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Guía para quienes eligen la otra orilla del Plata
Alrededor de las 13 y después de almorzar un bauru (sándwich de carne picada con pickles, choclo, arvejas, jamón, queso, cebollas, morrón, huevo y aderezos) con dos gaseosas por 140 pesos uruguayos (19 pesos argentinos), emprendí viaje rumbo a Punta del Este. Una vista imponente del río Santa Lucía al atravesar el puente advertía la proximidad de Montevideo, donde paré a cargar combustible media hora más tarde para luego no detenerme hasta llegar a Atlántida, un balneario en pleno crecimiento donde hace pocos días la firma Hillsay oficializó una inversión de 50 millones de dólares (con capitales argentinos y uruguayos) para construir un puerto turístico-deportivo que incluirá un complejo hotelero cinco estrellas, campo de golf, sala de convenciones, casino y área de esparcimiento con cines de última generación. Los lugareños esperan con ansias el comienzo de la obra, que se estima generará cerca de 800 puestos de trabajo.
A diferencia de otros balnearios como Punta del Este o los del departamento de Rocha (La Paloma, La Pedrera, Arachania, Antoniópolis, Cabo Polonio o Punta del Diablo), Atlántida se caracteriza por promover el turismo interno. Setenta kilómetros más adelante me esperaba Piriápolis, patrimonio casi exclusivo del segmento de argentinos con prioridades distintas al resto de quienes deciden veranear en las costas uruguayas. La consigna es simple: por un lado, combinar la tranquilidad de sus playas con la belleza de sus paisajes (ideal para los amantes del turismo aventura); pero sobre todo disfrutar mucho y pagar poco.
Paisajes conocidos
Punta Ballena obliga a realizar otra parada para deleitarse con esa vista única de la península que se aprecia desde la terraza. Impresiona ver cómo cada año, siguiendo con la arquitectura de Casapueblo, se construyen casas con grandes espacios abiertos que miran hacia las playas de Solanas. El resto, no por conocido deja de llamar la atención. Una multitud todavía disfruta de las playas de la Mansa a pesar de una merma considerable de la temperatura. A diferencia de lo que sucede en el sector de la Brava o en la zona de la Barra o José Ignacio, la Mansa es elegida por familias -en particular- y parejas mayores de 35 años. Encontrar un lugar para estacionar no es fácil. Veo chapas de todos los departamentos (son 19) además de argentinas y brasileñas en su mayoría, y algunas chilenas.
«Tampoco es fácil elegir una mesa con buena vista al mar en un restorán de lujo, ni evitar hacer colas para ir al cine o para pagar la cuenta en un supermercado», cuenta Soraya Peyre, una uruguaya que reside hasta el lunes junto a su novio Juan Andrés en una casa alquilada cerca de la Parada 8 de la Brava, por la que pagaron 2.500 dólares la quincena. La mujer dice que pasa los días en BA Punta del Este, uno de los nueve paradores permanentes que licitó este año la intendencia de Maldonado (en 2005 ya lo había hecho con los tres restantes) con el fin de cambiarle la imagen al balneario. La mayoría tiene Internet inalámbrica, buenos servicios, techo móvil y un calendario de actividades de invierno, ya que tendrán que abrir todos los días del año. «Es otra cosa; el viejo balneario La Olla (en la Parada 3 de la Brava) ahora se llama Hemingway Café; y La Plage (sobre la 12) es ahora Ocean Club», sentencia Peyre.
Respecto de los aspectos negativos, la contadora pública recién recibida no duda y dispara contra comercios en general y supermercados en particular. «El aumento de precios es feroz, incluso se ve en empresas líderes con sede en Montevideo que tienen sucursales acá. Por ahí el turista extranjero no lo nota, pero nosotros que somos uruguayos pagamos hasta 20% más por un mismo producto. Todos los años la misma historia», se queja indignada.
Alta ocupación
La capacidad hotelera (de 14 mil camas) se podría decir que está casi a 100%, sobre todo en el caso de los de 4 y 5 estrellas, con fuerte presencia de brasileños. En cuanto a los argentinos, el ritmo lo marcan los de alto poder adquisitivo.
«Estamos encarando una de las mejores temporadas en números a lo largo de 10 años», dice Marcos Grolero, gerente de relaciones públicas del Conrad, que este año festeja su décimo aniversario. «En este momento estamos con 97% de ocupación, y si bien durante los primeros días hubo mucha ocupación de turistas brasileños, ahora se produjo una merma y ganó terreno el argentino. Hoy, de 196 habitaciones que tiene el hotel, casi la mitad está ocupada por argentinos. También hay una presencia importante de estadounidenses, chilenos, paraguayos y europeos». Este año, a los clásicos italianos y españoles se sumaron de países más lejanos como República Checa, Noruega o Suecia.
