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“Parece chiste que me identifique con una santa, pero fue así”
Dujovne Ortiz: «No fueron las visiones místicas de Santa Teresa las que me atraparon sino los estados de éxtasis que alcanzaba, y el ser una santa marrana, la nieta de un judío converso que había sido perseguido por la Inquisición».
Periodista: ¿Cómo surge en usted, que ha dedicado sus novelas históricas a otro tipo de personajes femeninos, contar la historia de una santa?
Alicia Dujovne Ortiz: En los personajes femeninos sobre los que he escrito hay un común denominador. La prostituta Mireya que se vino a Buenos Aires, la heroína Anita, la brasileña que se fue a Italia con Garibaldi, Eva Perón, la fotógrafa surrealista Dora Maar, son todos personajes extremos que tienen una identidad dividida, como la tengo yo y como la tuvo Teresa de Cepeda y Ahumada. En el caso de la santa, yo tenía una vieja deuda con la mística. Y cuando digo mística no quiero decir religión. La religión es la religión oficial, que defiende a rajatabla los dogmas. La mística se desarrolla al lado de la religión de forma marginal. Tan marginal que a veces a un místico que recibe los favores divinos, como decía Teresa, lo pueden canonizar y a otro quemar. Todo depende de la astucia con que se movieran respecto al dogma.
P.: ¿Y de dónde viene esa deuda con la mística?
A.D.O.: A mí desde jovencita me interesó la mística debido a una experiencia, a la que se le puede llamar de cualquier modo, pero por lo común se califica de éxtasis. Plaza Lavalle, 18 años, de pronto una especie de gran felicidad que cae sobre uno de forma inexplicable y que no se parece a nada. Muchos han tenido atisbos de esta cosa maravillosa que le puede caer a cualquiera. Estoy convencida de que no es necesario estar en un convento o pertenecer a una religión para gozar de esa felicidad indescriptible. Tuve la posibilidad de gozar de eso sin ningún problema porque soy hija de comunistas y no tenían prejuicios contra nada, tampoco contra la religión porque había nacido «salvada» de eso, no me habían impuesto nada ni siquiera el comunismo. Como era perfectamente libre me puse a leer textos místicos, a buscar las claves de esta maravilla gozosa. Leí a San Juan de la Cruz, a los sufis, a Meister Eckhart, y a Santa Teresa de Avila.
P.: Y así fue que se decidió por esta Santa.
A.D.O.: Santa Teresa era obviamente el personaje novelesco, en ella está el placer. Eso que Gian Lorenzo Bernini plasmó en una estatua, esa visión que Teresa cuenta, en uno de los textos más eróticos de la literatura, de cómo un querubín la penetra con un dardo de oro con la punta de fuego y ella gime de placer y de dolor, en lo que ella llamaba «un recio martirio sabroso». Pedí que esa imagen del rostro de Teresa estuviera en la tapa, porque el tema del libro es el éxtasis, ese «recio martirio sabroso». Y pedí que la contuviera la Estrella de David porque el otro gran tema que hizo que me interesara por ella es su abuelo. Era nieta de Juan Sánchez de Toledo condenado por la Inquisición en un Auto de Fe de 1485 como judío converso pero judaizado en secreto. Tuvo que desfilar por todo Toledo durante siete días junto a ochocientos condenados, muchos de los cuales terminaron en la hoguera. Con el sambenito, el capirote y un cirio en la mano, yendo de iglesia en iglesia. Para tapar la mancha de la familia, los Sánchez de Toledo, pasan a llamarse Sánchez de Cepeda, que era el apellido de la esposa de ese judío, ella cristiana vieja, y se van a Avila.
P.: Le atrajo contar el caso de una santa marrana.
A.D.O.: Completamente. Santa Teresa es marrana y se entera cuando estalla un escándalo en Avila. Su padre y sus tíos para tener un estatus que los pusiera a salvo, piden reconocimiento de hidalguía. En Avila había en la época una oficina donde los judíos conversos con plata pedían un reconocimiento, falso, de la condición de cristianos viejos. Alguien sale a decir que no puede haber tal reconocimiento porque el abuelo era un judío que había sido condenado por la Inquisición. Así se entera Teresa, según lo señala Américo Castro en 1947. Recién entonces en España se reconoce que ese era el origen de Teresa. Américo Castro alude al momento en que Gracián, el último de los monjes que la adulaban, le dice: «ay, madre, usted pertenece a una familia cristiana vieja y noble», y ella explota: «¿y qué pasa si hubiera pertenecido a una familia conversa?». Hubo cinco siglos de silencio para que se aceptara eso en España.
P.: ¿Cómo hizo para encarnar a una santa en «Un corazón tan recio», sin caer en la hagiografía ni en la fácil herejía?
A.D.O.: Lo que pasa es que yo amo a Teresa. Si bien yo tengo un libro que se llama «Maradona soy yo», nunca antes había asumido la primera persona. Asumí, a veces, el narrador pegado, como con Mireya, la prostituta francesa favorita de Toulouse Lautrec; con Anita, la mujer de Garibaldi. En «Eva Perón, la biografía» la veo desde afuera, y lo más que puedo decir es «Evita puede que haya pensado...». En Teresa hablar desde ella me fue algo absolutamente natural. Parece chiste que me haya identificado en forma absoluta con una santa, pero fue así. Hubo muchas cosas que me llevaron a esa fusión cuando empecé a trabajar su historia. Era medio judía y medio cristiana como yo. Además con esos éxtasis, que a mí me encantan, que son muy recomendables porque hacen bien a la salud, y a la piel [Ríe]. Gracias a sus inquisidores que la obligaron a describirlos tenemos dos libros extraordinarios con una lengua femenina, concreta, y tremendamente sensual. Pero, el éxtasis no es selectivo, es algo que se le ha concedido a la humanidad desde siempre. Y encima de todo eso, su hermano del alma, Rodrigo, se vino con Pedro de Mendoza a fundarnos la patria.
P.: Y el dinero le llegaba, como a toda la España imperial, de América.
A.D.O.: Lorenzo, el otro hermano, se va al Perú y se casa con la hija de Espinoza, el que traicionó al Inca Atahualpa. Para que se salvara le hizo llenar la prisión de oro, y cuando la llenaron, lo matan. Lorenzo le manda dinero a Teresa para que funde sus conventos pobres. Ella no puede no haber captado la ironía, porque ya había salido el libro del padre Bartolomé de las Casas y sabía lo que estaba pasando en América, de estar fundando conventos de regla pobre con el oro robado al Inca Atahualpa. Bueno, a mí me gustan los contrastes. A ella que le daba náuseas el lujo, no tenía más remedio que ir a la casa de las duquesas, condesas y princesas que la adulaban, la usaban, que aparte del lujo que tenían querían pagarse una santa, y para eso le daban dinero para los conventos.
P.: ¿En que está ahora, después de este mundo de religiosos, aventureros, poetas y vasallos?
A.D.O.: Estaba en otra historia sobre el Siglo de Oro que no me salió, entonces cambié de registro, y estoy trabajando sobre la Madame Lynch. Para investigarla me estoy yendo al Paraguay, a ver y oler el lugar donde vivió junto a Francisco Solano López. Era un proyecto que tiene que ver con ese conjunto de mujeres excesivas que me gustan tanto, como decía Evita «a mí no me gustan los tibios». En otro aspecto publiqué «¿Quién mató a Diego Duarte? Crónicas de la basura», sobre el conurbano, y ahora sigo con algo sobre las construcciones subterráneas, con cooperativas con soluciones alternativas. No sólo me meto con santas, también con cartoneros.
Entrevista de Máximo Soto


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