Los seguidores de Greenspan, que tan abatidos se han mostrado durante los dos últimos años, ayer resurgieron de sus cenizas y volvieron como en el pasado a achacar a las palabras de su gurú el poder mágico de impulsar el precio de las acciones en la dirección del cielo. Pero casi como un castigo divino apenas empezaban a difundir su credo en el mercado, las acciones que habían abierto la jornada con una fuerte suba (2,95 por ciento las blue chips y 3,7 por ciento los papeles tecnológicos) comenzaron a ceder terreno y para las 13, los principales índices del mercado entraban en territorio negativo. Para ser sinceros, el mercado ya subía antes de las palabras del máximo banquero (lo más lógico es considerar entonces que éstas dispararon la baja) y, cosa curiosa, la estrella y motor del alza era Intel, que había anunciado resultados por debajo de los esperados (luego del cierre de las operaciones del martes). Al final de la jornada el mercado se pudo entonar otra vez un poco y el Dow quedó en 8.542,48 puntos, ganando 0,82 por ciento y el NASDAQ 1,6 por ciento, siendo la estrella del día Intel. En esta especie de mundo al revés que suele ser el mercado, donde a veces se sube hacia abajo en una jornada plena de buenas nuevas, sólo para caer hacia arriba de la mano de malas noticias del siguiente, lo más lógico es considerar que después de siete jornadas consecutivas de baja para el Dow, aunque más no sea que por una mera cuestión estadística, correspondía marcar una suba. Extrapolar más allá las cosas y pensar que porque un viejo habló ante un grupo de políticos intentando dar crípticas señales de optimismo la realidad va a cambiar, es llevar las cosas demasiado a los extremos.
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