Un barrio residencial de chalets en la zona norte del conurbano bonaerense. Un caserón de varios pisos en donde se consigue todo lo que parece precisarse. Una familia que elige la unidad, sin prever que sobrevendría el horror. La escena cabe para el inicio de “El eternauta” o la vida de los Oesterheld, reunidos en torno a las historias de aventuras, primero, y a la militancia del cambio social, después. Lo que parece una coincidencia no lo es: Héctor Oesterheld, el autor de la historieta, dejó marcas, pensamiento y vida en su obra, hasta crecer junto a Juan Salvo y volverse indivisible de la ciencia ficción más emblemática creada en la Argentina.
"Los Oesterheld", la biografía que enlaza a "El eternauta" con la vida de su autor
El libro de Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami revela la vigencia de la figura de Héctor Oesterheld y cómo su vida resignifica la forma de ver la serie.
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Héctor Oesterheld junto a sus hijas cuando aún eran niñas.
Esas trayectorias de vida, tanto del mentor de “El eternauta” como de su esposa -la futura Abuela de Plaza de Mayo, Elsa Sánchez- y sus cuatro hijas (Estela, Diana, Marina y Beatriz) son recuperadas en “Los Oesterheld”, uno de los libros nacionales de No Ficción más premiados del 2016, con testimonios antes desconocidos y cartas que transparentan la complicidad de sus protagonistas. Las investigadoras, Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami, rastrearon durante cinco años el entorno artístico, social y político de una familia que no perdió el vínculo aún en la clandestinidad. “Juntamos memorias que estaban desperdigadas alrededor de una familia de la cual todo el mundo quería recordar algo”, cuenta Nicolini en exclusiva para Ámbito.
Convertido en un boom mundial a partir de la adaptación en una serie para plataformas, “El eternauta” toma nuevas connotaciones luego de un acercamiento a la biografía de los Oesterheld, donde se expresan los vínculos entre la historia nacional y los intereses del autor por las aventuras con su propia biografía, tan concretas como un aislamiento en el Delta o la pérdida de sus seres queridos. Vivir como se siente, desprenderse pese a la necesidad, creer en la juventud, que 50 años después le devuelve la mirada: el autor de Juan Salvo plasmó en él virtudes que aplicó hasta su secuestro, una ausencia que reapareció con una campaña de búsqueda por la identidad de sus nietos.
Ese espejo a la vida los Oesterheld se narra en la historia coral de Beltrami y Nicolini, quien contó para este medio qué impacto puede tener “El eternauta” y la biografía de su autor para la coyuntura y por qué la juventud se siente especialmente atraída por esta invasión en la capital de la Argentina.
Periodista: ¿Qué te pareció que reaparezca la historia de “El eternauta” en este momento?
Fernanda Nicolini: Vi la serie y me pareció espectacular. Hoy por hoy hay un discurso muy monopolizado, en donde probablemente esta idea del héroe colectivo y todo lo que viene a reponer “El eternauta” estaba silenciado. De pronto, la aparición de la serie y todo lo que implicó a nivel de discusión pública ocupó un lugar en ese vacío en ese momento. Más allá de lo político, es una concepción de una visión del mundo que en este momento se había bandeado para un lugar mucho más individualista.
P.: Incluso hubo muchos tironeos por apropiarse de “El eternauta”, para ver más cerca de quién estaba, como si la narrativa tuviera un bando.
F.N.: Hay que hacer es una doble lectura. Si vos cruzás vida y obra, Héctor Oesterheld tiene una historia personal muy atravesada por la historia argentina: es una víctima del terrorismo de Estado. Entonces, ¿cómo no leer a veces en clave política, teniendo en cuenta lo que pasó en su vida y su opción por la militancia, el resto de su obra? Pero de todos modos, es también interesante ver cuando se escribe “El eternauta”: fue en 1957, cuando ya era un autor de historietas bastante consagrado y venía trabajando con Hugo Pratt, que era uno de los dibujantes más importantes de Argentina y de Europa, porque venía de Italia.
