9 de febrero 2005 - 00:00

Males ineludibles

Es correcto, como dijo el economista Carlos Melconian, que hacer sancionar una ley imponiéndose el propio gobierno la prohibición de mejorar la oferta a los bonistas del default argentino es tan ingenuo como una ley que prohibiera que sucedan terremotos, o tsumanis o sequías.

No es tan anormal, en cambio, si se lo mira desde países como el nuestro, coincidentes sólo a veces con la racionalidad. Aquí el 30 de enero de 2002 se sancionó una ley de quiebras tan absurda que el mismo Congreso debió anularla y votar otra, dotada de lógica, 105 días después, el 15 de mayo de 2002.

Sancionamos esa aberración jurídica, como era el contenido de la primera ley de quiebras durante la presidencia interina de Eduardo Duhalde, sólo para contemplar el endeudamiento de un grupo periodístico monopólico local que exigió al gobierno que los capitales extranjeros fueran iguales al momento de prestar a empresas argentinas. Pero no cuando quisieran cobrar sus acreencias.

La sustituyeron, frente a la reacción internacional, porque ninguna empresa argentina iba a tener un préstamo o una compra financiada desde el exterior en esas condiciones.

Decidieron entonces -gobierno y Congreso- cambiarla con la sustitutiva «ley cultural» que significó que sólo fueran sacrificadas con esas mutilaciones las empresas nacionales «culturales» como los diarios, que es a los que está destinada la nueva norma hoy vigente.

Después nos preguntamos, más allá de indignidades personales que las hay con cualquier otra circunstancia, el porqué del oficialismo de la prensa argentina financieramente ahogada sin crédito externo para beneficiar a un monopolio que, obviamente, es cabeza de esa obsecuencia.

• Obligación

Si sancionamos, derogamos rápido y volvimos a sancionar con urgencia, por el papelón, otra ley a gusto de los intereses de un grupo privado, como es «Clarín», ¿qué cuesta sancionarle al gobierno una ley prohibiendo mejorar la oferta a bonistas para desalentarlos y forzarlos a entrar al canje en las actuales condiciones si días después podemos cambiarla por otra en un Congreso tradicionalmente proclive y sin muchos escrúpulos?

En este caso de la prohibición por ley de reformular la oferta hay otra circunstancia para tener en cuenta: dentro de la línea confrontativa de negociación que decidió usar el gobierno puede adoptar ésta u otras medidas, aunque parezcan ingenuas y hasta ridículas. Más todavía, tiene la obligación irrenunciable de disponerlas porque le cerró al país otro camino que no sea el duro para canjear las obligaciones en default con tenedores privados. Cuando el camino -bueno o malo- es único cabe desear que se lo profundice porque el costo que está en juego sacrificará en su bienestar a varias generaciones de argentinos, aunque desde la intimidad de nuestra oficina o nuestro vestíbulo toda esta propuesta de canje nos parezca algo lejana de nuestra habitualidad.

Un Ricardo López Murphy o un Carlos Menem puestos a negociar el mismo default hubieran pagado más caro que Néstor Kirchner y en menos tiempo que los 3 años agotadores que se autoimpuso el ministro Roberto Lavagna. Digamos que aquellos dos políticos tampoco hubieran provocado que en estos últimos años, a igual contexto internacional favorable que tuvo el actual gobierno, hubieran dejado de ingresar al país alrededor de 15.000 millones de dólares de inversión externa. Es la proporción que le hubiera correspondido a la Argentina en relación con lo observado con Chile, Brasil y México en el movimiento internacional de capitales hacia países latinoamericanos emergentes en época de desconcierto y bajas alternadas de tasas, pero con predominio de declive.

Ir más allá en deducir consecuencias macro ya sería fantasear, pero siempre hay un precio para cada forma de negociar. Néstor Kirchner podría decir, a su vez, que si su irascibilidad es criticada deberían adjudicarle también que los bonistas se hayan casi totalmente olvidado de los intereses caídos de sus bonos impagos cuando menos hasta que tuvieron una oferta de recambio. Y hasta podría decir el gobierno que equivalen a cifras similares, en relación con las inversiones perdidas durante la iracundia presidencial.

Lo importante hoy es la forma confrontativa como método de negociación.

Nadie puede imaginar otra en el Presidente y si debe ser así que tenga las leyes que le convengan.

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