2 de junio 2020 - 00:00

¿Qué habría que hacer con el dólar?

A $70, ¿está atrasado? El debate más fructífero es "sostenible/insostenible", aunque se vuelve estéril si no se cuidan las reservas.

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Ámbito

Más tarde o más temprano, con fuerza o en forma imperceptible, casi sigilosa todo debate de fuste en la economía argentina pasa, en su inicio, en su desarrollo, o en su final por una variable ineludible en Argentina: el dólar. Ahora, precisamente, es uno de esos momentos donde comienzan a proliferar voces a favor y en contra de la actual política cambiaria. Quienes hablan con preocupación acerca del tema esbozan un argumento que parece incontrastable a primera vista: “El dólar de $70, está atrasado” esgrimen con gran seguridad. Veamos cuán cierto es o no es esto. Después de todo, el billete a $70 es el más importante de todas las variopintas cotizaciones de dólar que hay en Argentina por una sencilla razón: todo el comercio internacional -o casi todo- pasa por él, por lo que no sólo el nivel general de precios de todo el país está centralmente basado en este, sino que también lo hacen en buena medida las cuentas fiscales al depender las recaudaciones en concepto de retenciones y aranceles a la importación de ese dólar de $70.

Cuando se observa que en agosto pasado al ganar Alberto Fernández las primarias el dólar valía $65 y se considera además que mucha agua -en términos de inflación- ha pasado bajo el puente luce a primera vista que habría un atraso en el dólar. Sin embargo, algo puede no funcionar adecuadamente en ese argumento. Ocurre que $65 por dólar parecía un nivel altísimo para el dólar en agosto. Así las cosas, cualquier comparación intertemporal entre dos cotizaciones de dólar adolece de un defecto fundamental, que es que toda comparación es caprichosa por más que se tomen como base “fechas clave” frente a las cuales las comparaciones parecen correctas. Y es que la forma de medir cualquier eventual atraso o adelanto en el valor real del tipo de cambio no debe ser sobre la base de comparaciones, sino a un factor económico fundamental: si a la cotización actual hay o no hay superávit de cuenta corriente de sector externo, de cuánto es ese superávit o ese déficit en términos de PBI y si Argentina cuenta en ese momento con acceso al crédito en moneda extranjera para pagar al menos los vencimientos de capital que haya a doce meses vista.

Si se toma esa fórmula como base correcta de medición, el dólar de $65 de agosto pasado era en realidad bajo, dado que el país debía afrontar fuertes pagos por vencimientos de la deuda frente a los cuales ningún superávit de cuenta corriente factible podía hacer frente. Teniendo en cuenta además que el acceso voluntario a los mercados estaba cortado y sólo se poseía el “venenoso” respirador del crédito del FMI, luce entonces claro que el nivel de equilibrio del dólar real en agosto pasado era altísimo, mucho más alto que los $65 por dólar que ya parecían muy elevados.

Cuando se observa esto entonces uno puede estar tentado de pensar que el actual valor de $70 está entonces más desajustado que el valor de agosto pasado. Pero eso puede ser caer en el error. De nuevo: no hay que hacer comparaciones intertemporales para saber si un dólar real es sostenible en el tiempo o no lo es. Hay que medir el dólar contra los “fundamentals” externos: el superávit o déficit de cuenta corriente de sector externo y el acceso al crédito voluntario internacional vis a vis los vencimientos de capital de deuda.

Valoración relativa

¿Qué dólar tenemos hoy entonces? ¿Alto o bajo? Veamos: si Argentina termina arreglando con los acreedores pagar -por poner una cifra- 1,5% anual durante los primeros años de los bonos nuevos que se lanzan al mercado, habría que desembolsar por todo concepto u$s1.000 millones anuales en concepto de intereses de deuda externa a los bonos de legislación extranjera. Aún suponiendo un monto equivalente para los bonos que se refinanciarán bajo legislación nacional -muchos de los cuales están en poder de organismos del propio Estado- el monto total de intereses a pagar es exiguo en comparación con el superávit de balanza comercial actual que puede mostrar incluso cifras superiores a la de u$s1.000 millones para un solo mes, en varios períodos del año. Si a ello le sumamos el hecho de que durante los primeros años no habría que pagar vencimientos de capital, no es relevante el hecho de que el financiamiento voluntario al país no se regenere de manera rápida. ¿Qué significa esto entonces? Que sea bajo o alto, el nivel de dólar de $70 puede resultar teóricamente sostenible durante un plazo prolongado.

