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La ópera de la máscara de hierro
No fueron las mejores las circunstancias y perspectivas que circundaron el estreno de la última producción lírica del 2013 del Teatro Colón, "Un ballo in maschera", también clausura del año verdiano. La muerte, una semana atrás, de un empleado de limpieza en las instalaciones del edificio motivó la suspensión de los ensayos, la protesta del personal por las condiciones de seguridad y la consecuente postergación del estreno. A esto se sumó el muy comprensible malestar que algunas imposiciones de la "régie" venían suscitando en los cantantes.
Todo derivó en que el clima de la primera función fuera atípico. El director del Colón, Pedro Pablo García Caffi (muy cuestionado por su reacción frente al accidente mortal), pareció buscar apoyo en la compañía del jefe de Gobierno, Mauricio Macri. Pasados veinte minutos de la hora prevista para el inicio, y ante la inquietud creciente, una voz en off explicó que la demora se debía a una falla en un cable de iluminación "que había sido anteriormente chequeado", y pocos minutos después se levantaba el telón.
Estrenada en 1859 e inspirada en el asesinato de un rey sueco durante un baile de máscaras, la ópera (basada en "Gustave III ou le bal masqué de Eugène Scribe) lleva en sus hombros una conocida historia de censuras que motivaron cambios en el título, el argumento, la locación y el libreto. La puesta de Álex Ollé (uno de los directores artísticos de La Fura dels Baus) plantea un mundo futuro, deshumanizado y gris, en el que los personajes llevan todo el tiempo una máscara que anula sus identidades respectivas (en la escena final, la del baile, una sobre-máscara se le superpone); el recurso fácilmente tachable de pueril- no suma nada y resta mucho.
Pero más allá de este elemento lo insólito en la puesta es su falta de ideas, su afán de forzarlo todo para que entre en el caprichoso universo de Ollé, que tampoco acierta en una dirección de actores chata, a juzgar por los resultados. Apenas algunas pinceladas de esplendor visual (como la aparición de Ulrica) producen un relativo impacto que pronto se diluye en un tedio irreparable. La espectacular escenografía de Alfons Flores, el vestuario de Lluc Castells y la iluminación de Urs Schönenbaum son el complemento adecuado de la visión de Ollé.
Sobreponiéndose admirablemente a la prisión de la(s) máscara(s), el elenco cumple un muy buen trabajo. El tenor albanés Giuseppe Gipali (Gustavo), de bella línea y expresión musical, no cuenta sin embargo con un caudal adecuado a las dimensiones del Colón y su voz se pierde detrás de la orquesta. Virginia Tola sobrelleva con gran profesionalismo y sensibilidad un papel en el que se la advierte algo forzada, con agudos levemente estridentes. Fabián Veloz realiza nuevamente una tarea perfecta y se ubica en lo más alto en calidad vocal. Excelentes la Ulrica de Elisabella Fiorillo y el Oscar de Sussana Andersson, muy bien secundadas por Lucas Debevec Mayer, Fernando Radó y Leonardo Estévez, excepcional el Coro Estable preparado por Miguel Martínez y sutil y autorizada la dirección de Ira Levin, al frente de la Orquesta.
Un unánime abucheo (aunque no tan feroz como el que Valentina Carrasco, aquí asistente, suscitó con su "Colón-Ring") saludó a los responsables de la escena, en contraste con las ovaciones para coro, orquesta, solistas y director musical. Mientras el telón se cerraba, un claro "¡Viva Verdi!" cayó desde lo alto y se multiplicó rápidamente por toda la sala, como un espontáneo afán de reivindicar al genio italiano en su bicentenario.
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