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“La novela es casi mística, lo negro son los personajes”

Federico Levín: “Mis personajes han vivido la violencia del marginado, del linyera, del ser casi invisible, la del obeso que debe mirarse hacia adentro para escapar de cómo lo miran”.
Periodista: ¿Escribió una novela negra con características de novela de las peripecias de un viaje?
Federico Levín: Se trata de un grupo de personas que se embarca en un viaje que parece sin meta, que resulta extraño, pero poco a poco se van conociendo los motivos que han hecho que cada uno se embarcara en eso. Atraviesan de éste a oeste el centro de la Argentina. Es un viaje pampeano. Salen de Almagro, agarran por Juan B. Justo, y empiezan a pasar por Mercedes, Chivilcoy, Bragado, y siguen, y siguen. Es una andanza casi gauchesca que transcurre en siete días, entre Navidad y Año Nuevo. Surge de un encuentro de Dionisio y Nina en una terraza del barrio de Abasto, en las últimas horas de la Nochebuena. Dionisio y Nina son dos ancianos que se habían conocido en mi novela anterior, "Bolsillo de cerdo". Dionisio está saliendo del linyeraje luego de conocer a Nina. Ellos idean ese periplo que es una especie de viaje iniciático pero al revés, un viaje "terminático", para decirlo de algún modo, y para no caer en el fúnebre "viaje terminal", que tampoco lo es. Y buscan sumar al gordo Sapo Vizcarra, alrededor del cual giran las historias de la trilogía. El Sapo se niega porque no tiene ninguna razón por la cual irse de su departamentito, de ese barrio en que constituyó su mundo alrededor de lo gastronómico. Se niega pero, a la mañana siguiente, lo vemos subido en una camioneta, una combi blanca tipo pan lactal, con la que muy rápido no van a ir, si se están escapando van a tener que inventar otra estrategia.
P.: ¿Usted tenía planeado desde el principio que fueran cuatro los personajes que, por momentos parecen remitir a un grotesco criollo actual, los que emprendieran el viaje?
F.L.: Cuando estaba en la primera etapa me di cuenta de que el Sapo, el cocinero, el gourmet, no tenía por qué saber manejar. Tenía a tres personas a punto de comenzar un viaje y ninguno que manejara la camioneta. Hasta ahí venía una novela que sabía por dónde iba a ir. Surge ese obstáculo y aparece Claudio, ese personaje que a los narradores nos salva la vida. Aparece el chofer que viene dentro de la camioneta. Un tipo que quiere irse de donde está y no sabe qué hacer de su existencia, y se ofrece como chofer para viajes largos. A medida que se van encontrando con las peripecias de ese corredor tan particular de la Argentina sojera, ex gauchesca, el cuarteto se va transformando en un personaje grupal forjado entre seres tan distintos entre sí.
P.: ¿Por qué se la califica de novela negra sí parece hasta ahí casi una novela mística?
F.L.: Es casi una novela mística, es casi una road movie, integra muchas cosas. La novela negra está en los personajes. Nina explica que ella se está escapando de la justicia internacional por un resonante caso de estafas en su Rusia natal. Es por eso que ella forma un grupo de aliados. Sus múltiples documentos y sus múltiples idiomas se van conociendo a través del viaje. En esos idiomas, en esos documentos, aparece la lengua que da título a la novela, "La lengua estofada". Pero, además, la lengua es algo que obsesiona últimamente al Sapo en el universo de la cocina, y ahí aparece un historia secundaria, una metatrama. Después aparecen policías, tiros, violencia. Lo que me vincula con el policial negro es la violencia. La violencia latente en los personajes, en la historia, en lo que se cuenta, eso vuelve la novela en un policial negro. Los personajes van hacia donde los lleva su destino, yo no los puedo obligar a que respeten un patrón narrativo. En la trilogía que culmina con "La lengua estofada", que se puede visitar como un ciclo de relatos independientes, me concentré en los personajes, y dejé que la trama se fuera construyendo con lo que me iba encontrando. No me exigí una estructura de trama rígida como la de un policial.
P.: ¿Es el tema de la violencia lo que conecta la novela negra con la realidad más inmediata?
