28 de enero 2010 - 00:00

“Invictus”: eficaz épica deportiva

Morgan Freeman está excelente como el Mandela que logró entusiasmar a la gran mayoría negra detrás de un equipo blanco de rubgy (liderado por Matt Damon en el film), en el Mundial 1995.
Morgan Freeman está excelente como el Mandela que logró entusiasmar a la gran mayoría negra detrás de un equipo blanco de rubgy (liderado por Matt Damon en el film), en el Mundial 1995.
«Invictus» (EE.UU., 2008, habl. en inglés). Dir.: C. Eastwood. Guión: A. Peckman. Int.: M. Freeman, M. Damon, T. Kgoroge, P. Motokeng, J.L. Jones, A. Andoh, M. Stern.

Quien diga que Clint Eastwood hizo películas mejores y más complejas, tiene razón. Que muchas situaciones daban para más. Que pudo ser una obra coral, en vez de reducirse a unos pocos personajes. Que faltarían algunos planos para indicar mejor la evolución de las masas. Que hubo cierta displicencia o limitación presupuestaria en la ambientación de época. Que Chester Williams, el único Springbok de color en 1995, era mulato, y no negro. Que el libro de John Carlin «The Human Touch» (mal traducido en España como «El factor humano») abarca diez años y el film unos pocos meses. Etcétera, etcétera. Tiene razón.

Pero que es una historia excelente, atractiva, emocionante, motivadora, con la sensación casi palpable del esfuerzo físico y la sencilla y hermosa luz de la lección espiritual, nadie puede negarlo. Con esos defectos, que son convenciones del género, y esas virtudes, dirigidas al gran público, así son las buenas películas sobre los líderes deportivos y espirituales, desde «El cura Lorenzo» (que sociabilizó con el juego a los chicos del entonces barrio bravo de Almagro) hasta este «Invictus» que es un hermoso canto al deporte y al entendimiento entre las personas crecidas en el odio.

Corre 1994. Sobre un campo verde, tras las rejas verdes del college junto a la ruta, los muchachitos de un colegio blanco practican rugby. Enfrente, en un descampado sucio detrás de la alambrada, los negritos juegan al fútbol. Así empieza la historia. Pronto, con Mandela en el gobierno, muchos negros quieren destruir los símbolos de los blancos afrikaans (el himno, la bandera, el rugby, ese color). Del otro lado tampoco tienen ganas de ser amables. Pero entre medio está el verdadero líder, el hombre humilde, cordial, conciliador, y por fortuna altamente carismático, el verdadero estadista, que antepone la unión del país a las facciones, y la superación al resentimiento. Y ese hombre hace contacto con el líder del símbolo mayor de los otros, el capitán de los Springboks. Así fue la historia que cuenta esta película. Así fue como toda, realmente toda Sudáfrica ganó el Mundial de Rugby 1995.

En resumen: excelente el protagonista Morgan Freeman, que además propuso el film y ofició de productor ejecutivo. Buena la película, en líneas generales. Recomendables, sus enseñanzas, su valoración de un gran hombre. Elogiable el título, «Invictus», tomado del poema digno de Almafuerte que William Henley escribió en 1875 cuando le cortaron la pierna. Y emocionante, muy buena, la parte final, con el partidazo de los locales contra Nueva Zelanda, nada menos. Da gusto verlo. Y si a esa altura alguien le sigue encontrando defectos, es que ignora la belleza de un drop en tiempo complementario, la fuerza de un aguante en los últimos siete minutos de juego, la energía enorme de una tribuna entera alentando a sus héroes. En cierto momento se la escucha cantando el típico «Oleee, olé, olé, olé». ¿Otro descuido de ambientación? Puede ser. En todo caso, dan ganas de completar el cántico: «¡Oleee, olé, olé, olé, Clint E, Clint E!». Y eso que no es una de las mejores.

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