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Los nuevos luthiers recurren al arte, y también al ingenio

Matías Crom restauró el piano en el que tocaba el Che Guevara. Esteban Pérez Esquivel inventó una técnica: intrumentos de percusión de pasta de aserrín.
El primero, hijo de Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz 1980, está radicado desde hace algunos años en Entre Ríos. En su tarea como luthier tradicional también desempeña un perfil social: provee de instrumentos al Programa de Orquestas Infantiles «Andrés Chazarreta» desarrollado por la Secretaría de Cultura de la Nación, y es autor de varios libros sobre la construcción de guitarras, cuatros, bandolas, y otros sobre la confección de instrumentos de percusión con una técnica inventada por él: la pasta de aserrín.
Por su parte, Crom (27 años), en cuyo taller de la localidad de Florida tiene lugar el encuentro, está especializado en la construcción de laúdes, contrabajos y violas da gamba, viajará próximamente a Europa a perfeccionarse en la construcción de arcos, y cuenta entre sus logros el de haber restaurado el piano de cola de la célebre firma Érard que perteneció a la profesora de Ernesto «Che» Guevara.
Periodista: ¿Cuándo y cómo se iniciaron en la luthería?
Esteban Pérez Esquivel: Yo empecé como músico, mis maestros más importantes fueron Jorge Cumbo y Daniel Sartori, fundador del grupo Huancara. Él mismo hacía sus propios instrumentos, y me transmitió ese conocimiento. En 1986 empecé a investigar técnicas de luthería para resolver el gran problema de las instituciones: la falta de instrumentos. En esa época trabajaba en Música Esperanza con Norberto Minichillo, donde surgió la técnica de pasta de aserrín que permite hacer distintos instrumentos con una buena sonoridad. Después fui a Europa y me quedé en París estudiando en escuelas de luthería clásica, y más tarde estuve cuatro años en un proyecto sobre la identidad entrerriana, financiado por el Consejo Federal de Inversiones, para construir instrumentos tradicionales con cartón, en talleres que se desarrollaron por toda la provincia, brindando herramientas para que cualquier persona se pueda construir su propio instrumento.
Matías Crom: Yo tocaba en contrabajo, y en ese instrumento hay que ser un poco luthier porque siempre hay algo que ajustarle o arreglarle, así que me empecé a interesar, me surgió la inquietud de construirme uno yo, y antes de eso construí bajos eléctricos, unos 20, sin trastes, después una guitarra clásica, guitarras de jazz, hasta llegar al contrabajo. Hasta ese momento fui autodidacta, después Leopoldo Pérez Robledo, un luthier con mucha trayectoria, me dio las bases. Ahí me di cuenta de cómo es el oficio, es una carrera que no termina más, no tiene fin lo que se puede aprender en cuanto a instrumentos, a escuelas, etcétera. Él me interesó por la música antigua, me incentivó a fabricar esos instrumentos, y me mostró que había un nicho para trabajar acá. Esto es un oficio.
P.: ¿Cuánto hay de impredecible en este arte?
M.C.: Nada es por casualidad, pero el que logra reducir lo impredecible a cero es el luthier ideal. Un músico ve cosas en un instrumento, un luthier ve más. Yo voy intentando seguir una línea. Nosotros somos también un poco atípicos, porque nos interesan otras estéticas. Mi especialidad son las réplicas de instrumentos antiguos. La interpretación de los planos del instrumento original y la carpintería son la parte predecible del oficio, la parte artística es la sensibilidad que tiene un luthier para hacerlo sonar de una manera determinada.
P.: ¿Qué influencia tiene la «devolución» del intérprete?
M.C.: A mí me gusta la devolución afectiva de ir a escucharlos a un concierto, aunque siempre está la tensión por cualquier desafinación que pueda haber ahí, aunque lo más común es que el cliente esté contento. Me gusta que mis instrumentos se muevan, viajen, hablen por mí. Cuando uno termina un instrumento él empieza a cobrar vida propia.
P.: Dentro de la copia de instrumentos antiguos, ¿hay posibilidades de actualización o evolución?
E.P.E.: La única actualización válida y reconocida es a través de los descubrimientos de nuevos instrumentos de época sin catalogar, las investigaciones sobre piezas originales y criterios de construcción de distintos luthiers de época. También el instrumento puede cambiar por la elección de la madera en las posibilidades que el actual luthier tenga según el lugar donde viva. El ejemplo fueron los jesuitas en América que además de hacer un repertorio de estilo barroco particular eran constructores de sus propios instrumentos.
M.C.: No hay que olvidar que justamente las misiones fueron la auténtica escuela americana de luthería, y es lo que nos representa.
P.: ¿Cómo llegó a sus manos el piano usado por el «Che» Guevara?
M.C.: Cuando murió la dueña, la maestra de piano del Che, lo compré, lo tuve en casa dos años sin saber qué hacer con él, y con lo que veía trabajando con Leopoldo en el taller y la ayuda de Norberto Pérez, otro especialista, pude restaurarlo. Fue algo muy complejo, pero el resultado me da una gran satisfacción.
Entrevista de Margarita Pollini
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