2 de septiembre 2010 - 00:00

Bello film japonés al nivel de los clásicos

«Un día en familia» es una hermosa, calma e intensa obra de madurez, que sencillamente describe una amable reunión familiar un día de verano, con el arte del cine de Ozu o Mikio Naruse.
«Un día en familia» es una hermosa, calma e intensa obra de madurez, que sencillamente describe una amable reunión familiar un día de verano, con el arte del cine de Ozu o Mikio Naruse.
«Un día en familia» (Aruitemo, aruitemo, Japón, 2008, habl. en japonés). Guión y dir.: H. Kore-eda. Int.: H. Abe, You, Y. Nastsukawa, K. Kiki, Y. Harada, K. Takahashi, S. Tanaka.

A veces uno visita a sus mayores sólo por cumplimiento, lo pasa bien, la gente es amable, pero en el fondo tiene ganas de estar en otro lado, sólo espera que se desarrollen las ceremonias habituales y llegue la hora de irse. Esto es así en todas partes, en todos los tiempos. Y después, cuando los mayores no están más, tiene ganas de estar un ratito con ellos. Aunque los viejos hayan sido bastante cargosos. Tal vez lamente entonces no haberles dicho palabras más amables, no haberlos soportado con mayor amabilidad. Y tal vez también advierta que ahora es uno el que empieza a ser el viejo de la familia. Todo eso, y mucho más, es lo que dice esta película de Hirozaku Kore-eda, sin decirlo. Sólo transmitiéndonos los sentimientos.

Un hombre va a visitar a sus padres. Lo acompaña su actual esposa, viuda con un niño. También va la hermana con el marido y sus criaturas. Todo el mundo está dispuesto a disfrutar el día de paseo, soleado, en familia. Los padres ya son grandes, pero todavía se los ve fuertes. Las mujeres preparan la comida, el viejo, ya retirado, y el hijo charlan de sus cosas. En apariencia, una agradable reunión de tres generaciones. De a poco advertimos los resquemores, los disgustos, las incomodidades. Se han juntado, como todos los años, para honrar el aniversario de la muerte del hermano mayor, que dio su vida salvando a un infeliz. En cierto momento viene también el infeliz, que cada año que pasa seguramente se siente más incómodo que agradecido.

Es un drama. Pero el drama no estalla. Porque hay paciencia, porque hay comprensión.

Los niños juegan. Una mariposa de colores irrumpe sorpresivamente en la sala. La madre hace acuerdos más o menos resignados con la nuera. El hijo ve que el padre ha hecho colocar una agarradera en el baño, de esas que se ponen para los viejos y los enfermos. Qué importa ahora que el viejo tenga el carácter que tiene. De pequeños momentos y detalles como esos está hecha esta obra. Hermosa, calma, intensa y agridulce obra de madurez. Ahí está todo, los buenos recuerdos, los buenos modales, los reproches, los dolores, el agobio, la ternura. Lo que otros autores hubieran descripto con rencores y explosiones, Hirozaku Kore-eda lo pinta con dulce cordialidad. Gran arte japonés, en la tradición de esas pinturas detallistas donde vemos a los niños jugando en el fondo mientras algo raro se percibe en primer término, o la gente sale a pasear, distendida, y unas escaleras larguísimas obligan a pensar en la capacidad de resistencia de cada uno con el paso del tiempo, y casi todo se sugiere, provocando suaves ecos en el espectador.

Ese es el arte que mostraron en el cine dos grandes maestros de la suavidad y de las pinturas de familia, Yasujiro Ozu y Mikio Naruse (digamos, «Una historia en Tokio» y «Madre», por ejemplo). A ellos se acerca Kore-eda se acerca en esta obra con un impresionante manejo de la sutileza, de los medios tonos, de la composición plástica, y de la conducción de los intérpretes como si se tratara de un coro de voces preciosas. Y en ese coro resalta, igual que en todo hogar, la madre. Kirin Kiki, se llama la intérprete. «Sigamos caminando», sería la traducción cercana del título original, «Aruitemo, aruitemo». Primer premio del Festival de Mar del Plata 2008, y del jurado de Cronistas, aparte de otros cuantos premios en el Japón, realmente vale la pena.

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