De los 257 diputados nacionales, solo siete nacieron en la década de los ‘90. Uno de ellos es Damián Arabia, miembro del ala bullrichista del bloque del PRO, que en abril terminó de poner en palabras lo que su perfil en la Cámara ya expresaba: disrupción, desregulación, antiestatismo y tecnooptimismo. El resultado fue la publicación de “No me rompan las pelotas”, una vidriera de los desafíos que atraviesa la política para conectar con las demandas de los jóvenes.
Damián Arabia presenta su libro: "Los jóvenes van a destruir todo aquello que les rompa las pelotas"
El diputado más joven del bloque del PRO publicó "No me rompan las pelotas", un catálogo de los retos para representar a los nativos digitales.
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Damián Arabia presentará "No me rompan las pelotas" en la Feria del Libro de Buenos Aires.
La premisa del diputado abre preguntas que sobrevendrán en los próximos años: la agenda de los jóvenes volvió a estar en el centro de la escena de la política pero sus subjetividades son casi antagónicas a las utopías sesentistas. El giro de individualidad actual contrasta con el colectivismo del siglo XX y contrariar esa lógica puede representar un esfuerzo forzado. La salida que propone el autor es reconocer la situación y construir desde allí. “Solamente desde el movimiento interno, asociado a los propios valores y deseos, racionalizados y reflexionados, se llega a una nueva forma de encontrarse y vincularse con el otro”, escribe sobre la que denomina “Generación Verdad”, que tiene menos tolerancia a la impostación de los protocolos dirigenciales.
El propio Arabia reconoce participar de estos circuitos que comienzan a desarmarse porque, según propone, “ahora ya no es la oferta la que ordena, sino la demanda”. Los desafíos, entonces, comienzan a enumerarse en el libro: la economía de plataformas, la crisis de representación, las estructuras informales que ganan espacio ante el alejamiento del Estado, la frustración para romper el aislamiento. Aún acomodando una concepción de la juventud afín a nociones con las que se embandera el actual oficialismo que él integra, el autor transparenta el reto de expresar las demandas de los nativos digitales y tiene el gesto de abrazar sin demagogia a un sector al que se le suelen alinear sus características como fallas incorregibles.
“Es un libro escrito para esa generación, pero también fundamentalmente escrito para los que no entienden a esa generación", señala en conversación con Ámbito, en la previa de su presentación en la Feria del Libro de Buenos Aires, el próximo 5 de mayo a las 19 horas en la sala Domingo Faustino Sarmiento. Luego continuará en Rosario, Mendoza, Córdoba, Corrientes, Montevideo y Santiago de Chile: “No me rompan las pelotas” no es un libro de coyuntura ni circunscripto geográficamente, sino que es un texto que se permite el desafío de proyectar un devenir.
Periodista: Propone que existió una juventud muy disruptiva en los ‘60 y ‘70, que busca construir desde lo colectivo, mientras que ahora el pensamiento es individual. Usted es funcionario público, ¿cómo se hace política a partir de una cosmovisión generalizada de individualismo?
Damián Arabia: Ese es el corazón del libro. Creo que la transformación, fundamentalmente con las redes sociales y la tecnología en general, nos llevaron a una hipersegmentación y una hiperindividualización. Se perdieron los espacios de pertenencia y los sentidos identitarios. Antes había un sentido de pertenencia propio de un universo que era mucho más chiquito. Al expandirse tanto el universo, lo que a vos te pasa es que de pronto te podés vincular con uno y con otro. Creo que lo que va a ocurrir, y lo que personalmente trato de potenciar como funcionario público, es volver a descubrir las nuevas identidades y espacios de encuentro. Va a haber que aceptarlos. Si en vez de hacer una negación de eso, lo aceptás en la diferencia de lo que vos creés, vamos a encontrarnos de vuelta, pero respetando total y completamente al otro en su existencia.
P.: En su libro marca esta intuición de que la conciencia colectiva está en desuso y que lo que está funcionando, en términos de representatividad, es lo auténtico. ¿Cómo se pone en juego lo auténtico? ¿Por lo digital necesariamente?
D.A.: Por supuesto lo digital es un gran canal, pero el libro también es un gran canal, donde mucha gente se siente muy identificado. Y eso es porque es sincero y genuino. Yo hablo de la Generación Verdad porque lo que hace es detectar que lo que vos le estás diciendo es auténtico y aunque podés estar en desacuerdo te está diciendo sinceramente lo que piensa y esta generación es muy sensible a esa autenticidad y muy refractaria a la mentira, a lo trucho y a lo impostado. Con el diario del lunes, ¿qué pasó en la elección del 2023? Ganaron los candidatos más genuinos, los que parecían ser lo que eran.
P.: En la cuestión de la representatividad, hubo una campaña en un momento en que el PRO fue el destinatario de ser “los viejos meados”, ¿cómo afrontan ese desafío de renovación en cuanto a autenticidad?