F.L.: Creo que es lo que me lleva a acercarme al género, yo que no soy del palo del policial. En mi obra tuve la tranquilidad de que, al adoptar un tipo de realismo duro con la presencia de la violencia evidente o latente, inevitablemente iba a pertenecer al género negro. El realismo actualmente es negro. Comprendí que entonces no tenía que ponerle nada para que fuera una novela negra. Al hacer éste camino me empecé a encontrar con, por ejemplo, la violencia de género, que es algo muy interesante para pensar. Para escribir yo hice el mismo camino que realizan mis personajes, fui viviendo de algún modo el recorrido que hacían y lo que encontraban a su paso. Investigando me encontré que todos los pueblitos por los que había pasado, Ameghino, Larroudé, Laboulaye, tenían algún resonante caso del asesinato cometido por un hombre de una mujer o de una mujer y su hijo en los últimos dos años. Era notable que mis personajes se encontraran con gente que contaba de esas cosas. Era lo negro en sí, la violencia en los lazos sociales. En el viaje el escenario puede ser más que un paisaje, puede ser un descubrimiento feliz o siniestro. Mís personajes han vivido la violencia del marginado, del linyera, del ser casi invisible, la del obeso que debe mirarse hacia adentro para escapar de cómo lo miran, la mujer extranjera y perseguida que se enfrenta a la profundidad de lo desconocido, la Argentina profunda.
P.: ¿Qué se siente al concluir una trilogía narrativa? ¿La da por cerrada?
F.L.: Ese cariño que se siente por los personajes provoca un sentimiento fuerte cuando se los despide, y en este caso, tras tres novelas, era inevitable. Hubo cosas que le pasaban al Sapo en la mitad de la tercera novela que a mí me afectaban. En un momento los personajes están constituidos de tal manera que el narrador ya no puede hacer lo que él quiere. Uno va viendo qué es lo que pasa. Si dejé la última novela de cierta forma abierta, fue un gesto hacia los personajes, hacia mí mismo y hacia los lectores. Me pasó de lectores que me dijeron no vayas a matar a tal. Nunca me había pasado, y fue una experiencia muy linda. Fue entrar en un terreno literario que está bastante poco conversado. Pareciera que cuando se habla de literatura hay que llevarlo a un terreno casi académico, a lo teórico puro y duro, y esto del cariño por los personajes tiene que ver con lo que nos lleva a escribir, y o por lo menos me formé así, identificándome, sufriendo, riendo, compartiendo sentimientos con algunos personajes. Reencontrarme con eso desde mi propia escritura fue maravilloso. Acaso, por eso, dejé colgando algunas historias que podrían aparecer en una novela aparte.
P.: ¿No considera que hay un planteo teórico que lo lleva a plantearse su forma de narrar?
F.L.: En la página anterior a su novela "Cosmos", Gombrowicz escribe que lo que se está por leer es algo así como un policial acerca de los modos de construirse de la realidad. Esa idea me alivió de trascribir una realidad como yo la vivo, con intriga, con inquietud, no como algo lineal, de que mi escritura no se privara de investigar, de experimentar, de trabajar con las palabras sumado a lo emotivo que brinda el relato más clásico y lo personajes sólidos. Si tomo cosas de algún lugar es de la obra de Mario Levrero, de Roberto Bolaño, junto a seguramente algún otro.
P.: ¿Ahora qué está escribiendo?
F.L.: Estoy retomando la escritura a mano, el relato de diario, de cuadernos donde experimento por temáticas. Por ejemplo, tengo un diario de los sesenta días donde, días por día, anoté reflexiones, anécdotas del proceso de dejar de fumar. Después hice un diario de la etapa de separación de mi novia, que terminó en un diario de regreso. Ahora está embarazada y empecé un diario de embarazo. Es una gracia de ésta novela donde todos los personajes tienen su diario de viaje, y de haber conocido a Rocío, y de haber vuelto a practicar la obra manuscrita, lo que siempre conecta con los comienzos propios con la escritura. Por otra parte, ese viaje azaroso que hice para seguir al que deberían estar haciendo mis personajes, lo hice con un amigo que conducía y otro que fue filmando, haciendo un documental sobre el proceso de escritura de una novela, del momento en que yo tomaba algo, una idea. Cuando eso ocurría lo contaba a cámara, se tomaban imágenes, por ejemplo de personas que en la novela aparecen transformados convertidos en personajes. Fue poner en imágenes esa parte invisible de la experiencia de narrar una historia, mostrar como una persona real se convierte en un personaje de ficción. En ese documental, que aún está en proceso, se va a poder visualizar los pasos de la escena real, la imagen provocadora, la construcción imaginaria, la llegada a la ficción narrativa. Durará una hora, y la idea es presentarlo en festivales.
Entrevista de Máximo Soto
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