Cuando él empieza “El eternauta” arranca con una editorial propia, Frontera, y empieza a pensar una nueva historieta para darle impulso, para la cual había convocado a los mejores dibujantes de esa época. La historieta estaba en su mejor momento y en auge total. Héctor estaba muy atravesado por la Guerra Fría, los avances tecnológicos, el consumo de historia, la conquista del espacio… con todo eso que él tiene en la cabeza hace algo maravilloso, que ya venía haciendo con otras historias, que es pensar esa aventura de una invasión en Buenos Aires. Ahí cambia todo, porque los chicos que estaban acostumbrados a leer historietas que siempre pasaban en mundos imaginarios o en otros países.
Y ahí hay otra cosa: hay un prólogo que salió en la edición de 1975, en donde él aclara que se lanza a la aventura y, a medida que va pasando, la historieta se va haciendo. Imaginate un guionista que va escribiendo semana a semana y, como todo escritor, se va convirtiendo en su propia historia. En 1975, ya atravesado por las nuevas ideas y militando en Montoneros, se da cuenta que lo que él construye en “El eternauta” es esta idea del héroe colectivo, de que nadie se salva solo, de que nadie es un héroe solo y que todos somos héroes en grupo; pero es un sentido retrospectivo que él mismo le da a algo que probablemente había creado sin tener eso en la cabeza.
Aún así, si uno hace un recorrido hacia atrás, en el resto de sus historietas siempre aparecen hombres y mujeres comunes, marginales, que no tienen nada de particular y de pronto algo extraordinario los obliga a salir a la aventura. Por eso creo que si uno recorre la obra de Héctor, se da cuenta que está la cabeza de un humanista ahí, que está todo el tiempo pensando en los vínculos humanos. Por eso con “El eternauta”, 70 años después, estamos discutiendo cuál es la naturaleza de los vínculos; cómo somos los seres humanos en una situación totalmente extrema; ¿somos solidarios o somos mezquinos? ¿Hacemos algo colectivo o nos salvamos solos? Es una discusión que no se va a terminar nunca porque cualquier obra de literatura, como dice Piglia, siempre está escrita hacia el futuro.
P.: Al leer tu libro se reflejan sus gustos por los insectos, los relatos dentro del encierro en su casa, que es la misma que la de “El eternauta”. Una vez que reconstruiste su vida, ¿pudiste tener la sensibilidad para ver todos esos lazos que existen entre la obra y el artista?
F.N.: Creo que todo el tiempo tenés la necesidad de cruzar vida y obra; es imposible que un autor no deje marcas personales en su obra, del mismo modo que yo decía que era un humanista, pero no solo por lo que escribía sino por su formación: era geólogo y un tipo que tenía una biblioteca impresionante, que leía todo lo que caía en sus manos y le interesaba mucho la historia, la política y la filosofía. Había algo fundamental en él: tenía un oído en la juventud y escribía para los jóvenes. Eso lo hizo estar siempre muy atravesado por la coyuntura y las generaciones de sus hijas.
La familia tiene mucha comunicación epistolar, hay muchas cartas muy amorosas que están en nuestro libro, y no sé si era común que un tipo nacido a principios de siglo tuviera esta relación tan íntima con sus hijas. En las propias cartas que le manda a sus hijas cuando se va a Europa, porque quiebra su editorial y va a vender sus originales, en vez de contarles qué hacía les contaba historias de personajes o un cuento. Así que es un héroe, también en su vida íntima.
P.: Es interesante la idea que está en el libro de que él se conecta con jóvenes 30 años menores que él que lideraban un proceso de cambio social y cómo pensó en la historieta al pensarla como una literatura iniciática.