D.A.: Creo que la campaña, fundamentalmente, se terminó perdiendo por una cosa muy acartonada y forzada. Bullrich, que tenía frescura y lo genuino muy parecido a Milei, al ganar las PASO sumó naturalmente al sector que perdió y curiosamente, mi hipótesis es que lejos de potenciarla fue como un salvavidas de plomo.
Lo que está pasando en el mundo en general es que ha perdido el sentido de representación tradicional y las caídas de las partidocracias. Antes hacías carrera dentro de un partido político, ibas subiendo y crecías dentro de una élite, con la que tenías que quedar bien. Esa élite, que en general eran dos partidos o máximo tres, le ofrecían a la ciudadanía la comida que ya habían digerido previamente, entonces la sociedad elegía entre una oferta electoral limitada. Ahora esa situación no existe más, porque fundamentalmente la tecnología nos cambió el modo de consumo, en la vida real y electoralmente.
Ahora hay 17 candidatos a legisladores en la Ciudad de Buenos Aires. Esa fragmentación nos habla de que cambió el orden, porque ahora ordena la demanda, no ordena más la oferta: si un partido político determinado no me ofrece exactamente lo que yo quiero, busco un nuevo partido político; y si ese partido no existe, va a existir porque existirá la demanda y alguien la va a saber satisfacer.
P.: En esta lógica de fragmentación puede haber más autenticidad a la hora de expresarse pero también la dificultad de encontrar consensos y de aceptar las contradicciones.
D.A.: Sí, porque el sistema que nosotros tenemos es un sistema anticuado. No solo la Argentina, sino prácticamente todas las democracias occidentales. Tenemos un problema del sistema de representación y en algún momento tenemos que actualizar la tecnología de gobernanza. ¿Y por qué digo esto? Porque todo se ha actualizado: la forma en que pedimos comida, nos abastecemos, nos movemos, trabajamos o la forma en la que nos vinculamos. Si todas las tecnologías cambiaron, ¿por qué la tecnología con la que nos gobernamos sigue siendo la misma? ¿Cuánto más le va a durar a la política mantener los métodos del siglo pasado?
Creo es que, por ejemplo, los sistemas parlamentarios en general tienden, por la representación coalicionista, a una mejor respuesta para este problema de la fragmentación. En EEUU la amplia mayoría ni se sienten republicano ni se sienten demócratas, pero se canalizan ahí adentro. En cambio, en la Unión Europea vos encontrás sistemas coalicionistas que son más dúctiles, que se encuentran con las nuevas definiciones y las nuevas preocupaciones que tienen más que ver con estos sentidos de representación hipersegmentada.
P.: No me quedó claro cómo, en esta lógica de hipersegmentación y autenticidad, pensás los lugares de crecimiento dentro de tu espacio, en este sentido de representación más directa.
D.A.: Me encontré con el desafío de escribir saliendo de la coyuntura y de la política argentina, y eso es un desafío porque todo el tiempo vos te tensás al volver al día a día. Probablemente no tenga respuesta a esa pregunta y el libro tampoco la dé, porque tiende a poner en tensión el sistema actual de representación que tenemos los argentinos y por ende a todos los espacios políticos que están en la Argentina.
El futuro del Estado
P.: Hay un ejemplo que toma de cuando se instala una aplicación de transporte en las ciudades y los estados de los distritos deciden hacer su propia aplicación estatal para, de alguna forma, absorber a todos esos choferes y competir. Lo propone cómo una carrera sin sentido porque el Estado siempre va a venir de atrás, porque el privado lo tiene desarrollado y probado. Entonces, ¿el Estado no tiene lugar para competir en la economía de plataformas?
D.A.: Si siempre por naturaleza en sí misma el mercado fue más eficiente y más veloz, hoy directamente es abismal la diferencia. El Estado es pesado y es lento, y eso no necesariamente lo convierte en algo negativo, pero sí hay que saberlo porque hoy la velocidad de los cambios y de la información directamente lo ha vuelto casi obsoleto y se da una cosa que todo el tiempo hay que estar demandándole que actúe y pidiéndole que acelere.
Vos decís el caso de la aplicación de autos pero yo también cito el caso de los incendios en Corrientes, cuando Santiago Maratea promovió una colecta. Ahí ni siquiera la situación era quién daba mejor respuesta realmente, pero la sociedad civil se vio identificada con alguien que al menos la daba, porque la lentitud y la pesadez de la respuesta de los estados, y no era excluyente de un partido político porque había distintos espacios involucrados, hacían que la sociedad se viera más representada con un youtuber que encontraba una forma de colaborar con el problema de manera inmediata.
