Imposible que un país mejore si los sectores, por proteger privilegios, avanzan sobre el conjunto. Ese canibalismo criollo estuvo detrás de las grandes crisis, devaluaciones, pesificaciones, destrucción de partidos. Una prueba de eso la dan en estas horas los sindicalistas de la CGT, que despachan sus guerras internas presionando al gobierno por alzas de salarios el año que viene fuera de todo tope. Otra amenaza que se completa con el pedido de que los asalariados dejen de pagar Impuesto a las Ganancias.
De nada sirven los buenos deseos que, a título personal, los gremialistas ortodoxos le hagan llegar a Néstor Kirchner y a sus principales interlocutores del gobierno. En lo que a ellos atañe, los jerarcas sindicales le proporcionarán al Presidente un fin de año problemático. Basta con repasar lo que sucedió el miércoles pasado en la sede de la Unión Obrera de la Construcción, donde se congregaron 30 secretarios generales enemistados con el jefe de la CGT, Hugo Moyano.
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Las pretensiones que se formularon allí están tan lejos de las instrucciones que la Casa Rosada impartió al camionero que hoy es inevitable considerar la fractura de la central obrera. Aunque no haya congreso ni comité central confederal alguno que todavía oficialice la fisura.
Conviene enumerar a los gremialistas que asistieron a ese encuentro de las 6 de la tarde para tomar noción del respaldo político que acreditan sus demandas. Además del dueño de casa, Gerardo Martínez, estuvieron Andrés Rodríguez, titular de la Unión del Personal Civil de la Nación; Luis Barrionuevo, jefe de los Gastronómicos y cabecilla de un bloque de otras 20 organizaciones; y José Luis Lingieri, el segundo de Moyano en la CGT oficial. En el ritual de la reunión también hubo señales con significado. Por ejemplo, se le pidió a Lingieri que lea un informe sobre el estado actual de todas las gestiones sindicales frente al gobierno, lo que convirtió a este sindicalista en el secretario general «de facto» al que reconoce este nuevo grupo.
No hay que olvidar que el último conato de división se produjo en la sede de su institución, Obras Sanitarias.
Junto con Martínez y Rodríguez, Lingieri integra el trío al que, por un lado el gobierno y por otro lado los sindicalistas disconformes, confiaron la contención del camionero.
Conocidos como los «jóvenes brillantes» cuando prestaban el mismo servicio en torno al fallecido Saúl Ubaldini, en los 80, ahora estos cincuentones pragmáticos han resuelto hacer su propio juego frente a Kirchner. Sin embargo lo más importante que se conoció en la UOCRA el miércoles pasado fue el rosario de definiciones que produjo este sector. Un mensaje completo hacia Kirchner para demostrarle que, si quiere seguir disfrutando de una relativa paz social y, sobre todo, si quiere seguir dominando un precio tan estratégico como es el salario, ya no le alcanzará con satisfacer los requerimientos de Moyano. Ahora deberá multiplicar sus contactos con este otro grupo. Es también un modo de reconocer, por parte de este sector del sindicalismo, que para dominar al camionero no les alcanza la propia fuerza y necesitan de la de Kirchner.
El primer planteo de esta facción sindical apunta al corazón de la administración oficial. Consiste en declarar que estos gremios no aceptarán que se les fijen topes en las negociaciones salariales que se llevarán adelante durante el primer trimestre del año. En 2006, fue el propio Moyano quien había pronunciado esta pretensión. Hasta que una mañana, después de un acto en el conurbano, Kirchner envió a Julio De Vido al departamento del camionero en Montes de Oca y Uspallata,para que le comunicara que no podría pedir más que 19% de aumento de salarios. Es lo que hizo Moyano en su paritaria, fijándole un techo implícito a todos los demás colegas. Es este mecanismo el que los adversarios del camionero quieren dar de baja esta vez: no tanto para desbocarse frente al gobierno sino porque desean desautorizar el jefe de la CGT. Por lo tanto, si pretende conseguir el mismo resultado esta vez para que los salarios no suban más de 12% («in extremis»,14%) De Vido deberá visitar a más de un sindicalista o Kirchner tendrá que encomendarle el problema a más de un ministro.
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