21 de octubre 2015 - 00:00

“En nuestro tiempo, leer es una proeza estoica”

Tavares: “Ensayo, narrativa, poesía son para mí divisiones artificiales, por eso se cruzan en mis textos. A veces la intensidad de la frase necesita de la poesía, y eso está en mis novelas”.
Tavares: “Ensayo, narrativa, poesía son para mí divisiones artificiales, por eso se cruzan en mis textos. A veces la intensidad de la frase necesita de la poesía, y eso está en mis novelas”.
"No tiene derecho a escribir tan bien a los treinta años, a uno le dan ganas de darle un puñetazo", le dijo José Saramago a Gonçalo Tavares cuando le entregó el Premio Saramago 2005 por su novela "Jerusalén". Los elogios y premios a la obra de Tavares desde ese momento no han dejado de crecer por la imaginación y profundidad en sus historias. Nacido en Luanda, Angola, en 1970, a los 3 años pasó a Portugal, donde hoy enseña epistemología en la Universidad de Lisboa, y es un descollante novelista, cuentista, ensayista, y poeta. Lleva publicados una treintena de libros, entre los que se encuentran en español, entre otros, "Un hombre: Kalus Kump", "Jerusalén" , "La máquina de Joseph Walser", "El señor Valéry" y "El señor Henri", en Mondadori, "Los señores" y "El barrio", en Interzona. En su breve visita a Buenos Aires dialogamos con Tavares, autor que ha forjado un universo narrativo personalísimo de deslumbrante originalidad.

Periodista: Su primer libro apareció en 2002, cuando tenía 32 años, a partir de ahí no dejó de publicar tres o cuatro obras por año, y hoy hay en curso 220 traducciones de libros suyos, distribuidas en unos 45 países. ¿Qué siente ante ese éxito editorial?

Gonçalo Tavares:
Es fuerte venir a la Argentina y encontrar mis libros y saber que están, por ejemplo, en China. Que se traducen al español, pero también a lenguas que no entiendo. Yo escribo sobre el comportamiento de las personas buscando comprender cosas generales como el dolor, el deseo, la muerte. Eso ha interesado a los lectores, y por tanto a los editores.

P.: ¿Cuándo empezó a escribir para tener tal cantidad de obras en poco tiempo?

G.T.:
Escribí intensamente entre los 20 y los 30 años, y no publiqué nada. Estaba embriagado escribiendo, y no pensaba en publicar antes de los 30. Era un número simbólico. Quería tener muchos libros terminados, encontrar confianza en mi obra, saber que a partir de ahí iba a poder proseguir, y que lo que ocurriera con un libro no frenara mi voluntad de escribir. Debía juntar fuerzas. Kierkegaard dice que para tener una buena vida hay que tener un buen escondite. Lo tuve durante 12 años. En verdad fue una decisión más intuitiva que razonada y sensata.

P.: El paso del tiempo le permitió ser crítico de su trabajo.

G.T.:
Es mi procedimiento. Escribo, dejo pasar muchos años antes de mirar lo que escribí, después dejo pasar otros dos o tres años, y ahí corto, subrayo, sintetizo. Muchas veces dejar pasar dos o tres años me permite hacer la obra más corta, más concentrada. Pasar de 100 páginas a 30. La novela "Una nena perdida en su siglo en busca de su padre", que surgió de la idea de una chica con síndrome de Down que está perdida y un hombre podía tomarla de la mano y guiarla, tenía muchísimas páginas. La daba por concluida y volvía, y eliminaba lo que consideraba superfluo hasta dejar lo esencial. Se tarda mucho en eso. Busco la concentración y la contundencia. Y cada frase tiene que dar algo. No me interesa un libro que durante 100 páginas no tenga nada y con suerte al final haya algo. Me gusta que si se abre el azar un libro, esa página te diga algo.

P.: Eso impone al lector lentitud, reflexión, relectura.

G.T.:
El arte y la literatura no deben ser pasatiempos. La literatura debe dar algo que haga cambiar la forma habitual de leer. No se debería leer con la misma velocidad con que se lee un diario. Yo no leo un diario y una novela de Beckett con la misma velocidad. En un caso se busca información, en literatura sortear obstáculos, pensar. Y el pensamiento necesita de la lentitud. El pensamiento es una forma inteligente de emocionarse.

P.: No sólo tiene un libro que se llama "Biblioteca" sino que sus libros ya forman una biblioteca.

G.T.:
Siento necesidad de escribir cosas muy distintas. Ahora están saliendo en Buenos Aires, en una editorial, los libros de los señores de "El barrio", que son muy lúdicos, y al mismo tiempo en otra editorial "Una nena perdida en su siglo", que es muy duro, trágico. Son libros que si no tuvieran el nombre del autor se podría pensar que son de autores distintos.