Claro que el hecho de que un dólar sea teóricamente sostenible no significa necesariamente que a la postre lo sea en la práctica. ¿Qué quiere decir esto? Que por más mantenible que un dólar real pueda resultar -y el nuestro parece ser el caso- puede terminar siendo poco rentable para las exportaciones industriales y del sector servicios a un punto tal que el país seguiría dependiendo centralmente durante plazos muy prolongados de su sector exportador agropecuario, que es precisamente algo que muchos gobiernos han intentado, infructuosamente, modificar dado que depender centralmente de un sector exportador centrado principalmente en el agro implica generar trabajo para sólo 10 millones de habitantes. Si las cifras de pobreza están subiendo año a año y están ya en guarismos altísimos, se debe en buena medida a que Argentina no tiene un sector exportador industrial y de servicios competitivo a nivel internacional. Para lograrlo necesita un tipo de cambio real más elevado que el actual.

Llegamos entonces a un resultado paradójico: si nos despojamos del engañoso concepto “dólar real alto/dólar real bajo” y nos introducimos en el debate más fructífero de “dólar sostenible/dólar insostenible”, caemos en la cuenta de que podemos llegar a estar frente a un dólar de $70 que ahora empieza a ser sostenible merced al hecho de que casi no habría que pagar intereses y habría que abonar cero capital durante años al exterior. El problema, claro está, es que aunque sostenible, podemos estar frente a un dólar insuficiente para dar de comer a 50 millones de habitantes. Un dólar compatible con altos niveles de desempleo y pobreza, lamentablemente. Sin embargo, no hay dudas de que esto representa un avance frente al inadecuado diagnóstico de “dólar real bajo” de las comparaciones entre dos momentos del tiempo. Y el avance es que modificar el valor del dólar o la política cambiaria pasa de ser una necesidad a una opción. Una opción que sin dudas hay que estudiar si se desea dar empleo a muchos más argentinos y sacar de la pobreza a millones de personas. El problema, claro está, es el cómo y el cuándo. El cómo es el tema que debería ser debatido al menos en círculos académicos para no terminar improvisando. El cuándo, en cambio, es más fácil de establecer. Y la respuesta es que ahora, en plena cuarentena, no tendría mucho sentido un cambio radical.

En este contexto nacional y mundial es ilusorio pensar que simplemente agregando dosis de rentabilidad a las posibles exportaciones industriales y de servicios estas van a producirse. Sería, probablemente, devaluar para poco y nada. Más bien para complicarles la vida a los consumidores que verían los precios de numerosos artículos subir sin ganar un peso más. Claro que cuando la pandemia empiece a ser cosa del pasado -para lo que parece faltar- hay que arbitrar medios para que la industria y el sector servicios sean fuertes exportadores, para lo cual la política cambiaria es un instrumento fundamental.

Dicho todo esto, es necesario por supuesto agregar algo más: y es que si no se cuidan las reservas todo debate acerca de dólar alto, o bajo, sostenible, insostenible, rentable o falto de rentabilidad, es estéril. Si se agotan las reservas, se pierde la posibilidad de optar qué hacer. Por eso, la primera decisión debería ser cerrar las canillas por las cuales drenan las reservas. Una de las principales, la de los 200 dólares por persona por mes que se venden a “dólar turista”. Puede parecer poco, pero por ahí se pueden colar u$s6.000 millones de reservas en solo un año.

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Walter Graziano y Asociados

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