28 de agosto 2014 - 00:00

Las tribulaciones de un político opositor en fuga

Toni Servilio  (“La grande bellezza”) protagoniza  “Viva la libertad”, seductora comedia sobre un político opositor que  le escapa a sus compromisos, y su hermano gemelo desequilibrado que ocupa su lugar.
Toni Servilio (“La grande bellezza”) protagoniza “Viva la libertad”, seductora comedia sobre un político opositor que le escapa a sus compromisos, y su hermano gemelo desequilibrado que ocupa su lugar.
"Viva la libertad" ("Viva la libertà, It.-Fr., 2013, habl. en it. y fr.); Dir: R. Andó, A. Pasquini; Int.: T. Servillo, V. Bruni Tedeschi, V. Mastandrea, M. Cescon, A. Bonaiuto, E. Nguyen, J. Davis, A. Renzi.

Pasa en Italia, pero algunas cositas bien pueden pasar entre nosotros. Enrico Oliveri es el secretario general del mayor partido de oposición del país. El presidente de la nación lo estima mucho, no así los votantes, ni los demás miembros directivos de su propio partido. El secretario general se banca agresiones y menoscabos como un duque. Pero una noche se toma el olivo como un duende. Se esconde en Paris, en casa de una antigua novia, ahora ya casada y con hija. El marido de la antigua novia tiene además la profesión que él hubiera querido tener cuando joven.

Entretanto, el asistente del secretario general ("il portaborse", el que figuradamente, le lleva el portafolios) está desesperado. Buscando a su jefe llega hasta la casa del profesor de filosofía Giovanni Oliveri, su hermano. Descubre que son gemelos. Que hace 25 años que no se ven. Y que en viejos tiempos practicaban un juego propio de gemelos: hacerse pasar por el otro. Al asistente se le prende la lamparita. ¿Podrá este hermano cubrir públicamente la ausencia del titular? El tipo es simpático, canchero, no sufre depresiones como el otro. Unico detalle en contra: acaba de salir del manicomio.

"Estará loco pero tiene método", se justifica el desesperado. Y el loco se divierte, da réplicas formidables a los políticos y periodistas, suelta haikus de Matsuo Basho en la reunión directiva, un poema de Bertolt Brecht en un discurso público ("A quien duda", que empieza "Dices que nos va mal. La oscuridad/ crece. Las fuerzas flaquean"), tararea por cualquier lado "La forza del destino", hace bailar a su gusto a la canciller alemana, da opiniones terminantes que son del gusto público.

Por ejemplo, "En el Congreso, no hay un solo cretino que sepa que lo es", o "Si los políticos roban, es porque sus electores roban o les gustaría robar". ¿Será que los locos siempre dicen la verdad? El asunto es que ahora el partido, gracias a él, crece en las encuestas. Ahora podrá ganar. Pero ciertos profesionales de la oposición tienen miedo de ganar.

A cierta altura, las peripecias de los hermanos se muestran en montaje paralelo. Cada uno está logrando algo. "El genio y el engaño coexisten", dice alguien en cuya casa se encuentra el libro "L' illusione di vivere", de un tal Giovanni Ernani. Y un hermano dice que el otro "nunca logró ser él mismo". ¿Los políticos son realmente ellos mismos? También a cierta altura empezaremos a dudar quién es quién. Y a pensar cómo es que la gente ve en los demás lo que quiere ver. Comedia fina, inteligente, sustanciosa, pasa en Italia pero...

Autor, Roberto Andó, que empezó como asistente de Francesco Rosi, Giacomo Battiato, Fellini, Cimino y Coppola, hizo ya varias películas interesantes ("Sotto falso nome", "Il cineasta e il labirinto", etc.) y también puestas teatrales y novelas. "Viva la libertad" adapta su propia novela "Il trono vuotto", vacío. Y está protagonizada por un grande que llena toda la pantalla haciendo los dos papeles: Toni Servillo, el elegante sesentón de "La grande bellezza". Ejemplar, su rostro mientras espía a la antigua novia en baby doll. No es un rostro de lascivia. Es el de quien se está diciendo, resignada, melancólicamente, "Mirá vos qué tonto, lo que me perdí. Ese personaje está encarnado por Valeria Bruni Tedeschi, lo que alcanza para darle la razón. También hay, en otra parte más risueña, un bonus inesperado: "Arrabal amargo", de Gardel y Lepera, por Leopoldo Federico. Claro que vale la pena.

Dejá tu comentario