente atraviesa la Argentina”. Luego, al describir la “materia” de esta nueva serie, Fabry encuentra el parentesco visual que une los accidentes de la pintura informalista con la decrepitud de las fachadas. Durante el recorrido de la muestra surge el recuerdo de Kenneth Kemble, uno de los padres del informalismo argentino. Kemble definía como “una porquería” los materiales toscos (cartones, trapos, alambres, chapas) que él mismo utilizaba en sus obras.
Por otra parte, la semana pasada, en el ciclo de entrevistas “Libro marcado”, la escritora Cecilia Szperling puso en evidencia la figura de Juan Travnik como lector y buen conferencista. Habló entonces del placer que le depara el uso de la pequeña cámara digital Sony RX100 V que lleva siempre en el bolsillo. “Reemplaza a mi vieja y querida Rollei. Esta nueva cámara tiene un dispositivo de estabilización de la imagen muy bueno y me libera del uso del trípode”. Travnik señala este dato y agrega: “Igual sigo pensando bastante el encuadre y el punto de vista de la toma. No me subo al vértigo de la tecnología digital”. Entretanto, y más allá de los condicionamientos que impone una cámara, están los que exige la propia modalidad de trabajo. Primero, elegir el encuadre y, en segundo lugar, hay un tiempo que transcurre (antes lo demandaba pensar dónde colocar el trípode) hasta que se toma la foto. Hoy, es el espacio-tiempo de Travnik. Un breve gesto revela que la cámara está en su mano y no se acerca al ojo cuando dispara.
Libro marcado
Los cruces interdisciplinarios entre literatura y fotografía permiten salir con soltura del territorio de las artes visuales e ingresar en el de las emociones, conceptos, ficciones. El primer libro marcado que eligió Travnik, fue “Cada vez que decimos adiós”, de John Berger, artista y ensayista que brilló en el universo de la imagen y el de las palabras.
El fotógrafo leyó un fragmento del texto donde Berger explora la identidad secreta del artista, su condición excepcional para resolver los más aberrantes conflictos. “Cuando una causa justa es derrotada, cuando se humilla a los valientes, cuando se trata a hombres probados en el fondo y en las bocas de los fosos como si fueran basura, cuando se aniquila la nobleza y jueces en los tribunales aceptan mentiras y se paga a difamadores para que calumnien, […]cuando de a poco se cae en la cuenta de que Ellos están dispuestos a destruirnos, a destruir nuestra herencia, nuestro talento, nuestras comunidades, nuestra poesía, nuestros clubs, nuestro hogar, y si es posible, también nuestros huesos, cuando finalmente el pueblo cae en la cuenta de todo esto, puede que piense que ha llegado la hora del crimen y la venganza justa. […] Esa visión comienza a recorrer el mundo. Los héroes vengadores aparecen en sueños y pueblan las esperanzas. Los despiadados les temen, pero yo, y tal vez tú, les damos nuestra bendición. Yo mismo podría amparar a cualquiera de esos héroes. Y, sin embargo, si durante ese tiempo bajo mi amparo, uno de ellos me dijera que le gusta dibujar, o si fuera una mujer y me dijera que siempre le ha gustado pintar pero que no ha tenido la oportunidad o el tiempo para hacerlo, si esto sucediera creo que entonces le diría: Si lo intentas es posible que consigas lo que quieres de otra forma. Sin que perjudique a tus camaradas y sin que se preste a confusión. No puedo decirte qué hace el arte y cómo lo hace, pero sé que a menudo el arte ha juzgado a los jueces, vengado a los inocentes y enseñado al futuro los sufrimientos del pasado para que nunca se olviden. Sé también que en este caso los poderosos le temen al arte y que esa forma de arte corre entre la gente como un rumor o una leyenda, porque encuentra un sentido que las atrocidades no encuentran, un sentido que nos une, porque es finalmente, inseparable de la justicia”.
¿Se puede creer en la capacidad del artista para encontrar el camino del bien en las peores circunstancias? ¿Hasta qué punto es real la capacidad transformadora del arte? Los interrogantes quedaron flotando. La lectura prosiguió con “El elogio de la sombra”, del japonés Junichiro Tanizaki, el clásico “Sobre la fotografía” de Susan Sontag, “el más leído” y, entre varios otros textos, “La cámara lúcida” de Roland Barthes. A través de las imágenes, siempre didáctico, Travnik explico la presencia del Punctum, ese toque punzante y directo a la sensibilidad que vuelve inolvidable una foto.
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