En cuanto a los alquileres de casas y departamentos el panorama es poco alentador. Según operadores del sector inmobiliario, esta temporada habrá 50% de la oferta que se quedará sin alquilar, principalmente en propiedades destinadas a la clase media-media alta, con cifras que oscilan entre los 2.000 y 3.500 dólares la quincena. «Hay una gran preocupación por parte de todo el sector», dispara Alberto Prandi, titular de la inmobiliaria homónima y ex subsecretario de Turismo. Al igual que el empresario, la mayoría de los operadores del sector coinciden que el conflicto por las papeleras caló hondo en las familias de clase media argentina, «a la que se le hace imposible venir por otro medio que no sea su vehículo a través de los puentes». Los más pesimistas se animan a pronosticar que el conflicto alejará a cerca de 250 mil argentinos de las playas uruguayas este año.
Con las propiedades más caras el efecto es inverso. En la zona del puerto, en José Ignacio, La Barra y Punta Ballena, que está volviendo a tener el protagonismo de hace varios años, está casi todo alquilado. Entre los arrendatarios de lujo hay dos que acaparan la atención de propios y ajenos. Uno es dueño del imperio Polo, Ralph Lauren, que alquila una casa en la zona de la Barra llamada Charito Neme, mientras que Luciano Benetton hace escala en la casa que era de Mirtha Legrand y que actualmente tiene su hija, Marcela Tinayre.
El lujo se extiende al aeropuerto y al puerto. En el internacional Laguna de los Sauces, el movimiento de jets privados es notable. Según datos del Consorcio Aeropuertos Internacionales, en un día llegaron a registrarse 120 operaciones. Hay cuatro o cinco aviones que superan los 5 millones de dólares cada uno. Alquilar uno puede costar entre 4 mil y 8 mil dólares la hora de vuelo, además de gastos operativos, alojamiento para la tripulación, hora de espera y tasas. El propio Ralph Lauren llegó a través de una operación de la aviación general, como se denomina a los vuelos privados. En cuanto al puerto, el alquiler de amarras es récord, ya que las 512 disponibles se encuentran ocupadas en su totalidad, con reservas realizadas desde el mes de octubre. Cuentan que debido a la gran demanda, la Administración de Puertos sacó de la venta diez lugares y los ofreció en una licitación pública, sólo al alcance de privilegiados, que llegaron a desembolsar 20 mil dólares por la temporada. En el puerto paran unas 1.500 personas, en su mayoría argentinos, que priorizan dormir en sus embarcaciones en un gran número; algunos para amortizar los gastos, otros simplemente por comodidad.
Gasoleros
¿Una pizza?, ¿un chivito uruguayo?, ¿parrilla libre?: ideal para los argentinos, dicen acá. ¿Los boliches exclusivos de la Barra?: para los mexicanos, aseguran. Detalles al margen, los datos oficiales dados a conocer hace pocos días por el Centro de Hoteles y Restaurantes delatan que los argentinos somos los turistas más gasoleros de Punta del Este, sólo superados por chilenos y uruguayos. Al parecer, cada argentino gasta en promedio 40 dólares diarios, mucho menos que los mexicanos, líderes del ranking con 200 dólares diarios per cápita. En la franja intermedia están los europeos, que gastan 150 dólares, mientras que los brasileños promedian los 90 dólares. En las casas de alquiler de autos coinciden en que los argentinos son minoría y se quedan con las unidades más accesibles. Los coches de lujo que no bajan de 250 dólares por día (Ford Mustang, BMW) son arrendados por brasileños, mexicanos y europeos, especialmente españoles.
Es tarde y aún me queda por recorrer las zonas de la Barra y José Ignacio. Me habían hablado de la buena organización en el tránsito, principalmente en la parte del atascadero (cuando los autos detienen su marcha), una materia pendiente desde hace varias temporadas ya que generaba tediosas colas y pérdida innecesaria de tiempo. Por el horario, somos menos los que vamos hacia José Ignacio y más los que vienen hacia el centro, pero de todos modos el tránsito es fluido en ambas direcciones. La policía caminera está trabajando bien. «Cuando hay problemas, desvían los autos hacia una calle que cruza fuera de la Barra y desemboca cerca del complejo comercial Palma de la Barra», cuenta un vendedor ambulante que vuelve caminando hacia la Parada 3 de la Brava, tras una jornada extenuante, con la piel curtida por el sol y un tatuaje «maradoniano» en su brazo derecho.
La Barra está como siempre: repleta de turistas de todas las edades. Algunos recorren las tiendas de antigüedades, el mercado de pulgas o las galerías de arte: otros aprovechan para disfrutar del atardecer en la playa, al pie de un lugar con un paisaje arquitectónico único.
José Ignacio luce casi despoblado, es más lindo aun. Suena el teléfono; es Grolero para confirmarme que Cristian Castro se presenta mañana en el Conrad. Lamentablemente tengo la agenda ocupada. Por la tarde estoy invitado al desfile que organiza Roberto Giordano en Punta Ballena. A las 20 tengo una entrada para ver a Gustavo Cerati en Medellín Polo Club. Anuncian que tocará varios temas de su época como vocalista de Soda Stereo y otros de su actual etapa como solista. Después regreso a Montevideo para embarcarme a las dos de la mañana en un barco rumbo a Buenos Aires. Esta vez sin escalas previas.
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