23 de diciembre 2010 - 00:00

Cupones bursátiles

Tiempo de balances, de pasar por ventanillas, también es tiempo de rearmar las posiciones y colocarse en la línea de largada de 2011. Para lo bursátil, hoy ya es pasado, aunque quede una corta semana final y donde ya se verá más raleado el ambiente de nuestro mercado. En realidad, se notará más en las terminales, porque la presencia humana en tan impresionantes edificios bursátiles es muy escasa en todo el año. Seguramente que no habrá motivo de quejas, fue muy difícil equivocarse -no importa la cartera diseñada- en un cuatrimestre final que rindió el soberbio porcentual de un 50%, conseguido de modo redondo a comienzos de la semana y que fuera después «esquilado» prestamente, en la sesión del martes. Sin que se produjeran caídas muy notorias, pero retrocediendo del máximo intradiario y dándole surtido a las ventas, a través de los 84 millones de pesos efectivos realizados.

«Nadie se ha fundido jamás, por llevarse las ganancias a casa...», apuntaba -no sin ironía- el legendario Jesse Livermore. Porque si bien refería una verdad inapelable, como lo es el tomar las ganancias y traducirlas en efectivo sin que estuvieran en el peligro implícito de una inversión de riesgo puro, Livermore no era de esos... Todo lo contrario, uno de los más audaces aventureros que hubo en la historia del NYSE, y que así como hizo tres fortunas, las tres se diluyeron en el vaivén de su temeridad. Y terminó como corresponde a jugador de ley: se pegó un tiro, en baño de un oscuro bar de la city...

La ganancia real

Nos vino a la memoria Livermore y su apreciación, entre muchas otras que legara, justamente porque la rueda del martes pareció hacerle homenaje: con operadores que decidieron traducir los números en dinero, antes de las fiestas, arreciando en una profunda inyección vendedora en buena parte del día. Y está bien que se recojan los frutos maduros, del árbol bursátil más cargado de todo el mundo.

Y, más allá de la falta de alternativas que pueden aducirse, amagó, se internó, siguió de largo, se entusiasmó y generó lo que estaba lejos de la imaginación de cualquier individuo (a menos que poseyera la ensoñación, de un tipo como Livermore). El mercado nos fue llevando, el gráfico se puso a «surfear» sobre olas de cotizaciones cada vez más altas: y nos depositó en suave playa de 2010.

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