Sólo 450 de los 4.500 invitados al funeral de Mandela presenciaron en persona el descenso del ataúd al lugar de su último descanso. El resto de los 4.500 invitados ni siquiera pudo ingresar a la aldea propiamente dicha: en un campo de las afueras se armó una carpa con pantallas de televisión por las que debieron conformarse en seguir la ceremonia.
El entierro del exproscripto, prisionero, líder de la lucha contra un régimen racista y premio Nobel de la Paz tuvo toda la solemnidad y los honores de un gran estadista y comandante militar, algo poco frecuente en Sudáfrica y que impresionó incluso a altos funcionarios oficiales, tal como comentó Barbara Schreiner, presidenta de la Comisión Nacional de Investigaciones Hídricas.
El féretro, cubierto con la bandera sudafricana, fue depositado en el piso sobre un cuero de res, de acuerdo a cómo indica la costumbre del lugar. El matar un buey o una vaca es también un símbolo de riqueza ya que se considera que quien tiene estos animales tiene poder de ahorro.
Mientras helicópteros con banderas sudafricanas sobrevolaban el lugar y cazas de la aviación dejaban estelas de humo blanco, los residentes de Qunu sólo pudieron ver por televisión estatal cómo la nueva Sudáfrica decía adiós, en un día soleado y cálido muy distinto al del domingo, a un líder que ayer fue conmemorado también por históricos luchadores -algunos hoy presidentes- de África.
Durante los discursos en la capilla ardiente, no sólo se recordó a Madiba como persona, sino como representante de una generación de luchadores antiapartheid y anticolonialistas, de los que se hizo expresa mención, y como el hombre que encontró el camino para unir un país fracturado.
El operativo de seguridad montado en esta pequeña aldea rodeada de montañas que impidió el ingreso fomentó el surgimiento de camiones de exteriores y antenas satelitales de las principales cadenas televisivas del mundo en sus laderas para tomar imágenes a un kilómetro de distancia del valle de Qunu.
Así, esta pequeña aldea de menos de 300 personas, se mostró convulsionada por la gente que deseaba darle el último adiós al padre de la nueva Sudáfrica y por el despliegue tecnológico nunca antes visto en esta región.
La ceremonia cerró más de una semana de actos, vigilias y funerales, de los que participaron la familia del fallecido líder y referentes internacionales como el vicepresidente iraní, Mohamad Shariatmadari, el expremier francés Lionel Jospin, y el arzobispo sudafricano y amigo personal Desmond Tutu, quien acompañó el ataúd en el momento final.
El presidente del país, Jacob Zuma, uno de los oradores, aseguró que Mandela fue "lo que toda una nación necesitaba en un momento tan crítico" y sostuvo que los masivos funerales fueron el modo de superar el "dolor" de todos aquellos que "no supimos afrontar la realidad de que (Mandela) era mortal". "Un gran árbol ha caído, ahora se va a casa para descansar junto a sus antepasados", afirmó el jefe del clan, Ngangomhlaba Matanzima, quien llevaba sobre los hombros una piel de leopardo.
El discurso más emocionante fue el de uno de sus compañeros de prisión, Ahmed Kathrada, liberado en 1989, un año antes que Madiba. A los 84 años, el militante despidió "al hombre sano y fuerte, al boxeador, al prisionero que tomaba el pico y la pala cuando nosotros no podíamos hacerlo", al tiempo que recordó a otros líderes del movimiento contra el racismo ya fallecidos, como Walter Sisulu y Oliver Tambo, y muchos de organizaciones distintas al CNA a los que, aseguró, "Mandela ahora se les unió.
Agencias Télam, ANSA y DPA |
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