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Susana Rinaldi rinde estupendo homenaje a Julio Cortázar

La pasión con la que a veces Susana Rinaldi, verborrágica como siempre, interrumpe el discurso escénico, es la misma con la que lee a Cortázar como la mejor actriz o con la que canta tangos como nadie.
Susana Rinaldi es una mujer desbordante. Legisladora de la ciudad por el kirchnerismo, vicepresidente de la sociedad de intérpretes (AADI) y, por supuesto, cantante consagrada, pasea sus flamantes 78 años con una vitalidad que deja boquiabiertos a todos. Y esa multiplicidad de actividades, aparentemente tan diferentes, se mezclan y conviven, ocupando completamente su vida, sin que termine de saberse dónde empieza y dónde concluye cada una. Por eso, puede subirse varias veces al año a un avión para viajar por el mundo en sus diferentes funciones -ahora mismo, acaba de llegar de Europa, donde actuó y recibió un premio- y hasta atravesar esos límites de sus tres actividades en medio del escenario.
A la "Tana" siempre le gustó conversar con su público, en ocasiones de más. Esta vez -como ya lo había hecho en París y en el mismo local de Clásica y Moderna-, el eje está puesto en Julio Cortázar, el gran escritor argentino del que fue amiga y con quien compartió muchas horas en las épocas de estancia francesa. Como se sabe, el autor de "Rayuela" no escribió canciones; y prefería el jazz por sobre el tango, del que sólo conocía lo más tradicional. Pero él mismo decía haber encontrado en Rinaldi la voz que lo había llevado a reescuchar con nueva atención algunas piezas clásicas pero también otras más cercanas en el tiempo, de Héctor Negro, Carmen Guzmán, Chico Novarro o Eladia Blázquez.
Con esos recuerdos, con sus anécdotas personales, con el respeto y la admiración que le tiene, Rinaldi armó un repertorio a la medida del gusto de Cortázar y lo hilvanó con textos del propio escritor -muchos de ellos tomados del "Diario para un cuento"- y con otros escritos por ella misma en una puesta organizada junto a Maxi Legniani. Pero, claro, fiel a su personalidad, no se privó de mechar cuestiones relacionadas con su papel como legisladora, de hablar del desplante que el gobierno de Alfonsín le hizo al escritor en 1983, y hasta de referirse a la cuestión de la propiedad intelectual, a partir del enojo con un espectador que la estaba filmando.
A esta altura no hay crítico ni manager que pueda modificarla y está bien que así sea. Porque esa pasión que a veces interrumpe el discurso escénico y que puede molestar al público, es la misma con la que lee a Cortázar como la mejor actriz o con la que canta, como nadie, "El corazón al sur", "Alguien le dice al tango", "Cuando uno canta", "Como dos extraños", "Barrio de tango", "Cordón", "Y París que vuelve" (una letra suya con música de Juan Alberto Pugliano), "Siempre se vuelve a Buenos Aires", "Cuesta abajo", "Fruta amarga", etcétera. Y es esa pasión que la lleva al podio de lo irrepetible en sus versiones de "Uno", "Mi tango triste" o "El trompo azul".
Párrafo aparte merece el acompañamiento que eligió para estos espectáculos. Su sobrino y enorme pianista Juan Esteban Cuacci es el sostén ideal (un lugar que durante años ocupó su padre, Juan Carlos Cuacci), porque sabe ponerse en un respetuoso segundo plano sin perder protagonismo, armar buenos arreglos sin distraer la atención central que está en la voz, y respaldar, sin perder nunca el rumbo, a una cantante de personalidad fuerte y con libertades en el fraseo.
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