29 de enero 2013 - 00:00

El recuerdo que nos deja Viglione

Ricardo López Murphy - Economista
Ricardo López Murphy - Economista
Lo conocí siendo Abel estudiante en la Universidad Nacional de La Plata, donde el autor de esta nota dictaba la cátedra de Teoría del Desarrollo Económico como profesor adjunto.

En ese tiempo ya demostraba un interés excepcional por los problemas económicos y disfrutaba de las discusiones y potenciales explicaciones de los hechos económicos, siempre explotando el costado risueño y pedagógico de cada conclusión.

Luego trabajamos juntos en la Secretaria de Estado de Hacienda del Gobierno nacional, donde nuestras preocupaciones se concentraban en los problemas fiscales, monetarios y sus consecuencias sobre la inflación y el crecimiento económico.

Fueron años muy difíciles, con circunstancias muy adversas para el país, que nos obligaron a todos los que integramos el servicio civil del Gobierno a un esfuerzo enorme, para no volver más aciaga la compleja situación existente.

Nos reencontramos en FIEL durante los años noventa, donde había focalizado sus intereses en la cuestión de los indicadores del ciclo económico y en la dinámica de corto plazo.

Compartimos innumerables veces las jornadas de coyuntura, donde él se concentraba en la parte real y en mi caso, me focalizaba en las cuestiones fiscales y monetarias.

Ambos formulábamos las proyecciones de muy corto plazo que surgían de nuestras elaboraciones, que luego cotejábamos con los estudios que surgían del modelo econométrico (FMF) que realizaba otro grupo de investigadores de la misma institución.

Conocimiento

Abel estaba siempre muy concentrado y conocía a un nivel de detalle increíble la performance real de los distintos sectores económicos, no sólo en sus agregados económicos sino también en sus características tecnológicas.

Sus análisis de las compañías, como su conocimiento de los riesgos potenciales, era sin par en los analistas de coyuntura.

Era un gran comunicador, muy divertido en sus exposiciones que, por su naturaleza, tenían un trasfondo que requería esa picardía para no aburrirse recorriéndolas y sobre todo escuchándolas.

Posteriormente, habiéndome retirado de FIEL, me visitaba a menudo, cuando ejercí el cargo de ministro de Defensa, ya que la Patagonia y en particular Chubut y la Antártida atraían su particular interés. Le gustaba discutir conmigo los temas de economía para la defensa como los problemas presupuestarios del área.

Sabía perfectamente las enormes limitaciones que enfrentábamos y le apasionaba pensar cómo resolver la desproporción de medios a fines en un sector tan complejo, con la carencia de referencias mercantiles, tan útiles en el análisis económico habitual.

Cuáles eran las alternativas, cuáles los precios relativos implícitos en cada decisión, cómo administrar la coyuntura desfavorable con un programa estructural de reforma de largo alcance. Las preguntas eran siempre a lo largo de ese complejo dilema y la forma de sortearlo.

Un tema lo obsesionaba, era el programa antártico y cómo potenciar lo que él creía era una gran oportunidad, luego de la resolución del problema de límites con Chile.

En los últimos años interactuamos, con nuestras viejas discusiones, así como una nueva preocupación que lo condicionaba, que era el problema del capital humano y las decisiones no reversibles y dependientes del sendero inicial que tiene la acumulación, en ese aspecto tan vital del crecimiento.

El mundo virtual, de la nube informática, el ritmo de cambio tecnológico, lo obsesionaban por su complementariedad con la acumulación del capital humano. Pensaba que las malas decisiones allí eran difíciles de revertir y se pagaban muy caras.

Reuniones

Su preocupación con ello lo hacía generar reuniones con grupos de jóvenes economistas, para que esa sensación de estar perdiendo el tren de la historia no fuera sólo una conversación de cenáculo.

A alguna de ellas lo acompañé y me divertí con sus presentaciones de los argumentos profundos que lo motivaban. Por una rara habilidad logró siempre que me encargara de la conducción del automóvil, así podía platicar todo el viaje sin parar. Allí mostraba una gran generosidad, la que nunca buscaba resaltar.

Tengo, como muchos de sus colegas, una gran tristeza por su ausencia, por las conversaciones y debates que ya no vamos a tener, por los consejos y comentarios que nos van a faltar, por su obsesión con las inconsistencias de nuestras políticas públicas y sus comentarios socarrones sobre ellas.

Nos queda -eso sí- un magnifico recuerdo de un buen economista y un mejor ser humano.

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