13 de enero 2010 - 00:00

El Pinti de siempre, para incondicionales

En «Antes que me olvide», Enrique Pinti vuelve a dirigir sus dardos a la clase política, y acierta cuando abandona el puntero pedagógico para entregarse al absurdo.
En «Antes que me olvide», Enrique Pinti vuelve a dirigir sus dardos a la clase política, y acierta cuando abandona el puntero pedagógico para entregarse al absurdo.
«Antes que me olvide». Libro: E. Pinti. Int.: E. Pinti, G. Monje y elenco. Dir.: R. Pashkus. Esc.: A. Negrín. Vest.: R. Schussheim. (Teatro «Maipo») 

Aunque sus comentarios políticos resulten cada vez más simplistas, sigue siendo mucho más divertido escuchar a Enrique Pinti que a Jorge Lanata, sobre todo si la tribuna elegida es el Teatro Maipo.

A esta altura, el verborrágico monologuista de «Salsa criolla» se parece a esos tíos cascarrabias -y algo deschavetados- que en las reuniones familiares dicen a viva voz lo que todo el resto sabe, pero que tal vez por pereza, abulia o inhibición no se atreve a decir.

Pinti genera esa clase de complicidad con el público. Sus discursos están colmados de frases ocurrentes y descripciones atrevidas. Con cada «Yo acuso» va calando hondo en la platea, simplemente por apelar al sentido común y a datos bien conocidos de nuestra historia reciente que todos tendemos a olvidar; pero que él, gran memorioso, insiste en poner sobre el tapete, una y otra vez, movido por su irrefrenable vocación de maestro.

La franja de ciudadanos que lo escucha desde platea y hace catarsis con cada una de sus quejas y acusaciones, también se siente a salvo de la furia de este opinólogo, dado que Pinti dedica casi todos sus dardos a la clase política. Si de algo acusa a sus compatriotas es de desmemoriados e irreflexivos, de pensar con el bolsillo y de tropezar siempre con la misma piedra. Varios cuadros musicales aportan algo de color y dinamismo a un espectáculo con muy pocas novedades. Entre ellas, un desfile de presidentes transformados en caricaturas animadas por el dibujante Alfredo Sábat.

El sketch del oráculo naufraga entre un guión deslucido y una escenografía muy poco funcional; mientras que el protagonizado por dos damas de beneficencia resulta demasiado ingenuo y anticuado para provocar risa.

El humor repunta nuevamente cuando Pinti es perseguido por el profesor Alzheimer (buen trabajo de Gustavo Monje) o cuando el capocómico abandona el puntero para entregarse al absurdo. Su resumen de dos siglos de Historia Argentina, con la memoria triturada por una coctelera, resulta tan ingenioso como inquietante y vale, además, por todo el espectáculo.

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