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Masacre en Filipinas: mueren 8 turistas tomados de rehenes
«El trágico hecho concluyó con la muerte de ocho civiles inocentes», explicó el presidente filipino, Benigno Aquino, en un comunicado difundido poco después de finalizar una reunión con la cúpula de la Policía de Manila.
Allí, 24 pasajeros que viajaban en un autobús turístico, entre ellos algunos niños, fueron tomados como rehenes por Rolando Mendoza, un ex policía armado con un fusil M-16, informaron fuentes de seguridad filipina. El asalto tuvo lugar cerca de Quirino Grandstand, una gran plaza donde los presidentes filipinos prestan su juramento.
Poco después, una decena de agentes de las fuerzas especiales filipinas rodearon la zona donde se hallaba el autobús.
Mendoza, de 55 años, era un ex inspector de la Policía que con esta acción intentaba solicitar su reincorporación a la fuerza, tras un despido que consideraba injusto.
Las autoridades filipinas estimaban que el episodio concluiría rápidamente, pero con el paso de las horas el panorama empeoró.
La Policía se tomó 12 horas para abordar el autobús. Mendoza se comunicaba con los agentes policiales a través de mensajes escritos, que entregaba a través de una de las ventanas del autobús. En el primero de ellos decía: «Un gran error para una gran decisión equivocada».
Durante la tarde, la Policía logró establecer comunicación telefónica con el secuestrador y, con el correr de las horas, el hombre liberó a 9 rehenes, entre ellos 3 niños. La situación -con 15 turistas chinos aún a bordo- se complicó en las horas que siguieron.
Señales de vida
El defensor cívico que en enero había dispuesto el despido de Mendoza, bajo la acusación de extorsión por 350 euros a un gerente de un hotel de lujo, había preparado una carta para entregar al ex agente, con la intención de «iluminarlo», para que cambie de parecer, según afirmó el vicealcalde de Manila, Isko Moreno.
Mendoza, mientras tanto, aseguraba que había matado a dos rehenes chinos, información que era confirmada por la radio local. Gregorio y Leandro Mendoza, respectivamente hermano e hijo del secuestrador, se negaron a actuar como intermediarios y, en cambio, alentaban al ex agente a resistir, por lo que fueron arrestados bajo el cargo de complicidad.
Mendoza comenzó a disparar contra las fuerzas especiales que rodeaban el vehículo, momento que aprovechó el conductor del autobús filipino para escapar.
Inmediatamente informó que todos los rehenes habían sido asesinados por el secuestrador, pero no era cierto.
Bajo una lluvia torrencial, las fuerzas especiales lograron por primera vez acortar distancias y llegaron junto al autobús, del que no parecían provenir señales de vida.
Hicieron algunos intentos de subir al vehículo -primero por una puerta lateral y luego por la trasera-, cuando Mendoza disparó una ráfaga contra los agentes e hirió a un niño de 10 años ubicado a unos cien metros de donde se desarrollaba el episodio. Finalmente, Mendoza fue muerto por la Policía, que logró subir al autobús después de lanzar gases lacrimógenos.
Cuando todo terminó, los turistas comenzaron a descender del vehículo, en estado de conmoción.
Agencia ANSA
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