8 de noviembre 2010 - 00:00

Murió Shirley Verrett, “la Callas negra”

Una de las más extraordinarias sopranos norteamericanas de los 60 y 70, Shirley Verrett debió batallar contra la intolerancia racial en EE.UU. en pleno siglo XX.
Una de las más extraordinarias sopranos norteamericanas de los 60 y 70, Shirley Verrett debió batallar contra la intolerancia racial en EE.UU. en pleno siglo XX.
A los 79 años murió anteanoche Shirley Verrett, una de las más extraordinarias sopranos norteamericanas de las décadas del 60 y 70, llamada por sus fans «la Callas negra». Su carrera, además, fue paradigmática de la lucha que muchos artistas afroamericanos debieron enfrentar en el siglo XX contra los prejuicios raciales. Verrett murió en Ann Arbor, Michigan, como consecuencia de un paro cardíaco.

A lo largo de su vida, la artista no sólo debió batallar contra esa intolerancia racial, sino también contra los rígidos preceptos religiosos de su propia familia, que pertenecía a los Adventistas del Séptimo Día. Su padre, cuando supo que había cantado en un escenario público contra su voluntad, la obligó a rezar arrodillada sobre granos de maíz.

En el tramo inicial de su carrera, Shirley Verrett cantó papeles de la cuerda de mezzosoprano, inclinándose más tarde a los de soprano lírica, lo que para algunos de sus críticos no fue una decisión favorable. No fue una cantante de repertorio demasiado extenso, aunque los papeles que interpretó llegaron a convertirse en antológicos, especialmente los de las heroínas verdianas.

Nacida el 31 de mayo de 1931 en la cuna del jazz, Nueva Orleans, Shirley Verrett tuvo cinco hermanos y era hija de Leon Solomon, un contratista inmobiliario al que siempre se le negó licencia de trabajo por el segregacionismo que imperaba en el Sur profundo. Fue su padre quien la inició en la música, pero siempre para que interpretara cantos religiosos en el templo. Así, Shirley Verrett, hizo su primer solo, «Jesus Loves Me», a los cinco años en una iglesia.

A los 17, establecida su familia en California, participó de una competencia de canto, y uno de los jurados, al descubrir sus incomparables dotes vocales, le ofreció una beca para seguir estudios con la diva alemana Lotte Lehmann. Sin embargo, temiendo la represalia familiar, terminó rechazando el ofrecimiento y continuó con la carrera de abogada en bienes raíces.

A los 22, el encuentro con la profesora Anna Fitziu produjo en cambio un giro radical en su vida, y en sus temores. A instancias de Fitziui, apareció en un programa de TV interpretando el aria «Mon coeur souvre a ta voix» de «Sansón y Dalila», lo que la llevó a que la celebrada Marian Szekely-Freschl le financiara una carrera de perfeccionamiento en la Juilliard School. Después de romper con su familia, realizó en 1960 una gira por el sur, incluyendo su ciudad natal, donde se negó a cantar en auditorios segregacionistas. Poco a poco, su papel activo en la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos la reconcilió con su padre, que apreció ese gesto.

El celebrado director Leopold Stokowski la invitó en una ocasión a Houston, para que cantara los «Gurrelieder» de Arnold Schoenberg, pero los miembros de la orquesta rechazaron que una cantante negra se mezclara con músicos blancos. Tan furiosa fue la reacción de Stokowski que abandonó esa ciudad y se fue a Filadelfia, donde tocaron y luego grabaron juntos con Verrett «El amor brujo» de Manuel de Falla. Muchos años más tarde, la soprano regresaría a Houston para hacer esta vez un recital triunfal.

Su debut en la ópera se produjo en 1962, cuando hizo el protagónico de «Carmen» de Bizet en los festivales de Spoleto, en Italia, dirigida por Gian Carlo Menotti. En 1963 recreó ese papel en el Bolshoi de Moscú y la New York City Opera, y en 1966 en La Scala de Milan. Su primera Carmen en el Metropolitan de Nueva York tuvo lugar en 1968, temporada en la que también interpretó a la princesa Eboli en el «Don Carlo» de Verdi. Justamente, en el Metropolitan realizó una de sus más grandes hazañas: en una ocasión, debía cantar «Dido y Eneas» en el papel de la soprano Casandra en la primera parte, en tanto que Christa Ludwig haría el de la mezzo Dido en la segunda. Sin embargo, como la noche del estreno Ludwig cayó en cama con gripe, Shirley Verrett interpretó ambos papeles, lo que la obligó a estar en escena durante una maratón de casi cuatro horas y media. En su carrera, ésa fue la noche más apoteótica.

Desde entonces, el Metropolitan la contó en sus repertorios como una de sus cantantes favoritas. Allí cantó, entre otras, «Norma» de Bellini, «Un ballo in maschera» y «Aída» de Verdi, y varias veces «Tosca» de Puccini junto con Luciano Pavarotti. Fue también estrella en el Covent Garden de Londres, donde en una ocasión la dirigió el recordado maestro argentino Miguel Ángel Veltri.

De su discografía, sobresalen muchos títulos, en especial el multipremiado «Macbeth» de Verdi, junto a Plácido Domingo. Broadway le propuso más de una vez interpretar algún musical, pero aunque ella manifestaba su voluntad de hacerlo nunca se concretó. Su libro de memorias, «I Never Walk Alone», apareció hace siete años. Allí contaba que dejó a su primer marido, James Carter, con quien se casó a los 18 años (él le llevaba 14) la noche que le descubrió un revólver debajo de su almohada.

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