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Wainrot: “Tenía ganas de hacer una obra romántica”
Periodista: Llegó el tiempo del romanticismo...
Mauricio Wainrot: Tenía muchas ganas de hacer una obra romántica. Recuerdo que cuando yo estaba en la escuela del Teatro Colón, Chopin y Tchaikovsky eran considerados compositores menores, y a mí siempre me parecieron mayores porque me llegaban al corazón, cada uno como un representante muy fuerte de su época, con vidas trágicas. Es mi primer trabajo con música de Chopin.
P.: ¿Hay un argumento?
M.W.: Ninguno. Hay una pareja principal que baila el segundo movimiento, y casi toda la obra está alrededor de ella. El Romanticismo es un poco una mala palabra, pero al igual que la violencia o el humor, es una faceta de nuestra vida, y tenemos que viajar por todas. Hay muchos prejuicios. Para mí danza es todo. El año pasado hice una obra muy dramática y este año quise hacer algo opuesto.
Carlos Casella: Yo esperaba la segunda invitación de Mauricio porque disfruté mucho la anterior («Playback»), y siempre es muy interesante trabajar en una compañía que te aporta. Cuando me llegó la convocatoria estaba conectado con los poemas homéricos, con lo épico, y empecé pensando una puesta que fuera compatible con eso. «Syracusa» tampoco cuenta una historia, pero tiene un olor a épica y un espacio muy restringido, de 2 x 8, un poco elevado, donde sucede todo. Podría ser el interior del barco, del caballo, de la ciudad amurallada, el mundo entero, el cosmos. Un epicentro, un sol, un lugar de deseo, de conquista, de poder. El vestuario de Pablo Ramírez me aportó también algo muy estricto en su línea. La música original es de Diego Vainer, que la construyó especialmente y casi en paralelo con la coreografía.
P.: ¿Cómo es «Intemperie»?
Diana Teocharidis: Es una obra para 12 bailarines, donde hay viento en el escenario y ruido. En el comienzo se escucha una música que es una superposición de sí misma, se empiezan a configurar cosas al principio muy dispersas; el viento para, la música empieza a tener cada vez más presencia, y luego el orden que se construye cuando desaparece la ráfaga que inunda el escenario se rompe, y vuelve a aparecer el viento, como una visión. El viento destruye las uniones, disemina y permite nuevos agrupamientos. Trabajé sobre un verso de un compositor italiano, Giacinto Scelsi, «Solitario, el viento de las profundidades destruye el orden de los perpetuos obstáculos». El viento puede ser interior o exterior, no existe tal diferencia. La obra es el resultado de un encuentro con estos bailarines, que son muy buenos en lo técnico y abiertos a distintas propuestas y a experimentar con el material que les traje. También fue muy importante el trabajo con Pablo Ortiz, el autor de la música, muy epifánico, y con Luciana Gutman, que hizo la escenografía y el vestuario, que al principio eran muy complejos y que terminaron en algo muy simple y despojado.
P.: ¿Cuál es el mayor desafío en el momento de crear?
M.W.: Ser coherente con lo que uno quiere hacer; si es una obra con argumento la coherencia es seguir con él, y en casos como éste es ir por lo que dicta la música, y tratar de transmitir eso en los movimientos. Me gustan las danzas grupales, hacer un solo siempre me costó más, y acá me obligué a hacer un dúo, y creo que es una de las cosas más lindas que hice. Estoy orgullosísimo de la evolución de los chicos de la compañía, que está en un muy buen momento.
D.T.: Cuando empiezo un proceso creativo lo más importante es estar muy concentrada, atenta y cuidadosa en el manejo de los materiales para dejar que aparezca una visión, algo artístico; por un lado está el trabajo intelectual de buscar, investigar y elaborar y armar una estructura, pero después está el de dejar que aparezca otra cosa.
C.C.: Para mí es un poco lo que dice Mauricio, ser fiel a lo que uno quiere expresar, y también tener la posibilidad, la libertad y la valentía de romper con una idea inicial ante el experimento mismo de la creación. Yo vine con una idea muy concreta, y al tomar contacto vi que había cosas que funcionaban y otras que no. No conviene atorarse con las propias ideas, porque por lo general unas hacen parir a las otras.
Entrevista de Margarita Pollini
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