Creo que efectivamente lo que se viene en el mundo en general son menos estados, porque el problema que tienen es que la tecnología desnudó su lentitud y la burocracia. Si queremos que el Estado como herramienta sobreviva, lo que tenemos que hacer es pensar en qué cosas sí tiene facultades indelegables y tratar de concentrarnos en esas para volverlas lo más eficientes posible. Por ejemplo, desde mi punto de vista, tiene que sostener la cuestión vinculada a la seguridad y a la defensa, o la facultad indelegable de generación de legislación y de aplicar la ley.
P.: Lo que ocurrió con el caso de Maratea, también se vio en Bahía Blanca, porque la gente tuvo ganas de dar una respuesta con algo con lo que se sensibilizó con lo que tenía a mano. El Estado no podía conciliar ese sentimiento, y acá en Buenos Aires fue una iglesia la que ofreció la respuesta y juntó las donaciones.
D.A.: Bueno, también cito el caso de las inundaciones en Valencia. Por eso: ojo con esa respuesta que apuntan muchas veces a estos pibes como súper individualistas y que no les importa nada. Eso es mentira; son los primeros en conmoverse y son los primeros en movilizarse ante tragedias, pero lo quieren hacer honestamente sin banderas políticas. No lo quieren hacer a través de colectivos que ocultan cosas que en nombre de causas nobles, que detrás de eso hay un interés. Lo quieren hacer sinceramente desde su lugar y por las causas que sientan. Es ahí donde vos te reencontrás con el otro, aceptando que quizás no le interesan las mismas cosas que a vos, y esa lógica es la que nos va a permitir encontrar nuevos espacios de identidad y de pertenencia en el respeto con el otro.
P.: En el libro hay una noción de sociedad que podría decirse de post Estado, en donde tienen que haber reformas sin intermediarios, y las instituciones son justamente esta intermediación que uno vota. ¿Cómo se la imagina?
D.A.: Yo la imagino pero no lo respondo porque sería osado. Es un libro sobre preguntas que busca provocar desde el título; es un análisis y una proclama. A mí me gusta porque sinceramente sin pertenecer a esta generación, me siento más identificado con ellos que con la mía y eso me entusiasma. Creo que intuitivamente están encontrando lugares para dejar sobrevivir todo aquello que los ayuda a encontrarse, pero que van a destruir todo aquello que le rompa las pelotas y que sientan que los invade. Entonces quizás más que el post Estado, lo que estamos hablando es de estados más chicos y menos invasivos, que sean de funciones indelegables. Todo lo demás serán espacios comunitarios en donde cada uno entre y salga voluntariamente.
Uno de los pocos lugares que efectivamente sobreviven a esta destrucción masiva de los espacios de identidad es el fútbol, y esto es porque durante 90 minutos en un estadio se conviven con miles de personas y en ningún momento le preguntás al de al lado si es judío, si es católico, si es gay o si es heterosexual: si tu equipo mete un gol, lo abrazás como si fuera tu mejor amigo y cuando termina cada uno se va a su casa y vuelve a su individualidad. ¿Cuáles son las dos claves ahí? Hay una identidad hipersegmentada, pero que se respeta en la diferencia de forma tal que ni siquiera se la pregunta. En la medida que entendamos que todo lo que invade nuestra individualidad lo estamos rechazando, vamos a poder construir nuevas instituciones dedicadas pura y exclusivamente a generar ese marco de convivencia con el otro.
P.: Puede resultar anti intuitivo, pero usted es diputado y se encarga de legislar, más allá de su impronta desregulatoria. ¿Se precisa un marco regulatorio para estas nuevas tecnologías? Hay muchos proyectos sobre inteligencia artificial, por ejemplo.
D.A.: Soy un legislador que le gusta legislar para derogar, porque creo que parte del problema es que vos nunca podés tomar velocidad con tantas trabas. Creo que hay un autorreflejo que tenemos los legisladores que es que ante algo queremos crear una regulación por las dudas, y cuando no entendemos algo es cuando peor nos ponemos, en vez de primero tratar de averiguar cómo funcionan los ecosistemas.
En el caso de la inteligencia artificial, la experiencia regulatoria de la Unión Europea es fatídica y destructiva: mientras Estados Unidos y China están cabeza a cabeza, la Unión Europea se quedó mil años atrás por una legislación hiperregulatoria. Así que primero tenés que dejar que el mercado corra y después generar marcos normativos que den grandes trazos de reglas de juego. Lo que tenés que tratar de regular son las acciones que se utilicen con esa herramienta, pero no la herramienta en sí porque igual van a ocurrir y lo harán al margen de la ley. No es que por regular la inteligencia artificial de pronto vamos a tener mejores resultados en nada, sino que vas a asfixiar al sector y no vas a permitir que se desarrolle; los buenos usos se te van a quedar atrás y los malos usos van a proliferar afuera de la ley y no vas a poder distinguir lo útil del inútil, vas a entrar en una lógica que es poco virtuosa.
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