27 de octubre 2009 - 00:21

Confesiones de Juan Sourrouille desde el Austral hasta la renuncia

Reapareció el ex ministro de economía de Alfonsín en extensa entrevista

Ríen Raúl Alfonsín y Juan Sourrouille (con José Luis Machinea de fondo). El éxito inicialmente conseguido por el Plan Austral no era para menos: la inflación bajaba rápidamente y el Gobierno recuperaba popularidad.
Ríen Raúl Alfonsín y Juan Sourrouille (con José Luis Machinea de fondo). El éxito inicialmente conseguido por el Plan Austral no era para menos: la inflación bajaba rápidamente y el Gobierno recuperaba popularidad.
Juan Vital Sourrouille repasó su gestión como titular del Ministerio de Economía en una vasta entrevista publicada recientemente en el sitio www. escenariosalternativos.org, el portal de análisis político, económico y social dirigido por Jesús Rodríguez. Allí, el economista recordó la singular forma en que recibió el ofrecimiento del cargo, la gestación del Plan Austral y la crisis que desembocó en su renuncia en 1989.

«¿Por qué el Gobierno hace el Plan Austral? En ese momento, el riesgo de que el presidente no pudiera sostener su mandato no era menor», recordó Sourrouille. «Fue una operación política para despejar las acechanzas más duras que enfrentaba en ese momento, para llegar a fin de año», añadió.

A continuación, los aspectos principales de sus declaraciones.

  • Yo nunca fui radical, al menos hasta ese entonces. Tampoco fui peronista, sino más bien un independiente. Pero habían sido tan duros los años de la dictadura que todos estábamos dispuestos a hacer algo por el país. Lo conocí a Raúl Alfonsín antes de que se convirtiera en presidente. Fue una sorpresa que a pocos días de su triunfo electoral me llamase para convocarme para la Secretaría de la Planificación. Así se inició mi período en el Gobierno. Tengo un gran recuerdo de Bernardo Grinspun, su compromiso con la democracia y con el radicalismo era enternecedor.

  • El Gobierno radical del principio era arrasador en política, y el problema mayor estaba en la economía. Poco a poco, la parte política fue perdiendo influencia. La primera cuestión para aquella gestión era la posibilidad de crecer, y el crecimiento debía ocurrir sobre la base de una recuperación de la capacidad para iniciar un proceso de industrialización importante. Una segunda cuestión eran las finanzas públicas, que eran un desastre.

  • No estábamos contentos con respecto al cariz que los acontecimientos iban tomando, pero no había una forma clara, dentro de esa confusión, de cómo seguir hacia adelante. Hay que reconocer que no siempre se sabe todo lo que se quiere saber o no siempre todo lo que se sabe es útil para resolver el problema que se enfrenta. Y, además, lo que había debajo de la alfombra era bastante complicado.

  • Fue un gran período de confusión y aprendizaje. Fue quedando claro, con el correr del tiempo, que la política de desindexación gradualista que inicialmente trató de llevar a cabo el Gobierno para reconstruir el poder de compra doméstico tenía grandes dificultades y, probablemente, fuese imposible.

  • En la presentación del Plan Austral en Estados Unidos fuimos al despacho de Jacques de Larosière, director del Fondo, y ahí estaba la «crema» del Gobierno de Estados Unidos: Paul Volker, James Baker, Robert Mulford y Larosière. Había que explicarles el plan y convencerlos. Yo estaba muy perturbado, sabía que ahí podía terminar la historia, pronto. Les pregunté si tenían inconvenientes en que usase un pizarrón. Yo, que tenía mi verso, empecé a llenar el pizarrón con todas las operaciones: tal día, tal cosa, tal día, tal cosa, tal día, tal cosa. Creo que hablé dos horas. A cierta altura, Volker, con toda su autoridad y su físico, se paró y dijo: «Estoy de acuerdo». Discutimos, la reunión terminó a las 12 de la noche, estaba decidido que se hacía. Para el FMI firmar un acuerdo con congelamiento de precios era una cosa de locos.

  • Ahí quedó nuestra idea explicada y su realización, asegurada. La reunión fue así, en el Fondo, liderada por Volcker, la persona de más autoridad en ese momento. Así se decide. Siempre fue así, yo nunca tuve una reunión con el staff del Fondo. Si algún ministro la ha tenido, pierde tiempo, no sabe lo que hace.

  • Había elecciones en octubre, estaban muy cerca. Había otros frentes en los que el Gobierno encontraba dificultades: las relaciones con los militares retirados. Un índice de inflación exageradamente alto y, al mismo tiempo, la posibilidad de una rebelión militar, era un espacio muy peligroso. ¿Por qué el Gobierno hace el Plan Austral? En ese momento, el riesgo de que el presidente no pudiera sostener su mandato no era menor. Había que parar la inflación, como mínimo. En el Plan Austral, nosotros entendíamos que era inexorable hacer un congelamiento de precios para detener la inflación bruscamente, no había tiempo para más gradualismo.

  • Además, había que hacerlo de esa manera porque, si bien esto suele soslayarse, durante el Gobierno de Alfonsín el desempleo fue bajo. Un programa de los «ortodoxos» para niveles inflacionarios genera un nivel de desempleo incompatible con el bienestar y la supervivencia política de un Gobierno. Fue una operación política para despejar las acechanzas más duras que enfrentaba en ese momento, para llegar a fin de año.

