7 de abril 2011 - 00:00

Hazaña sanmartiniana en versión de cámara

Rodrigo de la Serna compone un San Martín con nervio, con rasgos «humanos». Sus arengas son un tanto histriónicas
Rodrigo de la Serna compone un San Martín con nervio, con rasgos «humanos». Sus arengas son un tanto histriónicas
«Revolución. El cruce de los Andes» (Arg.-Esp., 2010, habl. en español). Dir.: L. Ipiña. Guión: L. Ipiña, A. Maino. Int.: R. de la Serna, J. Ciancio, A. Gutiérrez, L. Delgado, G. Kuchen, P. Ribba, M. Marmorato, J. Olivera, M. Rodríguez.

Leandro Ipiña, asistente de dirección en la batalla de «Iluminados por el fuego», hizo tiempo atrás un elogiable especial para Canal Encuentro sobre la batalla de San Lorenzo. Con pocos medios alcanzó buen nivel estético, impresionó con la fidelidad a los detalles de época, y logró transmitir una sensación de verosimilitud digna de elogio. Lo acompañaban los directores de fotografía Javier Juliá y de arte Sergio Rud. El mismo equipo asumió luego un mayor desafío, el que ahora vemos, coproducido por Encuentro, Canal 7, y las españolas Wanda Films y Lusa Films, estos últimos en el marco de una serie de films sobre héroes latinoamericanos de la Independencia. El resultado tiene los mismos méritos.

La fotografía se hace admirable en los interiores casi a lo Vermeer, la ambientación es cuidadosa (se sumó también el vestuarista Julio Suárez), lo mismo que la producción de Dolly Pussi, el general y todos sus hombres van en mula, tal como ocurrió y como lo pinta Franz Van Riel en su cuadro «El paso de los Andes», que está en el Museo de Granaderos, la batalla de Chacabuco resulta bastante creíble, y las primeras imágenes del cruce son mejores que las de «El santo de la espada», si bien el resto de la travesía palidece frente a las descripciones históricas de lo que fue realmente aquello: 5.423 hombres, 2280 mulas, 600 reses, 1.600 caballos, de los que apenas sobrevivieron 511, caminos de cornisa, precipicios enormes, hombres y animales apunados, fríos intensos, raciones apretadas, un puente desarmable para cruzar los abismos, zorras para cinchar los cañones, etcétera.. Aquí sólo se ve un centenar de extras por sendas accesibles, y una vaca muerta.

Conocedores lamentarán también la ausencia o escasa presencia de muchos patriotas que hoy sólo son una calle, una avenida, o un hospital, como el doctor Paroissien, y acaso también la desproporción entre planos de extras con rostro criollo, o europeo (hubo varios, veteranos de las guerras napoleónicas) y extras de rostro afroargentino, como si medio ejército hubiera integrado el famoso Batallón de Pardos, que era de 150 hombres. En fin, cabe entender que eso ya integra lo «políticamente correcto». Más opinable es la idea de crear suspenso haciendo que el general San Martín cruce apenas con una pequeña escolta, separado de su propio ejército, lo cual roza lo novelesco pero permite reducir la acción a unas escaramuzas con espías, y ahorrar escenas de extras.

Rodrigo de la Serna compone un San Martín con nervio, con matices adecuados, «humanos», según se pide ahora, y elige hacer una arenga un tanto histriónica, casi de líder político en asamblea, más que la apropiada de un militar con voz de mando, seca, severa y segura. En fin, cada época tiene su mirada, y su intérprete, como antes lo fueron, muy adecuadamente, Pedro Tocci y Alfredo Alcón.

Objeciones al margen, una película digna de aprecio, que impulsa a la admiración de nuestros héroes, y al interés por mayores conocimientos. Al respecto, siguen siendo recomendables la «Historia de San Martín y la Emancipación Sud-Americana» (por algo recalca lo de emancipación) de Bartolomé Mitre, en tres tomos, 1887-1890, y «La campaña de los Andes», del coronel Leopoldo Ornstein, 1931, de la Academia Sanmartiniana.

Dejá tu comentario