F.N.: Eso es clave, porque en la Argentina y en el mundo siempre la historieta es tratada como un género menor. Y Héctor, no solo con “El eternauta” pero especialmente con esta obra, reinventa el género de la gráfica. Era un género menor que era muy inteligente por el nivel de penetración que tenía y porque él era consciente de que esas lecturas iniciáticas también eran muy pregnantes y eran parte de la educación sentimental de un joven. Entonces pensaba que el que empezaba a leer por la historieta tenía que leer algo de calidad.
Sus historias son muy documentadas. A veces se quejaba porque empezaba algunas historietas complejas sobre la historia argentina y decía que tenía que documentar un montón y a veces no le daba la vida para estar leyendo. Siempre tenía la idea de volver a contar la historia oficial de la Argentina y de Latinoamérica, algo que nunca llegó a hacer porque nunca terminaba los guiones, pero por ejemplo hizo “Vida del Che” con los Breccia mucho antes de incorporarse a la militancia.
P.: En cinco años de trabajo fueron reconectando incluso a compañeros de militancia de la familia y se da una cuestión hasta performática, en donde la investigación no sólo recupera información para el libro sino que genera redes para quebrar un momento de desinformación, con en "El eternauta".
F.N.: Es algo que nos dimos cuenta a medida que empezaba la investigación, en 2011. La única voz que teníamos era la de Elsa (NdR: Sánchez, la esposa de Héctor), que era la única que estaba viva y había dado muchas entrevistas a lo largo de su vida. Si bien están Martín y Fernando, que son los dos nietos sobrevivientes, ninguno de los dos había sido testigo de historia de militancia de sus padres, porque desaparecen cuando son muy chicos. Entonces tuvimos que recurrir a otras voces para darle voz a los desaparecidos de esta familia. Eso implicaba reconstruir estos lazos que vos decís y darnos cuenta que la propia dictadura se había encargado de destruir redes y de aislar a las personas: mucha gente dejó de hablar por miedo y hasta hace muy poco los propios represores estaban sueltos.
Había memorias tabicadas, porque las propias militantes muchas veces olvidaban datos para protegerse y proteger a los otros. Entonces en muchos casos entrevistábamos a una persona y le hablábamos de otra que ya habíamos entrevistado y se sorprendía. “¿Está vivo?”, nos preguntaba. A veces ni siquiera sabían el nombre real de esa persona que había militado con ellos. Fue muy conmovedor que en la presentación del libro en 2016 había un montón de personas que habían militado juntas y desde hacía 50 años no se volvían a juntar, pero a partir del libro se veían de nuevo y se abrazaban.
Sirvió para juntar memorias que estaban desperdigadas alrededor de una familia de la cual todo el mundo quería recordar algo, porque vos le preguntabas a alguien sobre Héctor o sobre las chicas y se les llenaba la cara. Era una familia muy querida por todos los lugares por donde pasaron y había un orgullo de poder contarte algún recuerdo.
P.: En el libro se narra que él, incluso en la quiebra, tiene muestras de generosidad económica. O del aislamiento en el Delta. En ambos casos se puede hablar de Héctor Oesterheld o de Juan Salvo. ¿Existe la posibilidad que “El eternauta” se engrandezca por la vida de su autor?
F.N.: Cuando cruzás los últimos años de militancia y empezás a ver la segunda parte de “El eternauta”, “El eternauta militante” como lo llaman, ahí se ve cómo se pone como protagonista y notás un montón de marcas de lo que le estaba pasando. Él sigue escribiendo “El eternauta” hasta el día que desaparece y escribía desde la clandestinidad, incluso cuando empiezan a desaparecer sus hijas: primero Beatriz, después Diana. Él seguía escribiendo. Si uno lee con atención, en ese “El eternauta” ya está el dolor que él siente como padre. Hay cuadros muy desgarradores cuando uno sabe lo que le está pasando
Entonces, esa aventura que él había inventando en su casa de Beccar, un poco le estaba sucediendo a él. No lo pondría en términos de aventura pero sí en términos de paso a la acción: él decidió ser protagonista de eso que estaba en su fantasía, algo que estaba pasando en ese momento de la historia. No fueron muchos los de su generación que lo hicieron.
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