«Hace mucho que te quiero» (Il y a logtemps que je t'aime, Francia-Alemania, 2008, habl. en francés) Dir. y Guión: P.. Claudel. Int.: K. Scott Thomas, S. Hazanavicius, L. Gréville, E. Zylberstein, F. Pierrot, J.-C. Arnaud.
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La culpa, los secretos familiares y el altar de dolor entronizado en el psiquismo de la autora de un acto irreparable (para ella antes que nadie), son los puntos de partida del notable debut cinematográfico del escritor Philippe Claudel. El resto es el puntilloso relato de cómo, aún sin proponérselo, la protagonista construye dificultosos lazos, sobre todo con su hermana.
Como en un thriller, al principio sólo se sabe que Juliette (Kristin Scott Thomas) acaba de salir de la cárcel tras purgar 15 años por un crimen cuya naturaleza se conocerá al final de la película, y es recibida por su hermana menor Lea (Elsa Zylberstein), a quien sus padres habían convencido de que la primogénita estaba muerta. En base a escenas cotidianas, casi una sucesión de fotos, Claudel abre pequeñas brechas en el inexpugnable silencio de Juliette, y muestra la reacción que provoca en los demás su misterioso pasado: ante todo prejuicio y desconfianza, naturalmente. Menos en Lea, que aparte de ser una persona amable y sensata, de repente tiene densos asuntos propios que tramitar.
Claudel equilibra la austeridad de la puesta con recursos narrativos innovadores de tan clásicos que son. Cada intercambio, por mínimo que sea, cada personaje (el marido de Lea, los sobrinos, la asistente social, el amistoso policía que controla su libertad condicional, el anciano pariente impedido de hablar y que a lo mejor por eso mismo no juzga, un amante ocasional, el taciturno amigo de la familia) e incluso un par de pinturas en un museo sirven al guionista y director para iluminar un aspecto de Juliette. Y también las palabras, por supuesto; todas ellas elegidas con obsesiva meticulosidad, como corresponde a un escritor. En este contexto, hay una escena en un geriátrico que bien podría no estar, y algún que otro recurso dudoso, como cuando alguien le revela por teléfono el enigma de su hermana a una Lea enmudecida por el horror, y lo único que se escucha es la voz en off de su hija leyendo un cuento infantil. El final, ya es más discutible. Depende de quién mira, puede resultar facilista o el cierre perfecto para la historia. Como sea, la distingue su intensa emotividad.
En cuanto a las actuaciones, éste es el mejor trabajo conocido de Kristin Scott Thomas, pero cómo sostiene Elsa Zylberstein la perplejidad de que lo real no tenga nada que ver con el mundo conocido, es algo digno de verse.
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