¿Está de moda la crueldad en Argentina? Algunos intelectuales, actores y periodistas sostienen que sí. Que Milei representa un tiempo donde odiar, castigar o excluir al otro es lo que rinde. Donde la crueldad es rentable. Pero, ¿es así? ¿Es Milei presidente y gana elecciones porque Argentina se volvió un país más cruel?
Milei y el enojo argentino: cuando la crueldad es perdonada
Milei no gana porque sea autodefina o porque sea cruel. Gana a pesar de su crueldad. Porque esa crueldad, hoy, está siendo perdonada.
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La política tradicional se volvió insensible a los dolores cotidianos, incapaz de leer el sentido común, lenta para reaccionar. Milei ocupó ese vacío.
La respuesta es más compleja. Porque si la crueldad explicara los votos, entonces tendrían que haber ganado Yamil Santoro, que se burló de jubilados reprimidos con gas pimienta; o Ramiro Marra, que quiso "erradicar" fisuras y trapitos de las calles; o incluso Jorge Macri, cuya candidata perdió en la Capital Federal tras decir que las personas en situación de calle usaban los cajeros automáticos como monoambientes. Pero todos ellos quedaron por debajo de Milei. Algunos, incluso, por debajo de la izquierda.
Definitivamente Milei no gana porque sea autodefina o porque sea cruel. Gana a pesar de su crueldad. Porque esa crueldad, hoy, está siendo perdonada. Y no porque guste, sino porque hay una parte de la sociedad que siente que por fin alguien canaliza su enojo. Milei gana porque, para muchos, es el primer presidente que parece estar de su lado, aunque sea gritando.
Pero, ¿qué tipo de emoción está en juego? ¿Es solo enojo o algo más profundo?
El enojo es una reacción puntual frente a una injusticia; puede ser intenso, pero pasajero. El resentimiento, en cambio, es un estado emocional más duradero: enojo acumulado, enquistado, sin resolución. Hoy, buena parte de la sociedad argentina no está simplemente enojada: está resentida. Y ese resentimiento no busca diálogo, busca reparación o castigo. No quiere que las cosas mejoren, quiere que alguien “la pague”. Milei sintoniza con ese estado de ánimo: no porque lo resuelva, sino porque lo valida. Donde otros prometen soluciones, él ofrece revancha emocional.
Lo que Milei capta no es odio por el odio mismo. Es un malestar social profundo, dirigido a lo que él llama "la casta", pero que para muchos representa a un sistema que los ignoró, empobreció y desmoralizó. El problema no es solo económico, aunque la última encuesta de Atlas Intel muestre que el 67% cree que la situación económica es mala y el 74% ve mal el mercado laboral. El problema también es simbólico: la política dejó de escuchar.
Y Milei, sin pudor, escuchó. Puso palabras donde otros pusieron tecnicismos. Gritó donde otros corrigieron. Y con eso, construyó una forma de empatía política. No en el sentido clásico de la ternura, sino en el sentido más crudo: entender lo que el otro siente, incluso si lo que siente es odio.
La empatía no es sinónimo de bondad. Es la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Y eso incluye entender su rabia, su desesperanza, su resentimiento. Milei no justifica ese enojo: lo canaliza. Donde otros ven monstruos insensibles, él ve víctimas del sistema. Y en esa operación logra algo clave: que el votante se sienta reconocido.
Lo que está ausente hoy no es la empatía social, sino la empatía institucional. La política tradicional se volvió insensible a los dolores cotidianos, incapaz de leer el sentido común, lenta para reaccionar. Milei ocupó ese vacío. No con una propuesta sólida, sino con una narrativa efectiva.
Por eso, la pregunta correcta no es por qué Milei es cruel, sino por qué la sociedad elige, al menos por ahora, perdonarle esa crueldad. Una posible explicación se apoya en tres hipótesis:
- Porque siente que está un poco mejor o, al menos, que hay un plan económico.
- Porque alguien, por fin, pareciera compartir su bronca y hablar su mismo idioma emocional.
- Porque no encuentra, ni ve cerca, una alternativa política superadora que logre conectar con sus emociones y expectativas
El día que esas condiciones cambien, esa misma sociedad que hoy tolera los insultos, el maltrato o el desdén, puede dejar de tolerarlo en cuestión de semanas. Y no son pocos los insultos que Milei ha lanzado públicamente en un año y medio de gestión: “parásitos, ratas inmundas, mogólicos, basura socialista, minusválido, excremento humano, degenerados fiscales, kukas inmundos, zurdos hijos de puta”, entre decenas más. Un glosario de agresiones que, en otro contexto, serían imperdonables. Hoy son toleradas porque se perciben como parte del personaje que “al fin le dice la verdad en la cara a los de arriba”.
Consultor en comunicación estratégica, política y corporativa.
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