Periodista: Pasó de un croata a un argentino. ¿Qué le atrajo de esta obra?
Guillermo Cacace: Que se inicia con una trama de corrupción y luego da un giro dramático que pone el eje en algo que parecía un acontecimiento paralelo. Eso que irrumpe tiene que ver con la vida del hijo que fue criado en una familia cuyo padre es, a todas luces, un ser despreciable. Como en algunos cuentos de Carver, parece que va a pasar algo y un vuelco en la acción nos lleva a otro lado.
P.: La obra alude a la década del 90 y describe una situación socioeconómica que, según el autor, daría origen a la crisis de 2001. Pero no lo dice abiertamente.
G.C.: El autor intenta advertirnos sobre la injusticia en la distribución de la riqueza, sobre los sectores que siguen siendo la variable de ajuste, sobre la capilaridad de las operaciones de poder, y sobre el efecto devastador que puede tener todo esto en quien posea una sensibilidad que le impida siquiera protegerse o tomar distancia de lo abyecto. No quise ofrecer una ilustración literal de la anécdota. Mi sensación es la de haber construido una maquinaria performática que nos enfrenta a un nivel de impotencia frente a los hechos. Algo así como la tragedia de haber perdido capacidad de reacción frente a lo que nos subleva.
P.: ¿Influyó la actual coyuntura política en su decisión de montar esta obra?
G.C.: Mucho. Sabía que iba a estrenarse en Buenos Aires cerca de las elecciones y que iba a estar de gira durante un año electoral. Esto no quiere decir que la obra posea algún tipo de didactismo aleccionador; simplemente nos permitió dar trámite a una realidad que nos atravesaba.
P.: ¿Para eludir el realismo costumbrista se inspiró en "La ciénaga" de Lucrecia Martel?
G.C.: Así es. Convocar el clima que transmite esa película, una de mis favoritas junto a "El dependiente" de Favio, me permitió llevar toda la pieza a una suerte de extrañamiento, evitando caer en cualquier realismo televisivo. Cada elemento de la puesta construye una tensión asfixiante y por momentos detengo la acción para que el público pueda respirar esa peligrosidad. El autor, muy generosamente, siguió palmo a palmo esta aventura.
P.: ¿Tiene alguna anécdota para destacar de la gira que organizó el Cervantes por el sur del país?
G.C.: El Cervantes hace un intento loable pero es sólo un puntapié. Falta mucho por hacer y para pensar. En un plano más personal le voy a contar lo que me dijo una espectadora de Piedrabuena, a unos kilómetros de Río Gallegos, que se acercó a preguntarme después de la función: "¿Todas las noches les duele tanto?". Le contesté que sí y le pedí que no se hiciera problema, que los actores de alguna manera purgan el dolor de muchos con su propio cuerpo y eso les hace bien y luego se recuperan. Entonces, ella me contó que esa noche su dolor se había aliviado, aunque todavía se sentía rara y con ganas de hacer algo. Y después me abrazó.
P.: "Mi hijo..." ha provocado reacciones tan emotivas como esa y el público agradece verla con luz de día.
G.C.: Todas las devoluciones que recibimos tienen una carga afectiva descomunal. "Mi hijo..." produjo un estallido para el que no estábamos preparados. Es un fenómeno que nos desbordó. Creo que el público aprecia la disponibilidad de esos cuerpos que se animan a mostrarse como son. No como el que acomoda la casa para recibir a las visitas. Y este también está favorecido por la luz del día que mata el artificio de lo teatral. Le confieso que en las funciones más logradas tengo la sensación de que no es teatro.
Entrevista de Patricia Espinosa |
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