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Ingenio argentino: petroquímica sin petróleo
Dato número dos: desde el Laboratorio de Procesos Catalíticos (LPC) de la Facultad de Ingeniería de la UBA surgió no hace mucho tiempo un invento para producir hidrógeno a partir de alcohol de origen vegetal, proceso que rápidamente fue comprado por una empresa extranjera para aplicarlo a submarinos de guerra.
Dato número tres: la producción de biocombustibles está casi en estado de feto en el país, pero su insoslayable destino es reemplazar, más temprano que tarde, a los combustibles fósiles.
True es una empresa familiar que a fines de 2001 se vio en aprietos por la devaluación -que triplicó el costo de sus insumos-, a lo que se sumó la disparada de los precios del crudo desde 2004. En esa coyuntura se produjo el contacto con la Fundación Innova-T y el Dr. Gustavo Bianchi, quienes convencieron a la pyme de que a veces la mejor manera de salir del laberinto es por arriba. (Ver recuadro.).
El proceso
La clave del nuevo sistema nace como derivación de la invención, en el seno del LPC de la Facultad de Ingeniería, de un conversor capaz de producir hidrógeno partiendo de alcohol vegetal, cuya patente compró en 400.000 dólares Química Abengoa, de España, tal como se informó en este diario en marzo pasado. Esta conversión desde etanol hasta hidrógeno en grado de alta pureza se realiza en tres etapas, la primera de las cuales consiste en un «reforming» en caliente que toma alcohol y lo vuelve «gas de síntesis», una mezcla de monóxido y dióxido de carbono, agua y metano. Como su base es el carbono, este gas de síntesis es el mismo que la petroquímica convencional (que lo obtiene del petróleo) utiliza para producir desde plásticos hasta pinturas, fibras textiles, fertilizantes y miles de productos más.
El proyecto con True -a cargo de la doctora Norma Amadeo, vicedirectora del LPC, en tanto el Dr. Bianchi es el jefe técnico- comenzará por la producción de aminas y etóxidos desde el etanol vegetal y esto es una descomunal reconversión para la empresa, pero también puede serlo para el país. Algunos lo ven como el principio del fin de la petroquímica actual.
Aunque parezca redundante, nunca está de más recordar en qué circunstancias aparece esta nueva «punta» tecnológica en la Argentina, donde la producción petrolera viene casi en caída libre desde 1998 y -a menos que la geología tenga preparado un milagro- en menos de dos décadas todo el petróleo y sus subproductos consumidos deberán ser importados. Y aunque tal milagro ocurriera y apareciese por allí algún o algunos reservorios que estiren este acotado e inquietante horizonte (quizá por el lado de la exploración marina), lo inteligente tal vez sea exportar a buen precio ese petróleo, acelerando a la vez el propio recambio energético estructural para ya no depender de él.
Sobre todo con el tremendo potencial agrícola que la Argentina tiene.
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