11 de enero 2024 - 00:00

“Rose” va mucho más allá de “lo que aún queda por vivir”

rose. Espléndida Françoise Fabian en un papel donde se luce como antes.
rose. Espléndida Françoise Fabian en un papel donde se luce como antes.

Rose Goldberg es una mujer que ha llevado una vida tranquila y familiar en un respetable hogar judío de clase media. Tiene 78 años, un marido que la ama y tres hijos que también lo hacen, aunque cada uno con sus propios problemas, algunos de ellos no tan sencillos. Se puede decir que la vida de Rose es, de tan común, casi el del “nombre de la Rose”, como llamaba Umberto Eco a aquellos sustantivos que, a fuerza de significar tanto, terminan por no significar nada específico, pues siempre puede haber una sorpresa. Y en la vida de Rose, como en la de tantas Rose (que no es lo mismo que una “Doña Rosa”, como denominaba despectivamente a la mujer común un olvidado conductor de televisión), ocurre algo: luego de una alegre celebración familiar, su marido muere. A tal edad la muerte no es sorprendente pero sí puede ser sorpresiva (los adjetivos son muy distintos, pese a su raíz común).

La película, opera prima de la guionista y cantante Aurélie Saada, no echa demasiada luz sobre el pasado de Rose, pero ese dormitorio repleto de retratos familiares a lo largo de los años da una idea de lo que se decía al principio: una vida tranquilia. Tanto lo fue que, en una reunión posterior con sus hijos y algunos amigos, aparece una coetánea suya, Marceline (Michèle Moretti), que es exactamente su opuesto. una especie de Dorothy Parker rediviva, sarcástica, escritora, desprejuiciada. Cuando ambas cruzan las miradas por primera vez (el rostro de Rose no deja de reflejar un contenido estupor), Marceline le pregunta: “¿Y usted a qué se dedica, querida?” “Yo”, titubea Rose. “Yo... soy viuda”. La carcajada de Marceline, lejos de ser agresiva o sobradora, termina por acercarlas, y hasta se dan un abrazo. Tan libre se siente esa noche Rose que, por primera vez en su vida, y ante la mirada estupefacta de sus hijos, fuma por primera vez marihuana (que llevaba en su cartera Marceline, un complemento infaltable para salir a la calle). Ese es sólo el primer paso de los cambios que la viudez provocan en Rose: luego vendrán un mayor cuidado físico, fitness, maquillaje, y el encuentro con el dueño de un bar vecino, cuya edad apenas supera la de su hijo mayor. Y aquí dejamos de contar.

Sí hay que añadir que este film delicado, inteligente, original a su manera, no es ni “Una vieja dama indigna”, aquel clásico de los 60 de René Allio, ni tampoco “Elsa y Fred”: no es la frecuentada historia sobre la “última oportunidad de ser feliz”. Todo lo contrario. Lo que refuerza el guión es que Rose ha sido feliz, muy feliz, y que ninguna de las tentaciones a las que la someten los otros, y a las que ella sólo obedece y se deja entusiarmar sólo fugazmente, puede reemplazar, como decía el fado de Argentina Santos, la vida vivida.

Dejamos ex profeso para el final la alabanza a la magnífica Françoise Fabian en el papel de Rose, actriz que posiblemente las nuevas generaciones no conozcan pero que fue, y es aún, como lo demuestra en esta película, una de las más sólidas intérpretes de la pantalla francesa. Quien no la conozca que no deje de ver “Mi noche con Maud”, de Eric Rohmer, o “Belle de jour”, de Luis Buñuel (donde era colega de Catherine Deneuve en su profesión secreta) o, sobre todo, aquella obra maestra de Claude Lelouch, “Una dama y un canalla” (“La bonne année”), en la que Lino Ventura perdía la cabeza por ella. Y no era para menos.

“Rose” (id., Francia, 2021). Dir.: A. Saada. Int.: F. Fabian, A. Atika, G. Montiel.

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