7 de mayo 2009 - 00:00

“Pa-ra-da”: crónica de un payaso solo

«Pa-ra-da» relata la patriada de un payaso en Bucarest, que encarrila a los chicos de la calle.
«Pa-ra-da» relata la patriada de un payaso en Bucarest, que encarrila a los chicos de la calle.
«Pa-ra-da» (id, It.F.-Ruin., 2008, habl. en f. y ruin.); Dir.: M. Pontecorvo; Guión: M. Pontecorvo, R. Tiraboschi; Int.: J. Lespert, E. Ciri, G. Rauta, P. Juif, C. Nita, B.A. Kremer, R. Valenau.

Pa-ra-da existe. La conduce Miloud Oukili, un payaso franco-argelino que con sus oficios circenses ha salvado a muchísimos chicos de la calle en Bucarest, Rumania. Esos chicos también existen, los llaman «niños de las cloacas», porque se refugian entre las cañerías subterráneas de servicios públicos. Viven en pequeños grupos, como los de acá en «ranchadas», y, de igual forma, aspiran pegamento, roban, se prostituyen, se golpean, y sirven a ciertos adultos que dominan la zona. Algunos de esos adultos son policías.

El film reconstruye la historia de Miloud, uno de esos voluntarios que, tras la caída del dictador Ceacescu y el inmediato «sálvese quien pueda» del nuevo orden, se acercaron a dar una mano para aliviar la caída sin red de muchísima gente en la peor indigencia. ¿Pero cómo ganarse la confianza de esos niños vueltos hacia el salvajismo, desconfiados de todo, que habían perdido hasta la capacidad de asombro y la sonrisa? ¿Y cómo hacerles aprender buenos hábitos, y salir del pozo literal y metafórico en que ellos mismos habían elegido quedarse?

Fulano no la tuvo fácil. Además era humano, con momentos de entusiasmo, pero también depresiones, enojos, torpezas, y el sólo apoyo de un par de amigos y un cura salesiano. Dos fueron las claves de su lucha: tratar a los niños como tales, no como a delicados y consentidos, e imponerles el concepto de respeto: a él, y a sí mismos, en primer término.

Marco Pontecorvo cuenta esa lucha con igual nervio, expone esfuerzos, fracasos, triunfos parciales, esquiva el melodrama y el exitismo, y, trabajando también con chicos similares, regala una obra hermosa, intensa y sencilla, bien emotiva, doblemente verdadera, y sinceramente recomendable. Premio del Público en Mar del Plata 2008, con 9,46 de promedio, nada menos, y la mayor ovación de la sala cuando el director subió a recibirlo, vale la pena.

Al margen, deja dos cuestiones picando. Una es la distancia entre la épica colectiva que recreaba Gillo Pontecorvo en «La batalla de Argelia», y la épica apenas grupal que ilustra su hijo en «Pa-ra-da», símbolo de una actualidad que ha quemado los grandes discursos políticos y hoy busca soluciones concretas y accesibles. Otra, es la mirada de nuestro cine hacia problemas similares: la memoria solo registra «El polaquito», fuerte drama de Aníbal Desanzo filmado en Retiro, un documental de Gerardo Vallejo sobre las ranchadas de Plaza Constitución en los '80, y, lejos en el tiempo, «El cura Lorenzo» y «Cuando en el cielo pasen lista», dedicados al padre Lorenzo Massa, de Almagro, y el filántropo William Morris, de cuando Palermo era barrio bravo. Nada más por el momento.

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