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Gurfein: la obra y el instrumento
Frente a las palabras de los teóricos, como anticipo de la complejidad de los asuntos que aborda la muestra, hay una pupila y el iris de un ojo, pintados sobre un lienzo blanco que yace sobre una mesa. "El ojo es un instrumento", sostiene Gurfein. Agrega que la exhibición surgió a partir de una crisis que la indujo a interrogarse: cómo y porqué seguir pintando en el siglo XXI.
Acaso como una respuesta, entre los textos hay uno de Gilles Deleuze dedicado a Paul Klee, donde dice: [...] "no ha comenzado aún a pintar. [...] Es lo pre-pictórico, es el "antes de pintar" por toda la eternidad [...] Estoy siempre en el primer instante. Ha ocurrido ese momento pre-pictórico del caos. Ya no ve, se confunde con su motivo, ya no ve nada, la noche cae [...] ¿Qué es eso? Ya no ve nada. El ojo... tendremos que preguntarnos qué es el ojo. ¿Qué es un ojo, qué es el ojo del pintor? ¿Qué es un ojo en la pintura, funciona como un ojo? Y bien, es ya un ojo totalmente rojo".
Al mirar las pinturas de Gurfein se percibe un contraste desestabilizador. En las paredes se divisa una serie de bellas abstracciones de acabado perfecto, pero entre ellas, hay unos cuadros cuyas manchas y formas irreconocibles delatan el gesto tosco de una mano inexperta. El sentido de estas obras bien podría ser la representación del proceso (la energía, las vibraciones o chispazos) que dispara en el sistema nervioso el acto de pintar. Pero Gurfein -sin renegar de dicha interpretación-, cuenta que se trata de un sudario. Así relata que el punto de partida de la muestra fue una mancha de pintura que descubrió sobre una pared al retirar un lienzo mal sellado. Esa huella, el resto de la pintura adherida al muro, la indujo a pensar en un sudario, y preguntarse dónde se localiza la pintura. Un sudario es un lienzo que lleva la marca de un contacto, pero tan su sólo nombre, sudario, remite a la idea de tormento, reliquia, despojo y, sobre todo, transfiguración.
Ajenos a cualquier afán estético, los lienzos de Gurfein muestran los restos que ha dejado otra tela impregnada en pintura. La obra es casi un borrón, pero parece capturar un instante del proceso de asimilación de lo visual, el momento de la percepción de algo preciso y determinado. Algo, una imagen, que luego deberá manifestarse a través del artista para que, una vez más, sobrevenga el "milagro" que desde hace siglos se llama pintura.
En el medio de la sala, sobre una mesa hay una serie de fragmentos de telas impregnadas en pintura de diversos colores. Son los "contactos", las herramientas utilizadas por la artista a cambio de un pincel, para transportar la materia de un lienzo a otro. Cada uno de estas telas, con su tonalidad peculiar, muestra los distintos grados de penetración, densidad, absorción o transparencia de cada pigmento aplicado al soporte. En este despliegue aparece la contemporaneidad de los colores que prepara Gurfein, salvo el verde veronés que utiliza puro o con su propio degradé.
En otro orden estético, las bellísimas abstracciones con sus bordes de color difuso, tienden a confundir la visión de las formas que están adelante con las de atrás. Estas investigaciones sobre el color y la luz se destacan por sus tonalidades encendidas. "Los cuadros irradian su luz, parecen estar enchufados. Están vivos, por eso los llamo obras", explica la artista y, confirma de este modo, el estatus de sus pinturas.
No obstante, Gurfein plantea en su texto la dificultad de apresar "lo visible", especifica que "no existe en ninguna parte" y, ante esta realidad, agrega: "Tal vez sea mejor contornear la superficie de las cosas, su aspecto exterior, mirando el núcleo de soslayo, para volver a girar el ojo, el foco, hacia los trazos y dejar que la inmanencia resuene entrecortadamente en pequeños destellos, fulguraciones que sean sólo rémora".De acuerdo a este consejo: ¿Cuál es el temor de perforar el "aspecto exterior" de lo visible para traer imágenes que expresen el lado oculto de las cosas? Consubstanciada con lo visual, la artista posee la capacidad de percibir el núcleo de las cosas, lo que subyace, aquello que no se manifiesta ante el común de las miradas. "El pintor pone el cuerpo" dice Valery. Después de atreverse a pintar a ciegas, Gurfein habla de una "danza de luciérnagas en el corazón de las tinieblas". "Lo intratable" es una exhibición ambiciosa, la exploración deja en evidencia que la facultad de ver posibilita el encuentro con la belleza y también con la fealdad, con la felicidad y el dolor. La enigmática muestra deja un sentimiento de perplejidad. ¿Qué ha visto ese ojo que los demás no hemos visto?
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