Más de 10 horas sin servicio en todo el país, 258 vuelos suspendidos y 31.000 pasajeros afectados. Millones de dólares perdidos. Furia, bronca e impotencia de los siempre sufridos pasajeros, que eligen (muchos de ellos por convicción ideológica) la aerolínea de bandera. Una imagen pésima y decadente ante los visitantes del exterior que, ahora sí con un dólar conveniente, se animan a venir a la Argentina en sus vacaciones. Y lo peor: una sensación de imposibilidad de acción ante la soberbia de un grupo que se proclama como el propietario de la verdad absoluta y los dueños de su intocable comarca. Y, finalmente, un Gobierno que responde agitando la bandera de una privatización, fórmula que se demostró fallida y que merece un golpe más de reflexión de parte de un jefe de Estado.
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Esto es lo que dejó la triste jornada de ayer, protagonizada por nefastos personajes con sellos e intereses políticos partidarios detrás. Son Ricardo Cirielli, de la Asociación del Personal Técnico Aeronáutico (APTA); Rubén Fernández, de la Unión del Personal Superior (UPSA); Pablo Biró, de la Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas (APLA) y Genaro Trucco, de la Unión de Aviadores de Líneas Aéreas (UALA). Estos gremialistas, más otros de menor rango que en general obedecen al cuarteto mandamás, fueron los que aplicaron, otra vez, la fórmula de ejecutar un paro salvaje para dejar claro a quien quiera escuchar y oír, que ellos son los verdaderos dueños del derecho de volar en el país. Y que cualquiera que ose enfrentarlos sufrirá su autoritarismo sin frenos republicanos o institucionales. No tienen, lamentablemente, el monopolio de este tipo de accionar. Comparten cartel con los metrodelegados, que a su voluntad paran líneas de subterráneos sin mayores explicaciones ni razón; los delegados del ferrocarril Sarmiento, algunos petroleros patagónicos y, obviamente, grupos de piqueteros que desde hace años se adueñaron de las calles porteñas.
En el caso de ayer, la excusa, de no ser por la gravedad de la situación, es hasta graciosa. Se trata de un reclamo por la activación de la denominada "cláusula gatillo" en octubre, cuando la empresa habla de septiembre. La conducción de Aerolíneas Argentinas en ningún momento se negó a negociar. Incluso propuso pagos a cuenta hasta resolver la cuestión de fondo. Simplemente los cuatro gremios resolvieron que era el momento justo para una protesta y llamaron a "asamblea" para debatir la situación. Como obviamente el conflicto escaló al paralizar la salida de los vuelos de primera hora, y al ver que tenían asegurada cadena oficial en todos los medios de comunicación, los cuatro gremialistas transformaron la jornada en una asonada contra el poder.
La verdad pasa por otros terrenos. En realidad los cuatro gremios están enojados con la CGT por su decisión de dialogar con el Gobierno y de levantar el paro programado para fin de año a cambio de un bono de 5.000 pesos. APTA, UPSA, APLA y UALA, se entusiasmaban con ser nuevamente protagonistas de un día de inactividad, y de golpismo contra el Gobierno de Mauricio Macri. Se trata de gremios cercanos al moyanismo y, hoy, al kircherismo, pese a haber combatido a La Cámpora cuando esta manejaba la compañía durante el segundo Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. La finalidad del combo gremial hoy es estar cerca de lo que, esperan, sea una próxima estructura de poder desde octubre de 2019. O, en lo posible, antes.
Nada que ya no hayan protagonizado. Se recuerda que fueron una de las actividades que más fuertes y duraderas protestas le asestaron al Gobierno de Raúl Alfonsín; al que en los '90 ponderaron cuando avanzó la fallida privatización a manos de Iberia. Luego fueron duros en los últimos tiempos de Carlos Menem, feroces con Fernando de la Rúa, sensibles con Eduardo Duhalde y críticos con gran parte de la gestión kirchnerista. Y siempre con la espada del paro en el puño. Y con la insensibilidad social como bandera. O peor. Con la crisis social generada en cada jornada como las de ayer, como estandarte de imposición de su intocable poder.
Se llegó así a una pornográfica exhibición de autoritarismo de los cuatro gremios. Y a los pequeños grandes dramas de muchos de los 31.000 pasajeros afectados. Se vieron las lágrimas de Alexis, un padre que junto a su esposa Mariana no pudieron volver a Catamarca con Alexia, su hija de dos años. Esta había sido dada el miércoles de alta, luego de una operación de trasplante de hígado, y que debía estar al mediodía de ayer en su casa de San Fernando del Valle de Catamarca para comenzar con su dieta especial que sólo en una cocina casera podían proporcionarle. Alexia debía estar además, por su estado, en una cama y sólo tenía autorización de abandonar esa posición durante el vuelo a su hogar. No pudo ser. La niña permaneció durante ocho horas recostada en el piso del Aeroparque, porque tampoco había quien pudiera ayudarla a conseguir una cama en el aeropuerto. Todos estaban adhiriendo a la huelga. También la historia de Pedro, un padre divorciado que había planificado desde hace un año tres días en Iguazú con sus dos hijos, a los que hacía meses no veía por haber estado trabajando en Vaca Muerta. También la de Martha, una abuela octogenaria que deseaba llegar ayer temprano a Santa Fé para participar de la llegada de su primer nieto; y que a pura lágrima, explicaba lo que le había costado a su hija poder quedar embarazada. La abuela recibió la noticia del nacimiento mientras se derrumbaba ante un mostrador de Aerolíneas en Aeroparque, mientras era atendida por personal médico de visible malhumor. Nada importaba a los cuatro gremios, dueños y dictadores de la situación en la comarca aeroportuaria argentina. Imperturbables, soberbios, únicos propietarios del poder.
La situación generó una catarata de indignación y críticas de la sociedad, repugnada por la nueva asonada de los aeronáuticos. Se reflejó en todos los medios de comunicación desde temprano. Pero fundamentalmente en las redes sociales, donde la prudencia no suele ser el insumo más importante. Esto dio pie para que el presidente Mauricio Macri, que evidentemente esperaba agazapado la oportunidad, lanzara su propuesta para solucionar los conflictos de Aerolíneas Argentinas: un ajuste severo para que la empresa viva de sus ingresos o, otra vez, la privatización. Justificó la posición al mencionar palabras de su hija de 7 años, Antonia, que aparentemente le cuestiona por qué el país utiliza recursos para mantener la deficitaria empresa de bandera. Obviamente sabe el Jefe de Estado que las posibilidades institucionales de éxito de una privatización son hoy nulas. Es imposible que una alternativa de este tipo pueda avanzar en un Congreso adverso, y con el justicialismo con la llave de los acuerdos. Pero se sabe que es lo que desde siempre Macri tiene en mente para solucionar el conflicto de Aerolíneas. Lo dijo el 17 de junio de 2009 al afirmar que "no nos hagamos cargo de lo que no podemos hacer con la plata de los contribuyentes", alertando que él "nunca la hubiese estatizado. Es un disparate". Debiera recordar Macri lo que sucedió en la última experiencia privatizadora de la aerolínea. Sus dueños, el grupo español Marsans, terminó con sus accionistas presos en celdas comunes del país europeo. Tampoco el kirchnerismo tiene mucho que recomendar. Su privatización derivó en un juicio ante el CIAD, donde el país perdió una demanda en julio de 2017 por el cual debió indemnizar en u$s320 millones al fondo buitre Burford, que le compró el caso a Marsans.
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