29 de junio 2007 - 00:00

Veladas gourmet en Cataratas

Veladas gourmet en Cataratas
A partir de 1880, en la provincia de Misiones se abrieron algunos alojamientos para recibir a los primeros turistas. Pero fue recién por los años 20 que se construyó el primer gran hotel para albergar a quienes se animaban a remontar el Paraná. El pionero en los cinco estrellas fue el Sheraton (ubicado en pleno Parque Nacional Iguazú).
Iniciamos, con una carta del lector Leandro Echeperostou, una serie de notas sobre los hoteles de gran categoría que en los últimos años han llegado a Iguazú. En esta oportunidad, descubrimos cómo fue alojarse en el Parque y vivir una primera experiencia en las Cataratas:
Indescriptiblemente, casi por arte de magia, desde el momento en que uno ingresa al Parque Nacional Iguazú, la tensionada vida de las grandes ciudades queda en el olvido. Reconozco que tenía muchas ganas de lograr esa primera vista a las Cataratas. Impaciencia, ansiedad, miles de emociones se adueñaron rápidamente de mí... Nunca hubiera imaginado que el hotel en el que me alojaría, el Sheraton Iguazú, tendría la particularidad de ser el único resort dentro del Parque Nacional. Así, que mientras realizaba el check in, ya tuve el placer de deleitarme con ese majestuoso espectáculo natural, a través de los amplios ventanales situados en el lobby.
Algunos minutos después, estaba ubicado en una cómoda habitación con una vista increíble a los principales saltos. Tras asomarme al balcón, esbocé una relajada sonrisa al escuchar el lejano sonido del agua al caer. En ese instante, casi sin proponérmelo, miré hacia la mesa del cuarto y un folleto donde se describían las innumerables opciones del Spa Seda llamó mi atención, motivándome a ir a visitarlo. Quise permanecer un tiempito más contemplando ese paisaje único, pero mi curiosidad fue mayor. Un short de baño inteligentemente escondido en la valija era todo lo que necesitaba. Impresionado por las fotos que había visto en el folleto, tomé el ascensor y descendí hasta el primer subsuelo, donde fui recibido con total cordialidad. Es así, que luego de un paseo por los diversos salones de masajes, áreas de descansos, gimnasio equipado con máquinas de última generación y saunas, llegué al atractivo principal del spa, su célebre pileta lúdica.
Reconozco que hasta ese entonces nunca había escuchado ese concepto. O, al menos, no lo recordaba... De todos modos, era indudable que se trataba de alguna propuesta bastante innovadora.
Luego de conocerla y disfrutarla, podría definirla como una piscina de un tamaño considerable, con agua lo suficientemente cálida, donde el turista sigue una suerte de recorrido con siete estaciones de hidromasajes. Al principio, algunos chorros suaves comienzan a trabajar la zona lumbar. Luego, uno algo más poderoso, se ocupa de las cervicales. Más tarde, una cama de burbujas invita a recostarse, para continuar posteriormente, con un masaje en las plantas de los pies que provoca algunas tímidas cosquillas.
Finalmente, una pequeña cascada relaja completamente los músculos, para preparar al visitante a enfrentarse a un último chorro de agua, quizás el más potente de todos. Finalizada la secuencia, me dejé tentar por un masaje energizante que la señorita Sandra llevó a cabo con total profesionalismo. Se trataba de un método parecido al ya conocido masaje de piedras calientes, pero en este caso, se usaban unas curiosas bolsas calientes, rellenas con hierbas del parque, además de manzanilla.
Posteriormente, y luego de esa tan grata experiencia, había llegado otro momento de los más emocionantes que el Sheraton Iguazú puede regalar, la cena. En su restorán «Garganta del Diablo» uno debe tomar la difícil decisión de optar entre un buffet con sabrosas especialidades, o una selecta carta de platos internacionales, pero con interesantes influencias locales. Una mención aparte merece la selección de copas heladas, cada una identificada con el nombre de un país. Finalmente, y después de saborear una rica caipirinha, regresé a mi cuarto y me preparé para la gran aventura que me esperaba al día siguiente.

A un paso del verde

Alrededor de las ocho, el sol comenzó a filtrarse tímidamente ante mi poco eficaz cierre de cortinas. Así que opté por comenzar el día temprano. Luego de un espectacular desayuno buffet, comenzó lo que se transformaría en una travesía inolvidable. Después de internarnos en la selva a bordo de unos vehículos muy particulares, llegamos al río Iguazú, donde se encontraban unas lanchas con capacidad para alrededor de veinte personas. Con algo de temor, pero tentado por el espectáculo prometido, me decidí a abordar.

ASUSTADO E HIpNOTIZADO

Luego de escuchar las advertencias del guía respecto de la seguridad, zarpamos. Al principio todo parecía calmo, hasta que comenzamos a divisar las Cataratas a lo lejos. De a poco, el río comenzó a volverse más oleado. La adrenalina se hacía cada vez más intensa... Cuando ya estábamos a escasos metros de los principales saltos, la lancha hizo una parada para deleite de las cámaras fotográficas. Segundos después, se dirigió a toda velocidad hacia una majestuosa e interminable caída de agua.
Debo confesar que la visión desde abajo es completamente diferente de cualquier imagen que uno pueda percibir en las pasarelas del parque. Es increíble... Asusta, y mucho. Pero hipnotiza, a la vez... Por momentos, sentía que el piloto no se iba a detener y que la cascada nos devoraría, literalmente hablando. Por suerte, en el momento en que parecía que ya no quedaba más tiempo, un hábil golpe de timón me devolvió el aliento.
Finalizado el paseo, y totalmente empapado, descubrí otra de las ventajas de estar alojado dentro del mismo Parque Nacional. A diferencia de muchos de los demás turistas, sólo tuve que caminar unos metros para que mi cálida habitación me recibiera con los brazos abier-tos. Luego de tomar un ansiado baño, me entregué a los placeres del spa, hasta la hora de la cena, donde el chef Octavio volvió a sorprenderme con sus exquisitas propuestas.
Traté de descubrir sabores nuevos, excepto a la hora del postre, donde no pude soportar la tentación de repetir la Copa España, la misma que había probado veinticuatro horas antes. Luego, algo cansado por tan agitada jornada, regresé a mi cuarto donde unos ricos chocolates me estaban esperando sobre la almohada. Al día siguiente, y con la nostalgia de quien sabe que va a añorar algo profundamente, me despedí de ese magnífico paisaje, y sin darme vuelta, por temor a que una pícara lagrimita me sorprendiera, subí a un remís y me dirigí al aeropuerto...

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