Por Diego González. Consultor, Especialista en "Futuro del trabajo"
La mentira del emprendedor feliz: lo que no te cuentan en Instagram
Ser emprendedor no es tan “cool” como parece. En muchos casos es una ruta solitaria, cargada de incertidumbre, presión constante y responsabilidad total.
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En redes sociales abundan las imágenes de emprendedores sonrientes, trabajando desde la playa con una notebook y un café de especialidad. Historias inspiradoras, frases motivacionales y un estilo de vida “libre” que parece prometer la fórmula perfecta: independencia, pasión y éxito. Pero la realidad es mucho menos instagrameable.
Ser emprendedor no es tan “cool” como parece. En muchos casos es una ruta solitaria, cargada de incertidumbre, presión constante y responsabilidad total. No hay jefes aunque tampoco suele haber red de contención. La famosa frase “dejé mi trabajo de 9 a 18 para empezar a trabajar 24x7” es más que una broma: es un resumen brutal de lo que significa construir algo desde cero.
Porque emprender no es simplemente tener una idea brillante. Es convertir esa idea en un producto o servicio viable, hacerlo rentable, escalarlo y sostenerlo en el tiempo. Es lidiar con pagos atrasados, con proveedores que no responden, con clientes que se caen a último momento. Es aprender contabilidad, marketing, liderazgo, ventas, derecho … todo a la vez y con recursos limitados.
Muchos ejecutivos del ámbito corporativo se ríen con sorna al ver que los emprendedores se ponen el título de CEO (por su sigla en inglés Chief Executive Officer) y dicen “no podes ser CEO en una startup”. Pues bien, ser CEO de una startup es ser Chief Everything Officer.
La gran parte del tiempo se la pasa mal y muy poco bien. Una buena metáfora para entenderlo es la del deporte de alto rendimiento. El emprendedor es como un atleta olímpico: lo que se ve —la competencia, la medalla, la foto triunfal— representa un 5% del tiempo. El otro 95% es entrenamiento invisible: madrugar, repetir, fallar, corregir, cuidar cada detalle. El día a día de un emprendedor se parece más a ese backstage extenuante que al glamour del podio.
Y, como en el deporte, no todos llegan a la cima. No solo por falta de talento, sino porque el desgaste es real. El riesgo también. Emprender implica invertir tiempo, dinero y energía en algo que no tiene garantías. El “fracaso” es parte del proceso, pero rara vez se muestra en los posteos. Y cada fracaso pesa, duele, agota.
Esto no significa que emprender sea una mala decisión. Al contrario, puede ser una de las experiencias más transformadoras de la vida. Pero romantizarla es peligroso. Porque cuando creemos que todo es inspiración y libertad, nos frustramos al primer obstáculo. Y los obstáculos están garantizados.
Emprender no es para todos, y eso está bien. Lo que no está bien es venderlo como un camino fácil o glamoroso. Detrás de cada historia de éxito hay horas, años, decisiones difíciles y noches sin dormir. Y si bien el sueño de construir algo propio sigue siendo poderoso, es importante entender el costo real de hacerlo realidad.
Por eso, si estás pensando en emprender, hacelo con los ojos bien abiertos. Con pasión, sí, pero también con planificación. Con resiliencia y paciencia. Con la conciencia de que estás entrando a una maratón, no a una carrera de 100 metros.
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