  • Unos días después de los anuncios formales se organizó una reunión en un teatro de la calle Corrientes para informar a la gente del radicalismo sobre lo que se había puesto en marcha. Teníamos algunas dudas sobre la recepción que tendrían las medidas. Yo no quería cometer ningún error y traté de memorizar muy cuidadosamente un inicio: una vez que empezara, las cosas podían, después, fluir bien; pero yo no quería empezar por un mal camino.

  • Entré, abrí la cortina y cuando di el primer paso se produjo una ovación. Quedé desconcertado, no conocía bien las reglas: ¿qué debía hacer?, ¿agradecer? Yo no tenía experiencia en actos masivos. Era una confusión para mí. Nunca recordé por dónde empecé; no creo haberlo hecho por donde lo tenía previsto. Mi desconfianza había sido superada por los acontecimientos.

  • El Austral mostró algunas debilidades y esas debilidades, si uno las mira con cuidado, en parte son factores exógenos: cambiaron algunas cosas en el mundo que lo desacomodaron. Yo podría escudarme en eso y decir «¿yo qué culpa tengo?». Pero hubo un error de previsión: debieron tomarse precauciones adicionales.

  • Hoy creo que nuestra percepción de los riesgos por rechazo fue exagerada. Pudimos ir un poco más allá, tomar reservas mayores que las que efectivamente tomamos. Eso nos hubiera permitido sobrellevar mejor algunas dificultades en ese momento inesperadas.

  • El Austral empezó a tener dificultades por la política económica del Gobierno de Estados Unidos. Si con alguien habíamos conversado el plan, era con los funcionarios de Estados Unidos, que no sólo lo habían aprobado, sino que habían tomado una responsabilidad en el plan, se puso mucho dinero.

  • A fin de año, los precios de los granos habían caído fuerte por la suba importante de la tasa de interés en Estados Unidos, siendo Paul Volcker un actor fundamental de esta película. Fui a Estados Unidos a verlo a Volcker: «El problema lo tengo yo, pero es el resultado de sus políticas». Viendo los datos, él reconoció que había algo de razón en lo que estaba diciendo.

  • Que cayesen los precios de los granos y aumentaran la tasa de interés internacional implicaba que las cuentas financieras en dólares que habíamos hecho para sostener el Austral tenían dificultades. Por otro lado, la caída de los precios internacionales hacía difícil el sostenimiento de las retenciones. ¿Se pudo haber hecho más en su momento? No lo sé. Estaba calculado muy al filo. Había más margen del que yo mismo creí.

  • El problema no fue hacer mal las cuentas, sino evaluar hasta dónde llegaban los límites de la operación desde el punto de vista social, con la posibilidad de que el Gobierno pudiera caer. Una vez que pasaron las elecciones, las cosas se hicieron más fáciles.

  • El «Plan Austral» es un invento de la gente, no mío. En el discurso no se habla de un plan tal, sino del inicio de un proceso de reforma económica. Ése era mi pensamiento.

  • No era nuestra idea que el tipo de cambio de la Argentina fijado en el Plan Austral iba a permanecer anclado nominalmente por el resto de nuestra historia. El tipo de cambio nominal no era un ancla, ya que siempre entendimos que el tipo de cambio real alto y estable era la condición para que el país empezase a funcionar. La idea era mantener la inflación lo más baja posible, pero el valor a preservar era el del tipo de cambio real.

  • Por los cambios en el escenario internacional a fines de 1985, y algunos locales no menores, nosotros decidimos que iba a empezar una política de tipo de cambio móvil, «reptante», para mantener la competitividad de la economía. No existía un favoritismo por la indexación, lo vimos como uno de los costos que había que pagar para que la Argentina creciera, para eso era necesario mantener un horizonte confiable para las exportaciones, eso nos llevó a decidir la flexibilización cambiaria.  

  • ¿Cuál es el régimen de inflación posible para la Argentina? Sabemos que una inflación considerablemente más alta que la internacional es inconveniente. Dicho eso, ¿la inflación de la Argentina debe ser compatible con la de los países centrales o no? Atarse a la política de precios de los países centrales parece algo exagerado; existe cierto rango y allí estaba la discusión. Nosotros, entre hacer un desesperado esfuerzo por llevar la inflación a un nivel compatible con la internacional o convivir con un poquito más de ella para tratar de instalar algunos cambios, optamos por esta segunda variante.

  • La otra cuestión es el valor de instrumento de lucha antiinflacionaria que el tipo de cambio nominal tiene. En eso yo no creo. No creía ni antes de estar en el Gobierno, ni durante el Gobierno, ni después. No hubiera sido exitoso el objetivo de mantener la inflación pegada a la internacional utilizando el ancla cambiaria.

  • Ya para 1988 la gestión económica era vista, sin lugar a dudas, como la pata floja del Gobierno. El Plan Primavera fue una idea para preparar una situación de convivencia razonable para la elección presidencial. La idea de que un Gobierno puede introducir un cambio fundamental en su política económica en el último año de su gestión yo no la comparto, no puede ser exitosa, es un movimiento desesperado. Que el radicalismo decidiese introducir un cambio sustantivo al acercarse las elecciones tiene una sola respuesta, que es que la haga hacia la derecha. Porque es obvio que no lo va a hacer hacia su enemigo político, que era el peronismo que lo venía corriendo desde el flanco popular. La única política posible en ese escenario era ir hacia la derecha, lo que yo nunca recomendé. Eso fue una ingenuidad política.


  • El Gobierno no tenía otra política posible que buscar, como pudiese, que hubiera, en el mejor de los casos, un acto electoral razonablemente organizado y no salió bien.
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