P.: ¿Por qué en sus libros muchas veces mezcla ensayo y novela?

G.T.:
Ensayo, narrativa, poesía son para mí divisiones artificiales, por eso se cruzan en mis textos. Narrar una historia es pensarla. Hay veces que la intensidad de la frase necesita de la poesía, y eso está en mis novelas. Las divisiones, que son prácticas para hacer catálogos, organizar bibliotecas, violentan la creatividad. Yo no escribo géneros literarios. Mi material de trabajo no es la novela, el ensayo, es el lenguaje, el idioma. La escritura en mi caso es promiscua, está entreverada, quizá porque me interesan a la vez la ciencia, la filosofía, el ensayo, la prosa, la poesía.

P.: ¿Cómo aparece en usted la idea de construir con una serie de libros un barrio poblado de escritores donde, entre ellos, vive el poeta argentino Roberto Juarroz?

G.T.:
Ha aparecido, junto a Brecht y Calvino, entre otros. Ya van diez libros. Borges, Arlt y Cortázar están en el barrio pero aún no les he dedicado un libro. De Borges conté al pasar que andaba por el barrio escribiendo grafitis sentenciosos, es un vanguardista secreto. Son homenajes que rindo a escritores que me gustan. No son biografías, la relación con el escritor homenajeado es puramente privada, es como tener el personaje de una novela. Al principio no tenía la idea del barrio. El primero sobre quien trabajé fue Paul Valery. Mi Valery es un hombre bajito que anda a los saltos para ser igual a las personas altas. Es un solitario que le gusta pensar en forma lógica, tan lógica que a veces roza la estupidez Es curioso y distraído, irónico y tímido, patético y profundo, con todo hace silogismo, enigmas, paradojas. El siguiente fue el poeta Henri Michaux. En uno de los libros aparece un dibujo del barrio con 40 escritores, pero el número es potencialmente infinito. Me gustó la idea de construir un lugar que fuera de resistencia a la barbarie, un barrio dedicado a la inteligencia, a esa gente rara que tiene un mundo propio. En ese barrio uno se da cuenta de que ser culto no es un problema, que lo que es un problema es ser inculto. Como es un barrio, la gente se puede mudar, llegar o irse. El proyecto "Barrio" es para toda una vida. Y no es una lista de mis escritores preferidos, es un juego que me permite pensar a través de ellos. Son páginas de una historia de la literatura a partir de ficciones. En la "Poesía vertical" del argentino Juarroz vi una estructura matemática, con muy pocos recursos, muy pocas variaciones, sin fuegos de artificio, con la madurez de la contención, logra una intensidad y un vuelo que me fascina.

P.: ¿Cuál de esos autores es el que siente que lo ha marcado?

G.T.:
Uno que no está en el barrio, el filósofo Séneca. Leí "Epístolas a Lucilo" a los 18 años, y no marcó mi literatura sino mi vida. Me dio la idea de disciplina. Me llevó a pensar la muerte de forma fuerte, tranquila, constante. Pensar la muerte es esencial para intentar saber vivir. Lleva a trabajar mucho, a concentrarse, a no perder el tiempo con cosas innecesarias. Hoy es muy difícil la concentración, estamos acosados por estímulos. Es muy difícil escribir en el siglo veintiuno, es decir no a muchas cosas. Y leer es una proeza estoica en nuestro tiempo.

P.: Si cada libro es para usted una búsqueda, ¿qué buscó con la muy premiada "Jerusalén"?

G.T.:
Explorar la violencia, la locura, del dolor, de la importancia de no olvidar jamás. Pensaba en la diferencia de trato que se tiene con alguien que sale de un hospital, de la que se sabe que ha salido de un hospicio. La enfermedad mental aparece para la gente como una amenaza de la que nunca se está curado. Mylia, la protagonista, es una esquizofrénica con una enfermedad terminal en el vientre, busca confrontar su dolor circunstancial con el dolor esencial, permanente, que busca un motivo para estar viva. Su marido, el médico Thedor la ha internado en el hospicio donde él trabaja. Él está empeñado en descubrir si el horror ha aumentando o disminuido a lo largo de la Historia. El hospicio se llama Rosenberg, lo que ha llevado a que haya quienes lo relacionen con el ideólogo nazi. Aunque no está mal en una novela que es parte de "El Reino", una tetralogía sobre el Mal, cómo surge y se desarrolla. Un ciclo narrativo que busca incomodar, inquietar, ofrecer una provocación mental.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

G.T.
: Lo que escribo antes de la relectura y corrección no es algo demasiado consciente. Sólo sé sobre lo que estoy escribiendo después de un tiempo. Últimamente siento necesidad de regresar a los mitos, a algo que está en un mundo intermedio entre la verdad, la realidad y la ficción, algo que no podría suceder pero que la literatura permite que ocurra.

Entrevista de Máximo Soto

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