29 de septiembre 2008 - 00:00

El último cowboy

Películas como «Hombre» deMartin Ritt o «El juez delpatíbulo» de John Huston, aún hoyincomprendidas, son ejemplos delPaul Newman más audaz yexperimental.
Películas como «Hombre» de Martin Ritt o «El juez del patíbulo» de John Huston, aún hoy incomprendidas, son ejemplos del Paul Newman más audaz y experimental.
Lo notable de la carrera de Paul Newman es cómo el actor moldeó su perfil de galán de ojos azules, héroe de acción y, a la vez, actor serio y cineasta independiente, y por qué no, hasta intelectual. Sin embargo muchas de las películas más importantes en el camino que llevó hacia esta identidad definitiva del Newman que todo fan del cine siempre supo apreciar y ya empieza a extrañarson algunos de sus films menos conocidos.

Hay dos ejemplos clave: «Hombre» (ídem, 1967) de Martin Ritt y «El premio»(The Prize), de Mark Robson, que finalmente no son otra cosa que buenas películas de vaqueros y espías, con un nuevo giro: Paul Newman.

«Hombre» es uno de los mejores y más subestimados westerns de la era del revisionismo sesentista que renovó por completo al género. Newman es el personaje del título, algo tan absurdo como un hombre más carapálida que todos los hombres blancos e intolerantes que lo rodean y lo discriminan por piel roja, con frases tipo «no te dejes engañar por sus ojos azules, si te descuidas un segundo podría arrancarte el cuero cabelludo». El viaje intolerante transcurre en una diligencia, lo que remite al clásico de John Ford, donde también estaba perfectamente planteado el tema de la hipócrita discriminación a la cabaretera de corazón de oro.

El antihéroe que interpreta Newman en «Hombre» es maltratado por todo tipo de personajes horribles interpretados por talentos como Fredric March y Martin Balsam y un gran elenco puesto al servicio de este hombre blanco acusado de indio que de golpe se convierte en la única esperanza de supervivencia de este muestrario de gente civilizada. Un detalle importante en la autotransformación desde supuesto niño bonito hollywoodense de «El cáliz sagrado» a astro para público pensante, cuyo solo nombre en un afiche implica una película inteligente pero raras veces pretenciosa, es que como los antiguos divos -y sobre todo divas- de Hollywood, Ritt y Newman requerían casi indispensablemente los servicios del director de fotografia James Wong Howe para lograr plasmar en la pantalla esta especie de quintaesencia del Newman que luego seria extremado por otros antihéroes como los de «Butch Cassidy» y «El Golpe».

En el caso de «El premio» (1963), el carilindo es un escritor totalmente cínico y juerguista que en medio de la entrega de los premios Nobel se ve implicado en una de esas típicas tramas de espionaje de la guerra fría. En este gran film considerado menor, si no completamente soslayado, Newman aportaba una dosis de humor sofisticado con el que no podia competir ni el mismo James Bond, que a su lado era un «hooligan». Este film tiene muchos puntos en común con el thriller de guerra fría de Alfred Hitchcock, «Cortina Rasgada» (Torn Curtain, 1967), donde el director inglés autocensuró totalmente su habitual sentido del humor negro, tal vez para darle un toque más politizado a esta historia donde el actor pasó con éxito un durísimo desafío: Hitchcock quería demostrar lo difícil que es en realidad matar a alguien, por lo que un muy serio y angustiadísimo Newman se pasó un acto entero del film esforzándose por liquidar a un curtido espía soviético.

Si este clásico menor de un maestro como Hitchcock no es tan recordado tanto en la filmografía del actor como la del director, seguramente es porque ese Paul Newman tan perfectamente serio y sin matices se apartaba de la identidad del arquitecto ultraviolento que llevó al cine catástrofe a su máxima expresión en « Infierno en la torre» (The Towering Inferno) de Irwin Allen (formando con el bombero Steve McQueen un dúo casi tan potente como su asociación con Robert Redford).

El verdadero Paul Newman que hoy todos recordamos tenía un extraño sentidodel humor en medio del drama más terrible. A veces se adelantaba tanto a su tiempo en sus composiciones más personales y macabras que hasta el día de hoy películas tan entretenidas y vanguardistas como «El Juez del Patíbulo» (The Life and time of Judge Roy Bean) de John Huston siguen siendo incomprendidas y poco diufundidas. En este moderno ejemplo de western paródico totalmente macabro, Paul Newman y Huston inventaron todo lo que dos décadas más tarde volvió tan famosos a realizadores contemporáneos como Sam Raimi y, especialmente, Quentin Tarantino. Y lo cierto es que éstas y otras tantas composiciones únicas de Newman funcionaban correctamente siempre y cuando el director del film pensara el personaje en función de este brillante actor, capaz de volver antipáticos a vaqueros legendarios como Billy the Kid, en «El temerario» (The left handed gun) de Arthur Penn, y especialmente en el curioso western « de arte «Buffalo Bill y los indios» (Buffalo Bill ant the Indians, or Sitting Bull's History Lesson, 1976), de Robert Altman, donde la solemne caracterización de un personaje tan legendario como decadente era tan exagerada por Newman, que terminaba proporcionándole a ese extraño experimento de Altman un toque absurdo, cuasi cómico por surrealista, que sólo podía darle un actor tan dueño de sí mismo como este gigante al que, sin duda, como en su primer gran éxito «Somebody up here likes me», alguien quiere ahí arriba, y muchos, aquí abajo.

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