19 de mayo 2009 - 00:00

Mildred Burton: arte de locura exquisita

Las obras de Mildred Burton (de quien se inaugura mañana la muestra «Recuerdos») planteaban combinaciones originales y poéticas: una conjunción azarosa entre seres y elementos dispares de la vida cotidiana.
Las obras de Mildred Burton (de quien se inaugura mañana la muestra «Recuerdos») planteaban combinaciones originales y poéticas: una conjunción azarosa entre seres y elementos dispares de la vida cotidiana.
Mañana se inaugurará en la Galería Centoria (French 2611), la exposición «Recuerdos» de Mildred Burton. Nacida en Paraná, Entre Ríos, Burton (1942-2008), estudió en la Escuela de Bellas Artes de su provincia y luego se especializó en la Escuela «Ernesto de la Cárcova» en Buenos Aires.

Su primera muestra fue en 1972. Siete años más tarde, en 1979, se expusieron sus trabajos en lo que definimos como La Postfiguración, en el Museo de Arte Moderno, dirigido por Guillermo Whitelow. Sus obras planteaban combinaciones originales y poéticas, una conjunción azarosa entre seres y elementos dispares de la vida cotidiana.

«Unía elementos sencillos con otros enigmáticamente encontrados o perversamente relacionados, logrado todo con gran laboriosidad artesanal y calidad poética», escribió Diana Dowek en el catálogo de la galería.

Admiradora de Max Ernst y de René Magritte, eludió, como ambos, el «automatismo psíquico» desarrollado por la escuela surrealista de París, para impugnar lo establecido desde (y con) lo imaginario. En su lucha contra esquemas y hábitos aceptados, Burton - en el dominio de lo que hemos llamado Cultura de lo Surreal- desplegó un oficio riguroso y un corrosivo humor negro. Cuestionó la falsa moralidad, la represión del deseo, los pudores ridículos, la sujeción social, el encantamiento de la niñez, el individualismo egoísta y los proyectos fáusticos de una modernización avasalladora.

«(.) Mildred maravilla, disfrazada de niña mala, compasiva, mando, amada, de animalillos colmada. Siete duelos, siete espadas; siete por siete alumbradas, amalgamadas en oro, de los dones; tesoro de ángeles celeste, colores mirando al Este, pinceles cresta amarilla, ésta es Burton maravilla.», así la describió la escritora Luisa Mercedes Levinson.

Una serie paradigmática, «Motocicletas y autos», fue constituida por sus pinturas de automóviles y motocicletas, que la artista representaba con caracteres antropomórficos (intestinos, bocas, lenguas, dientes, brazos). Satirizaba así a la uniformidad social tanto como al auge creciente del uso de estos vehículos, que parecía llegar a la simbiosis entre hombre y máquina. Pero aludía, a la vez, a las motos y autos en su capacidad de símbolos sociológicos de una clase social.

Especial mención merecen sus «Proyectos fáusticos». El Fausto goetheano crea de la nada, en un país rico, ordenado y modelo, donde la vida humana no cuenta. Burton diseñaba iniciativas también ficticias, pero llenas de sarcasmo: sus obras se distinguieron siempre por su oficio indiscutible, el humor y el desdén por toda lógica.

En la mayoría de sus trabajos manifestó una constante oposición entre su imaginación y el sentido común. Esa idea fue fundamental en «Proyectos y Proyectoides», dos series complementarias. En los primeros, su imaginación la llevó a la elaboración del Puente elevador para turistas de Mont Juic, que se elevaba desde el mar catalán hasta las colinas del Mont Juic, donde el gran arquitecto Josep Lluis Sert, diseñara la sede de la Fundación Miró; Arata Isozaki, el estadio cubierto rodeado por las esculturas de su mujer, Aiko; y una escuela diseñada por el arquitecto de Barcelona Ricardo Bofill. El puente se mantiene con resinas humanas, animales y vegetales. Posee cámaras compactadoras, piletas, lugares de esparcimiento y usinas que transforman los restos orgánicos de los «turistas gordos» en alimentos para los peces del mar.

Su «Ciudácula Futboloide» proponía una ciudad imaginaria a levantarse en la Isla Martín García para el desarrollo de eventos especiales, con 300 habitantes estables (la hinchada) y 30 jugadores en línea. El proyecto planteaba alquilar disfraces, fieras y armas; gente educada para corear cantos de apoyo; una Central Mafia y una Central Doping, además de viviendas especiales para cada profesión.

Una vez por mes se ejecutaba allí, en una gran fiesta, a un árbitro de fútbol, un director técnico o un presidente de club, con bandas de música, barcos y helicópteros para transportar al público. En su Puente transportador de rinocerontes viejos y gastados de Cabo Blanco, en Miami, proyectó un tubo llamado por la artista «grasoducto», para conducir petróleo y sustancias orgánicas vivas. La música iba desde sonidos de la selva al new wave. También se definían a lo largo del puente distintos tipos de olores. Se transportaban diamantes en bruto con zorras, monitores, adornos y una custodia de soldados electrónicos que se movían en camiones especiales.

Burton desarrolló su imaginería fantástica por medio de una gráfica precisa, en imágenes tales como una piscina policroma, en el medio del mar, rodeada de peces, objetos, altoparlantes y una portezuela frente al mar. La compleja trama tejida con aparatos electrónicos, señales viales y robots, junto a gigantescas zanahorias, ojos, orejas, cactus y reptiles, desarrollaban el denominador común de sus trabajos, que sintetizaban una zoología particular integrada irónicamente con sus dibujos que representaban un exquisito antropomorfismo lúdico.

A pesar de la aparente diversidad de elementos y colores, Burton logró siempre la esencia íntima de una figuración singular. No presentó edificios, propuestas u objetos aislados, sino proyectos para la arquitectura de una ciudad, a través de una conjunción inesperada de elementos disímiles con los que estructuró un mundo fantasmal en el que los elementos se contextualizaban.

Son singulares los conceptos con los que Dowek concluye el prólogo: «Quiero recordarte Mildred, como la amiga que fuiste, (.). Pero sobre todo, como la gran artista, con una locura exquisita que traducida a la pintura, a tus proyectos, subyugaba».

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